Arte “campechano”: 40 años de retratos reales de Juan Carlos I
El experto en Velázquez, Javier Portús, desmenuza las claves pictóricas que han legitimado el reinado del primero Borbón tras la dictadura. El arte ha construido la imagen simpática, accesible y afectuosa de la familia real.
16 febrero, 2018 12:25Con él murieron las estatuas animadas y las efigies tiesas. Él inauguró la monarquía sensible, apasionada, empática y emotiva, que rompe la barrera del protocolo, saluda al pueblo y celebra las victorias deportivas. Hizo de la monarquía absoluta una monarquía campechana. Más humana que divina, más popular que invisible. Juan Carlos I lo necesitaba. Debía convertirse en el primer rey populista. Lo Borbón pasaba horas bajas: España había decidido existir sin tronos ni toisones y el dictador le regaló el sillón. La nueva Cara Real debía esforzarse para recuperar el favor del pueblo que salía de 40 años de dictadura.
“Frente a los monarcas recluidos de la Edad Moderna, Juan Carlos I ha prodigado su actividad visible y pública, lo que se refleja en una iconografía extraordinariamente amplia y en muchos aspectos novedosa”, escribe Javier Portús, uno de los grandes cerebros del Museo del Prado, donde es el Jefe de Departamento en Pintura Española (hasta 1700). El mayor experto mundial en Velázquez ha trazado una investigación sobre las cuatro décadas de retratos reales de Juan Carlos I, en la revista de Patrimonio Nacional, Reales Sitios.
Portús subraya el carácter aparentemente dialogante de la nueva propaganda monárquica, en la que el arte y los artistas han jugado un papel fundamental para abrir al nuevo rey al pueblo. De hecho, señala la ingente producción de imágenes reales como un elemento extraordinario al compararlo con los reinados anteriores. El historiador del arte ha encontrado más de 70 obras realizadas por 49 artistas. “Y ambas cifras pueden elevarse fácilmente”.
¿Y ahora qué?
Salvador Dalí, Oswaldo Guayasamín, Eduardo Arroyo, Manolo Valdés, Hernán Cortés, Carmen Laffón, Alberto Schommer y Antonio López, Francisco López Hernández y Julio López Hernández son algunos de los artistas más destacados que se han dedicado a reproducir la imagen real para su difusión por el país.
Dos hechos llaman la atención de este tipo de retrato en los últimos cuarenta años: “Se trata de un tema que ha tenido la capacidad de atraer a artistas importantes y, al mismo tiempo, si tenemos en cuenta la diversidad de intereses estéticos de los pintores, ofrece una relativa variedad”.
Por un lado, la pintura realista pervive en los intereses artísticos para representar a los reyes, a pesar de la fotografía como medio “capaz de una extraordinaria precisión descriptiva. ¿Por qué pervive la pintura como medio para abordar este asunto? “El prestigio tradicional del medio pictórico, la fe en las posibilidades de la pintura y de los pintores para crear una retórica distinta alrededor del retratado y la convicción de que, en último término, todo retrato es una construcción”, explica Portús.
El orgullo del artista
Sin embargo, la abdicación de Juan Carlos I, una vez solucionada la herencia del trono, abre una incógnita artística ante la ausencia de nuevas generaciones que se dediquen al realismo, al retrato y muestren una adhesión a la monarquía similar al énfasis con el que se han dedicado los coetáneos del monarca emérito a alabar su imagen. Hasta el momento, obtener permiso de los monarcas para posar, ser recompensado por ello y destinar el retrato a un lugar señalado de la institución era un motivo de orgullo artístico.
Durante la monarquía absoluta, la exposición pública del rey no era algo común. Su naturaleza era algo más que humana -cariñosa- y no acostumbraba a relacionarse con el pueblo. El retrato real entonces servía para expresar los ideales de los monarcas y como intermediario entre la familia real y sus súbditos. El margen del artista era escaso. Los retratos reales de Juan Carlos I trataron de abrirse a todas las experiencias y experimentos con intención de destacar la imagen de pluralidad y libertad del propio retratado, que gracias a la complicidad del arte (político) da a entender que es un monarca hecho a los tiempos.
Pero Portús, señala la trampa: “Pero ahora, como antes, se siguen poniendo en juego mecanismos de control de esas imágenes, aunque en principio parezcan susceptibles de escapar de cualquier imposición. La mayor parte de las fotografías y grabaciones se toma durante las apariciones públicas de sus “modelos”, y casi todas las que nos dejan asomarnos a su intimidad han sido filtradas y seleccionadas por ellos mismos y su entorno”.
Pintura campechana
Así que, igual que ha ocurrido a lo largo de toda la historia, el retrato real es una sucesión de imágenes construidas con una finalidad política. Nada escapa de la planificación. Cada imagen es una pincelada en la construcción de un nuevo monarca. “La cultura es uno de los intermediarios preferidos por la familia real española para difundir su imagen, lo que no sólo tiene que ver con sus inclinaciones personales, sino también con la concepción de su papel ante la sociedad”, añade.
El resultado de esa efigie real construida es -después de 40 años de reinado- la más irreal de todas. “Insiste en las virtudes personales como la responsabilidad, el deber, la solidaridad, la amabilidad, la afectividad y la simpatía, que los vincula a conceptos como democracia, cultura, deporte o asistencia social, todo lo cual conecta con lo que buena parte de la sociedad esperaba de sus monarcas”. El arte ha tenido un papel decisivo en la construcción de la legitimidad de Juan Carlos I, que, fiel a las órdenes, lo ha bajado de los cielos y acercado a la campechanía.