Prohibido aprender: la foto de las pintoras sin permiso para ser Velázquez
En los primeros años del siglo XX, Augusto Arcimís retrató varias veces a un grupo de pintoras en una academia privada. Tenían el acceso limitado a la enseñanza oficial por ser mujeres.
3 diciembre, 2017 03:08Han desaparecido en la niebla del pasado, abandonadas al silencio, cuya única posibilidad de revivir no está en los libros de Historia del Arte, sino en algunas fotografías sueltas de Augusto Arcimís, que pasaba por el estudio de vez en cuando para retratar a las mujeres aprendiendo en el taller del pintor. Ahí están ellas, las que quieren ser pintoras, las que tuvieron que dar un paso adelante para romper con el ámbito que el hombre había reservado para ellas. Perfectas esposas y madres, que decidieron convertirse en las pioneras del arte y la resistencia.
Estas mujeres desconocidas que aparecen en las fotos olvidadas, se rebelaron contra lo que era apropiado. Ahora sólo son fantasmas de su decisión, pero en los primeros años del siglo XX impusieron su deseo y abrieron la puerta a la emancipación del talento. Ellas dieron los primeros pasos contra la usurpación de sus cualidades, acudían a talleres privados para aprender las técnicas de un oficio que les cerraba las puertas.
Ahí están, son pintoras madrileñas y no sabemos nada más que lo que apuntó el fotógrafo en las placas. No ha quedado ningún rastro documentado del lugar en el que se encontraba la academia privada, ni del pintor que imparte las clases. En la imagen que regresa desde el pasado, las chicas pintan las flores que se ven sobre el bufete del fondo y el muchacho que hay a la derecha trabaja en otra dirección. Aunque no vemos el motivo, será propio de su sexo.
Prohibido mirar modelos desnudos
Con toda probabilidad es un taller privado, que educa a las mujeres y a niños, como aparece en una de las imágenes. “La enseñanza reglada para mujeres era escasa”, reconoce la académica y catedrática Estrella de Diego, especialista en las mujeres que quisieron ser pintoras a pesar de todos los obstáculos masculinos.
“Pero había iniciativas privadas, como la Sociedad de acuarelistas, talleres particulares de pintores o el Círculo de Bellas Artes, que abrían una perspectiva diferente a la enseñanza reglada. Las alumnas son mujeres de la burguesía, con una familia dispuesta a acoger estas veleidades”, explica la autora de La imagen de la mujer pintora en ilustración popular del siglo XIX, para subrayar el hecho de que aquello no era lo que se esperaba de una señorita.
Ni siquiera podían formarse en la figuración. Prohibido mirar modelos desnudos para ensayar la anatomía del ser humano. Dato: en la Escuela Especial de pintura, escultura y grabado de Madrid, no hay mujeres matriculadas en la asignatura de Anatomía pictórica, desde 1878 hasta finales de siglo. Los hombres habían reservado para las mujeres que se atrevían a entrar en las artes plásticas pequeños cuadros, bodegones y paisajes para abanicos. Nada de libre expresión. Debían ejecutar sus conocimientos como artesanas, porque eran, además, la mano de obra más barata.
Finas labores de su sexo
Carlos Navarro, Técnico de conservación del Museo Nacional del Prado, recuerda que el mismo Federico de Madrazo se opuso a que se mezclaran chicos y chicas en la Academia. Ellas sólo podían acceder a la enseñanza por la tarde, cuando ellos ya no estaban. De hecho, los posados para ellas sólo podían ser de bebés. Para ellos, los modelos masculinos. “A base de esos posados de bebés, hubo pintoras que se convirtieron en maestras de niños Jesús, que vendieron por toda Europa como pintura devocional a finales del siglo XIX. La mejor fue Antonia Bañuelos, y aquí pasó desapercibido”, cuenta Navarro.
En 1819, gracias a Isabel de Braganza, se aprueba la enseñanza de Dibujo y de Adorno para niñas y jóvenes. Por eso hay que recordar a la pintora María del Rosario Weiss, ayudante de Goya en sus últimos años, que presentó su obra a la Academia de Bellas Artes de San Fernando para que la admitieran como profesora, pero fue rechazada.
En 1842, María del Rosario Weiss es contratada para educar en el Dibujo a Isabel II y su hermana, la infanta Luisa Fernanda. Su sueldo era de 8.000 reales. La enseñanza debía conseguir que las hermanas aprendieran “lo que era necesario para perfeccionar el sentido de la vista, para dar hermosura y delicadeza a las labores finas de su sexo, cuando quieran ocuparse de ellas y también distinguir acertadamente en el mérito de las obras de arte”. Las labores finas de su sexo. Weiss muere un año después.
