La españolada fue un invento de Ignacio Zuloaga (Éibar, 1870-Madrid, 1945). El pintor vasco desnató por unos años en Montmartre la crema de la españolidad del Unamuno sin Salamanca, el de la infrahistoria y el pesimismo. París fue una fiesta (muy breve) y la resaca acabó con su apariencia de modernidad. Por un momento parece que Zuloaga consigue apartarse de toda esa montaña de mugre que tanto excita al turista burgués, que desea vistas de una tierra sin colonizar: tipos pordioseros, alcaldes harapientos y enanos zarrapastrosos, tópicos de un país cuyos márgenes no tienen acceso al progreso y sus intelectuales lo ensalzan como atraso virtuoso.
París sólo fue una anécdota en la vida de Zuloaga, un paréntesis que terminó reforzando sus ideales del españolismo, que se vende en el mercado extranjero como la pureza de un pueblo sin modernizar, con paisajes sin urbanizar y paisanos sin civilizar. El atraso era un asunto glorioso y sagrado y Zuloaga su mayor divulgador. Aquella España negra, sin sarcasmo ni ironía, entregada al caciquismo y al clero, era la mejor Marca España a la que podían aspirar para dar a conocer el país. Era la que fascinaba a los viajeros, la que Zuloaga se sabía al dedillo, con sobredosis de oscuridad y subdesarrollo, retorcida por los campos de castilla y las plazas de Andalucía. Cuanto más profunda es España, más éxito tiene el pintor vasco.
Por eso Zuloaga nunca fue europeo ni quiso serlo. Es lo que se extrae de la exposición Zuloaga en el París de la Belle Époque, que acaba de inaugurar la Fundación Mapfre de Madrid, comisariada por Leyre Bozal y Pablo Jiménez Burillo. Ambos parten de una hipótesis forzada que sitúa a Zuloaga ajeno al debate nacional que desataron sus pinturas. En prensa se llegó a llamar “la cuestión Zuloaga”. Como para vivir al margen de ello. La obra del eibarrés sirvió de pretexto para la discusión de los tópicos de la Generación del 98: patriotismo y antipatriotismo, España y Europa, inmovilidad y progreso. Como vemos, a una España negra le sucedió otra hasta llegar a nuestros oscuros días.
“¿Y si el propio Zuloaga hubiera permanecido ajeno a ese debate nacional?”, se preguntan en el catálogo. Una hipótesis que queda en retórica dadas sus estrechas relaciones con la Generación del 98, archiconocidas y documentadas (Zuloaga y Unamuno. Glosas y unas cartas inéditas, publicado en 1987). Fue por afinidad intelectual uno de sus miembros. Es el retratista de todos ellos.
Lo recio, lo agrio
Paradójicamente, los comisarios tratan de separar al Zuloaga “pintor”, del Zuloaga “creador o recreador de iconografías”. Como si esto fuera posible. La historia del arte -Enrique Lafuente Ferrari- lo considera el mayor representante del espíritu de lo recio, lo áspero y lo agrio. De hecho, esto fue lo que más interesó del artista a los Degas, Toulouse-Lautrec, Emile Bernard, Maurice Denis. Llega a París en 1889 y en 1895 ya expone temas andaluces y taurinos. En 1998 descubre Segovia, a los castellanos y lo castellano. Con su habilidad para introducirse en los ambientes cosmopolitas hace de París el trampolín al mercado internacional de su España negra, la de tintes sombríos y sórdidos.
De ahí que el empeño de los comisarios al enfatizar a Zuloaga como un artista europeo, logren subrayar con especial efectividad todo lo contrario: el apartheid cultural en el que había decidido vivir Zuloaga dados sus pingües beneficios. Sobre todo, en Europa. En EEUU no tiene tanto éxito como su némesis, Joaquín Sorolla, que recibió a 150.000 visitantes en su retrospectiva en la Hispanic Society de Nueva York. La institución montó a continuación la de Zuloaga y atrajo a la mitad de espectadores, 75.000.
La españolada nacional a la que se entregó en sus años cumbre queda al descubierto con la comparación en sala de su Celestina con la de Picasso. Dos cuadros como dos planetas, tan distintos y distantes que Zuloaga queda a años luz del simbolismo azul ensayado por el malagueño… a pesar de haberlo firmado en 1906, dos años después de Picasso. De hecho, el espectacular último espacio diseñado en el recorrido de la muestra de Mapfre deja patente el desengaño vanguardista de Zuloaga que repliega filas y se centra en su especialidad: la sordidez del mito atrasado. El juez de Zamarramala (1906), Tipo de Segovia (1906), El alcalde de Torquemada (1903), Retrato del enano don Pedro (1910), Monje en éxtasis (1907) y el excepcional Enano Gregorio el botero (1907), traído desde el Hermitage de San Petersburgo.
El símbolo de esa España
“Gregorio el botero es un símbolo”, escribió Ortega y Gasset, en 1911, en El Imparcial. “Al crear un símbolo a partir del personaje retratado, Zuloaga participa de una tradición que contempla España como epítome de lo exótico: enanos, gitanas, celestinas, toreros, etc. son parte de ese imaginario que contribuye a la construcción cultural de un país en el que predomina el exotismo”, escribe Leyre Bozal en el catálogo sobre el cuadro. “El pintor eibarrés responde aquí a la aspiración de la Generación del 98: la pertenencia común a la tierra de España, simbolizada por Castilla”. Esa España que ahora rima tan mal con el resto del país.
Quizá sea La carta (1899) el destello más parisino de quien se erigió como el eslabón entre el Siglo de Oro y su presente. Pudo dar a entender que su camino era el de los simbolistas franceses, pero su cosmopolitismo tenía el freno de mano echado. Y no lo libran ni las secciones dedicadas -extrañamente- a Auguste Rodin, que no lo hacen más europeo. Tampoco ayudan a la tesis planteada el retrato de la mujer de Henri Gervex, ni el Paisaje con dos jóvenes ni el retrato de un italiano, de Émile Bernard, o el retrato de Marie-Louise Revillet de Antonio de la Gandara, entre otros.
Zuloaga no quiso ni supo ser moderno. Prefirió la sordidez de la España profunda y chocó con quienes no querían esa españolada fuera de España. El cuadro Víspera de la corrida, de 1898, fue rechazado por el jurado del pabellón nacional de la Exposición Universal de París de 1900, porque consideró que perpetuaba la imagen atrasada y estereotipada del país. Curiosamente, la ambiciosa obra -tan mal iluminada como el resto de piezas que componen la exposición- obtuvo la Primera Medalla en la Exposición de Bellas Artes de Barcelona de 1898.
En lugar de la Víspera de la corrida, deciden que debe representar al país en París Triste herencia. De Joaquín Sorolla. Zuloaga dolía más dentro que fuera: la primera exposición individual que se le dedica al artista en España se celebra en 1926, 20 años antes de su muerte y 20 después de ser considerado un pintor de éxito en el extranjero.