Afrodita púdica contempla su belleza frente al espejo que sostiene Cupido, que por un momento ha dejado las armas del enamoramiento para participar en la devoción de su diosa. Está absorta en la perfección que le devuelve su reflejo. La pintura de Venus que se contempla es la viva imagen de la autosatisfacción, el orgullo de las virtudes, la reafirmación de la ejemplaridad. Sus modos inigualables y su moral intachable son únicos. Tiziano congeló este momento de contemplación íntima y serena, en el que no cabe ni una gota de duda sobre la superioridad de quien se mira. Rubens copió en 1611 el cuadro del italiano y es el que hoy conserva el Museo Thyssen-Bornemisza. Si Venus participara en el relato de la actualidad, refundaría un partido hundido en la miseria de la corrupción y ni siquiera abandonaría su puesto de responsabilidad pública para irse de vacaciones.