Matilde Torres López, en su estudio La mujer en la docencia y la práctica artística en Andalucía durante el siglo XIX, recuerda que el hábitat de la mujer era el hogar, pero en el siglo XIX el aprendizaje y la enseñanza artística estaba en pleno auge, “inundándose de escuelas y academias, y dándole así unas posibilidades de limitada creación” a las mujeres burguesas. Cuenta la investigadora que la mayoría de las mujeres tuvo que aprender por sus propios medios, no en la Academia, con algún familiar o profesores particulares. Es el caso de nuestras protagonistas desconocidas, conservadas y custodiadas en el Instituto de Patrimonio Cultural de España (IPCE).
Pintura menor
Hasta los inicios del siglo XX, la mujer no tuvo acceso a la enseñanza oficial, gracias a la creación de las escuelas de artes aplicadas y oficios. Se les preparaba para un buen matrimonio, más que para su propia formación como persona. La enseñanza que recibía la mujer era de adorno: leer, escribir, bordar y coser.
Como se puede ver en alguna de las imágenes del fondo fotográfico de Arcimís, las mujeres debían copiar, primero, composiciones con objetos geométricos y, luego, del dibujo pasaban a la pintura y a copiar cuadros de flores y bodegones. Y ya. Sus maestros, los pintores profesionales que las recibían en sus talleres, también limitaban sus enseñanzas a las mujeres. Preferían formarles en pequeña pintura y de género, como bodegones, antes que en grandes asuntos, como los de la pintura de Historia.
“Algunas estaban profesionalizadas”, explica Estrella de Diego para señalar un hecho extraordinario. Las mujeres se presentaban a concursos y a exposiciones nacionales para darse a conocer y vender sus obras, desde 1880 aproximadamente. “Las mujeres compiten pronto, tratan de encontrar su hueco”. Fue la burguesía capitalista la que les hace un hueco y un roto al academicismo más rancio. La aceptación de las nobles damas por la Academia era, sobre todo, por su nombre o su título. Pero los días de aquella Academia habían empezado a extinguirse: la llegada de coleccionistas, galeristas y críticos acabaría por derribar las normas discriminatorias del antiguo régimen.
A la sombra del hombre
No sabemos quiénes eran, pero sí ha quedado constancia de la apropiación de obra de ellos. Las mujeres tenían reservadas funciones insignificantes. Poco menos que aprender a pintar para decorar abanicos o para trabajar en el taller de un hombre que no reconocería sus méritos. Es el caso de Flora López Castillo y Antonio Muñoz Degrain, apunta Carlos G Navarro. “Hay bastantes obras confundidas de él que son de ella”. En esto todavía queda mucho por hacer para que no se repitan casos como los de Fumiko Negishi y Antonio de Felipe. La artista japonesa exige al valenciano que admita públicamente que es la autora de más de 200 obras firmadas por él.
Navarro lamenta que la Historia del Arte haya usurpado el protagonismo a las mujeres, que las haya ocultado bajo la sombra de ellos. Han tenido una presencia aminorada, han sido tratadas como personajes complementarios a las propuestas de los hombres. “Es increíble que no sepamos nada de las mujeres del siglo XIX y que no se hayan escrito biografías de ellas. Es una obsesión por estudiar a Goya, del que sabemos hasta el detalle más mínimo y personal como la compra de una máquina para la sordera, y nada de las mujeres de su época”.
Tampoco recibieron reconocimiento de máxima categoría en las exposiciones nacionales. Nunca una primera medalla. La primera pintora en recibir una condecoración -la encomienda de Isabel la Católica- por sus “méritos artísticos” fue Rosa Bonheur. Sólo en Francia tenían una oportunidad, en España no tenían posibilidades de establecerse con su estudio y de vivir de los cuadros que pintan. Y Bonheur tiene éxito porque es una mujer diferente: se acerca tanto al universo masculino en su trabajo, que los hombres alaban su sentido masculino. “No la veían como a una pintora”, recuerda Navarro.
Estas pintoras en blanco y negro no tuvieron tanta suerte como la artista francesa, pero a ellas les debemos que decidieran dedicarse a pintar, que podían cumplir con sus aspiraciones y sueños. “No se gana Zamora en una hora. Fueron las primeras y las defiendo mucho, porque abren el camino en un país que no era avanzado”, dice Estrella De Diego. Un camino pendiente de convertir en mapa, para entender el Atlas completo del arte.