Al final las cosas resultaron no ser como parecían, pero lo primero que me vino a la cabeza la tarde del 30 de octubre, cuando supimos que Puigdemont y algunos consellers habían viajado a Bruselas la noche anterior, fue la fotografía que Josep Rull había publicado en las redes sociales esa misma mañana trabajando en su despacho, ocupando su puesto a pesar del artículo 155, convencido quizá de que, como él, todos los miembros del Govern estaban haciendo lo propio. Me sedujo la imagen del amigo olvidado. La idea de que nadie se hubiese acordado de incluirlo en algún grupo de WhatsApp llamado, por ejemplo, “Rumbo a Bruselas”. A todos nos ha sucedido algo así en alguna ocasión. No es difícil identificarse en estos casos con el pardillo del grupo.
Hace ahora algo más de un año, cuando la organización de Operación Triunfo anunció que iba a reunir a los concursantes de la primera edición del programa en un concierto denominado El reencuentro, que emitiría TVE, España torció el gesto al descubrir que Juan Camus podría no participar. “A Juan Camus me lo respetas”, se escuchaba en las barras de los bares durante las tensas discusiones sobre el asunto. “Hasta la victoria siempre, Juan Camus o muerte”, vociferaban los universitarios en manifestaciones multitudinarias.
“A Juan Camus me lo respetas”, se escuchaba en las barras de los bares durante las tensas discusiones sobre el asunto. “Hasta la victoria siempre, Juan Camus o muerte”
En un primer momento, como me ocurrió con Rull, pensé que a lo mejor alguien se había olvidado de Camus, pero resultó tratarse de un desencuentro entre la productora y el cantante que terminó solucionándose.
El lunes pasado, sin embargo, el portal Fórmula TV anunció que esta Navidad se celebraría una gala donde los concursantes de la primera edición volverían a reunirse para cantar con los de la edición actual, y España volvió a torcer el gesto al descubrir que Juan Camus no estaba enterado. El cantante contestó al portal de internet con un tuit que decía “siempre es arriesgado informar sin saber”, a lo que la cuenta de Twitter de Fórmula TV repondió: “Siempre es arriesgado, sí. Por cierto, TVE lo acaba de confirmar, por si lo quieres ir gestionando”. Parece que esta vez alguien, en efecto, sí se olvidó de incluir a Juan en el grupo de WhatsApp.
El outsider
Qué dolor. Qué incómodas resultan esa clase de situaciones. No obstante, en el fondo hay algo tierno y admirable, algo ingenuo pero al mismo tiempo heroico, en la actitud de Juan Camus. Su negativa a aceptar que a veces la verdad coincide con la realidad me ha recordado un poco a la obstinación de Hiro Onoda, aquel soldado japonés que siguió combatiendo por su cuenta en la Segunda Guerra Mundial hasta 1974 porque se negaba a creer que el conflicto hubiese finalizado.
Destinado desde 1944 en la isla de Lubang, en Filipinas, permaneció escondido en las montañas durante treinta años, involucrándose en tiroteos con pescadores y agricultores locales y desoyendo los mensajes que recibía sobre el final de la guerra, ya que estaba convencido de que se trataba de propaganda enemiga. Hubo que convencer a su superior, el mayor Taniguchi, que entonces regentaba una librería, para que se desplazase hasta la isla, le explicase que Japón había perdido la guerra y le ordenase deponer las armas. A Juan Camus, como al pobre Onoda, tampoco le han valido los mensajes sobre un reencuentro en el que no iba a participar. Hasta que TVE no hizo oficial mediante un comunicado el anuncio de la gala, eligió seguir batallando por su cuenta desde lo más profundo de la selva.
El 155
Finalmente, todo apunta a que la organización de Operación Triunfo ha aplicado su propio artículo 155 a Juan Camús y le ha privado de sus funciones como participante de la primera edición. Qué difícil parece, en una situación así, no rebelarse y acusar a quien sea de informar sin saber. Qué difícil parece no subir una foto a las redes sociales desde tu despacho al día siguiente para gritarle a los tuyos que tú no te rindes. Aunque no sirva para nada. A nadie le gusta aceptar la realidad cuando es tan incómoda. Tal vez, en el fondo, todos seamos un poco aquel soldado japonés.
Como le ocurre, sin ir más lejos, a Televisión Española. Después del éxito de la primera edición, probó suerte con una segunda que perdió fuelle. La cosa siguió decayendo con la tercera. Telecinco siguió intentándolo con una cuarta, una quinta, una sexta, una séptima y una octava edición.
Ahora la novena se está emitiendo otra vez en TVE. Y qué mejor forma de auparla en las audiencias que sacando otra vez del baúl a los únicos concursantes cuyo nombre el público todavía recuerda. Tal vez alguien debería acercarse un día hasta las oficinas de la corporación y explicarles a sus directivos que, para bien o para mal, hace ya tiempo que se acabó esa guerra.