IKEA se la cuela al Museo del Romanticismo
La tienda sueca coloca varios de sus productos en las salas del Museo del Romanticismo, camuflados entre las joyas de este tesoro de la intimidad de hace un siglo y medio.
18 mayo, 2018 12:34Noticias relacionadas
Una butaca. Ikea cuela una butaca (y parte de su catálogo) en las salas del Museo del Romanticismo, camufladas entre las joyas de este tesoro de la intimidad de hace un siglo y medio. Y, ojo, no va a poder distinguir si lo que mira es del siglo XIX o del siglo XXI. Quizá sea una afirmación un tanto exagerada, pero la confusión es total en el paseo por las 25 salas del museo estatal. Es una actividad que ha montado la entidad madrileña con la empresa de decoración, para celebrar el día y la noche de los museos.
Durante hoy viernes, sábado (hasta medianoche) y domingo (hasta mediodía) el museo le invita a jugar. Y por qué no. Advertencia: relaje la marcha, afine la atención y pregúntese si sus hábitos, costumbres y decoración están tan lejos los hábitos, las costumbres y las decoraciones de la vida de Goya. Será una instalación por tres días, no hay ningún propósito científico, es una experiencia nueva, tal y como propone el lema del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS) para este día: “nuevos enfoques, nuevos públicos”.
Los creativos de la empresa propusieron hace meses -sin intercambio económico, aseguran desde el museo- a la dirección una relación para continuar esa campaña de publicidad, en la que una señora entra en un salón con una llave allen en la mano y pregunta a su marido y señoro quién ha metido un mueble de Ikea en su lujosa mansión de ricachones. Muy peronista todo: lujo barato a todo trapo para clases medias empobrecidas. En esa línea, han colado los objetos (que nos resistimos a identificar para no spoilerales el juego) entre el enjambre de cuadros, aparadores, camas, escritorios, mesas, butacas y ese universo recargado que termina en un golpe de mareo.
Así que sí, han colado una llave allen en el Museo del Romanticismo y hemos de reconocerlo, el museo lo ha hecho con mucho cuidado y precaución, conscientes de la delgada línea roja promocional en la que han decidido jugar. El riesgo, incluso para los ojos de este pureta, ha merecido la pena por muchas razones. La del paseo que escudriña es una. Otra, porque es una metáfora perfecta de la capacidad que tiene el producto y el mercado para transformarse y colarse, incluso, en el pasado. Es tan invisible, que está en todas partes.
De hecho, el simulacro de verdad es tan sorprendente que la visita acaba y uno puede llegar a pensar -una vez no ha distinguido nada de todo-, que todo lo que ha visto es Ikea. Es más, que el siglo XIX es un invento de Ikea. Hasta el confort. Y los salones. Y los dormitorios. Y los recibidores. Pero no, no se confundan. Nuestra intimidad no la inventó Ikea, aunque les cueste creerlo.
“He metido la pata todo el rato”, dice un señor a la salida, sonriendo, aceptando y disfrutando de la fiesta del equívoco, mientras todos esos retratos que cuelgan de las paredes miran y ríen, abren los ojos, mueven las cejas, para indicar que está ahí, que el trampantojo es ese. Que los suelos también se miran, porque en los suelos está la salsa de la vida. Y esta es una pista...