Ai Weiwei, la mejor obra de Carles Puigdemont
El artista chino y el ex presidente de la Generalitat charlan y suben una foto de su encuentro a sus redes sociales, en la que se muestran como garantes de la defensa de los derechos humanos.
22 abril, 2018 02:24El mundo se divide en dos: lo que fotografía Ai Weiwei y lo que no existe. Si entra en el encuadre de la pantalla de su IPhone y lo publica en su activa cuenta de Instagram se convierte en obra suya. Para el artista chino, recluido durante cuatro años en su casa por el gobierno de su país, el mundo es un plató de figurantes de Ai Weiwei, que lo acompañan en el devenir por el planeta en busca de torturas, maltratos o violaciones de los derechos humanos. Se desplaza hasta el lugar de los hechos, saca su smartphone de última generación, pulsa la función “cámara”, retoca la imagen por los filtros de la aplicación para subirle la saturación o convertirla a blanco y negro y problema arreglado. No es un artista, ni es un activista, es un salvador.
Siempre está donde se da de comer a las portadas. Ha entendido mejor que ningún otro artista el apetito de los medios de comunicación y ya podemos referirnos a él como la Belén Esteban del arte, tan sensacional como sensacionalista, siempre con alguna novedad que ofrecer al sacrificio del dios comunicación. Ha logrado convertirse en el mejor producto del delirio capitalista contra el que dice levantarse, mientras recorre campamentos de refugiados con sus productos tecnológicos de gama alta haciéndose selfies en las puertas de las tiendas de campaña de las víctimas, para lanzarlo a las redes sociales como producto fresco (hasta arriba de glutamato).
El final de un artista
“Los refugiados son el fondo”, escribía el corresponsal Hibai Arbide en su cuenta de twitter, cuando vio actuar en Idomeni a los tres machacas de Weiwei, que le rodaban el documental. En Lesbos se hizo una foto, en el mismo lugar y con la misma postura que el niño ahogado Aylan Kurdi y se estampó de morros con todo el equipaje: esa foto pasará a la historia como el día en que murió como artista provocador y contestatario.
Y de repente Carles Puigdemont. “He conocido al valiente líder catalán Carles Puigdemont, un caso que pone a prueba el respeto por los derechos humanos”, escribe el ex artista del ex presidente de la Generalitat. En la foto aparecen juntos indicando sobre un mapa la Península Ibérica, dividida todavía en dos países. Por su parte, Puigdemont compartió, en Twitter, la imagen del encuentro con este mensaje: “Gracias por una conversación extraordinaria y por el profundo compromiso con los derechos humanos”.
El artista protegido por Elena Ochoa (en 2009 montó la primera exposición dedicada a su trabajo en España) ya dijo a este periódico, en su paso por la Seminci de Valladolid (presentaba la película Human Flow), que "Europa debe defender las distintas identidades y las distintas lenguas" y que el problema en Cataluña se solucionará "con diálogo y no con represión", porque, de lo contrario, "volverá más fuerte".
Una de arte de la democracia
Más allá del gesto político, que convertirá a Weiwei en hijo predilecto de la mitad de la sociedad catalana -por ungir con el aceite de la víctima al presidente fugado- y en el tipo más detestable de la otra -por ungir con el aceite de la víctima al presidente fugado-, la foto es un hito en la vida instamagreada de Weiwei. En realidad, la instantánea es testimonio del reconocimiento de la valía artística de quien ha hecho de la resistencia al poder arbitrario su mejor marca y su producto más rentable, con el que ha dado la vuelta al mundo denunciando los ataques desproporcionados contra las minorías que defiende, gracias a una poderosa imaginación que no parece tener fin, ni finalidad.
Ai Weiwei no ha tenido más remedio que rendirse ante la más extraordinaria de todas las obras de arte política jamás contadas: el procés, en el que su creador ha logrado implicar en su creación a la sociedad civil al completo, de arriba abajo, de izquierda a derecha, con repercusiones en la misma Constitución del país. Lo que empezó como una performance, se ha convertido en una instalación interminable que mantienen viva la cantidad de actores que han decidido tomar partido en ella. Si antes, en la antigüedad, el debate enfrentó a la naturaleza y el arte por la eternidad, en la actualidad es la política la que golea al arte.