El trabajo es invisible. También la explotación y el paro. Y los testigos de la marginación sólo traen problemas. O premios: Comiendo en la barca se conserva en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y es el cuadro que más gustó a Joaquín Sorolla de todos los que pintó para arrugar el corazón de los franceses. El artista se acerca a la clase obrera, con su pincelada rota y suelta, con tintas yuxtapuestas que revientan el costumbrismo de los dramas de la exclusión: pescadores comiendo sobre la cubierta de su barca, en el barrio deprimido del Cabañal. ¡Lo que gusta esto en París a finales del siglo XIX!
Los coleccionistas arden en el deseo de forrar sus salones con penas ajenas y el valenciano tiene un arma infalible para triunfar en el extranjero: España. “La verdad sin arreglos y con menos preocupación de la que se nota en el cuadro”, palabra de Sorolla. Ya saben que este país es diferente a todo. Esa luz y esos colores, aquí sólo nos divertimos, bebemos sangría y el trabajo no duele. El cuadro lo compra por 30.000 pesetas la Marquesa de Villamejor. Nunca se había pagado tanto por una obra española.