El menos académico de todos los autores, el más Cervantes de todos ellos ha perdido la sonrisa. En la ceremonia del premio más prestigioso de las letras españolas se encofró en un frac, el segundo que se puso en toda su vida. El primero fue prestado y para una boda. Es el más británico de los escritores españoles, el menos tieso de todos ellos. Irónico, sarcástico y agudo. La sonrisa es el antídoto de la retórica y Eduardo Mendoza escribe sin forzar la prosa, con claridad, sencillez y elegancia.
Pero el autor de Sin noticias de Gurb (Seix Barral) ha perdido la sonrisa. Sólo por un momento, para la eternidad. “No lo veo serio”, asegura a este periódico la pintora Leticia Feduchi (Madrid, 1961). Ella fue elegida por Mendoza para pintar su retrato para la galería de premiados con el Cervantes, que cuelga en el Salón italiano de la Biblioteca Nacional de España. “Es la galería de cuadros de los escritores galardonados con el más prestigioso premio de la literatura española”, aseguran desde la institución.
El retratado explica a este periódico que "es una colección de señores muy serios, no podía aparecer yo con una carcajada". "Lo que más rabia me da es que es una colección fe gente mayor y no cuando estábamos en nuestra plenitud. Es una galería de venerables", y ríe. Del trabajo de Leticia le gusta su "expresividad".
Más drama, menos humor
Mendoza estaba seguro de que no le darían nunca un premio por escribir literatura de humor. Pero se equivocó, afortunadamente. “El drama tira más”, reconocía el autor a este periódico el mismo día que se dio a conocer su galardón. Le dicen que siempre está en las nubes, que es donde viven los personajes que le interesan. Por fin ha aterrizado, en pintura.
“Un retrato sonriente... no me parecía una buena manera de retratarlo. La sonrisa apenas es un momento. Él mismo me lo dijo: de lo que se trata es de pasar a la posteridad y la sonrisa introduce algo añadido. Pero no creo que esté serio. Cuando se pone serio tiene un gesto más ceñudo, y en el retrato creo que está en un punto medio”, cuenta la pintora, de quien el escritor tiene obra y ha seguido desde el inicio de su carrera. A pesar de todo, Feduchi reconoce que trató de aligerar la seriedad del retratado: “Intenté darle un poco de sonrisa, pero sin exagerarlo”.
Lejos del hiperrealismo
“Leticia Feduchi es una pintora que me gusta mucho. También pintó a Álvaro Mutis y la conozco a ella y a sus padres”, explicó Mendoza al recibir el premio. Feduchi vive y trabaja en Barcelona, es una pintora realista, cercana a las enseñanzas del grupo de realistas madrileños y barceloneses. Y muy alejada del hiperrealismo norteamericano de Richard Estes.
“Prefiero el expresionismo alemán de Max Beckmann”, aunque también incluye a David Hockney y Lucian Freud. La pintura se cerró en ocho sesiones, ocho jornadas de una hora. “A partir de la hora, el gesto se relaja y se pierde”, explica a este periódico. “Esa necesidad de explicarlo todo me produce mucho rechazo. No me interesa el hiperrealismo, me interesa la pintura del natural”.
Asegura a este periódico que como mujer ha sido difícil abrirse paso en el mundo de la pintura. Sobre todo cuando la obra de un artista se convierte sólo en un nombre. El mercado ha declinado la obra en favor de la firma y eso ha acentuado más este problema. “Es tan horrible este tema, que yo procuro hacer mi trabajo. Quiero avanzar con los hechos y aprovechar todo lo que han luchado las mujeres antes que nosotras para hacer que estemos donde estamos”.
Sobrio y espontáneo
Aunque es un retrato académico y para la posteridad, la artista ha decidido presentar al escritor en toda su humildad. El chaqué se quedó en el armario. Nada de ceremonias. Así como Cervantes dio voz al pueblo, él es parte del mismo. No hay ni rastro de torre de marfil. Al borde de su lugar de trabajo, en un gesto espontáneo, con sus manos cruzadas sobre la pierna. La pintura ha sorprendido a Mendoza. En el escritorio hay libros y papeles. Es, sobre todo, la mesa de un lector. No hay referencias a sus herramientas. Los retratos de Feduchi son limpios, evitan objetos y símbolos, la pintora huye del ruido.
A Mendoza no le rodean más que libros. Sólo ellos y el vacío. Una gran nada blanca a su alrededor. Es el tono de la imprimación sobre la tabla. La madera le permite apelmazar capas de color. “La pincelada queda tal cual, no se suaviza, ni desaparece. Pinto bastante deprisa y la madera deja impresa ese tipo de pincelada”, cuenta. En eso también sigue las enseñanzas de Velázquez. En eso, en los arrepentimientos al aire, en la figura sin asfixiar por la línea, en el color sobre el dibujo, en la luz y el aire. “De Velázquez lo que más me interesa es cómo te hace sentir el aire”.
“Apenas dibujo una aproximación al tema y ya me pongo con el color. La línea no es lo mío, soy más de mancha”. Y a pesar de ello ha dejado a la vista el carbón con el que ha dibujado la parte baja del escritorio y del autor. Deja a la vista muchas zonas de aproximación, sin rematar. Puede seguirse la transición hacia el color perfectamente.
Hoy, miércoles, conoceremos el nuevo Premio Cervantes, y en la terna tácita le toca el turno a un autor latinoamericano. “No creo que sea un retrato psicológico, porque no es el objetivo. Mi objetivo en el retrato es conseguir la presencia de la persona. Recrear su presencia”, dice. La presencia de Mendoza es tan popular como culta, tan cachonda como sobria.