Lorenzo Lotto es un maldito desconocido, quinientos años lejos del mainstream. A diferencia de Rafael, Tiziano o Bronzino, no fue retratista cortesano. Ninguna corte de Italia, ni la papal, ni la imperial, reclamó nunca sus servicios. Tampoco suscitó interés en la aristocracia veneciana donde había nacido. Fue un pintor en marcha, a la busca de un poco de trabajo y fama en los lugares en los que residió (Treviso, Bérgamo, Roma y las Marcas), donde sí le atendieron las élites.
Murió pobre, fue olvidado inmediatamente y en los años ochenta fue rescatado por el historiador del arte Bernard Berenson, que le calificó como el primer pintor moderno, al interesarse por la dimensión psicológica de sus retratados. Pero desde el redescubrimiento sólo cuatro grandes retrospectivas se han preocupado por el tapado del Renacimiento. Y a pesar de su invisibilidad, “es una grandeza paralela a la de Tiziano”. Eso ha dicho Enrico Maria Dal Pozzolo, experto en la obra del pintor veneciano al que recuerda por su “irreductible deseo de ser libre”. No le salió gratis.
Dal Pozzolo es, junto a Miguel Falomir, el comisario de la gran muestra que inaugura el Museo del Prado dedicada a los retratos de este artista ausente. “Tiziano retrató a los triunfadores del siglo XVI, Lotto muestra a los personajes alejados del mainstream”, apunta Falomir. Mientras uno retrata a Carlos V a caballo en Mühlberg, el otro a un campesino. “Una exposición de retratos de Tiziano sería más aburrida que una del Lotto”, explica el director del Prado, el museo cuyo pintor estrella es, precisamente, Tiziano. De Lotto hay tres cuadros (uno en el Thyssen y los otros dos en la pinacoteca nacional) en España.
“Es uno de los pintores más singulares del Renacimiento, con la personalidad más fuerte”, añade Falomir, que destaca cómo su vida nómada le permitió recibir los más diversos estímulos pictóricos y las soluciones más variadas. “Sus retratos no se limitan a representar al personaje, sino a contar su vida. Un retrato de Lotto se convierte en un relato”, según Falomir, que ha elogiado el montaje “muy visual” que ha diseñado Jesús Moreno.
Observador y detallista
De hecho, la muestra incluye objetos y complementos que aparecen referidos en los cuadros. Desde joyas a camisas, pasando por esculturas. El amplio repertorio de motivos decorativos y de moda descubren a un observador nato. Detallista y delicado. Armaduras, indumentaria, joyas, cortinajes no aniquilan la personalidad del retratado, sino que lo complementan y enfatizan. Se agradece ese esfuerzo por ir más allá del “cromo” colgado.
La derrota profesional mas severa de su carrera son los frescos del Vaticano, que fueron borrados para dejar espacio a los de Rafael y no ha quedado rastro alguno de ningún otro trabajo suyo en la Ciudad Eterna durante el tiempo que permaneció.
A pesar del apagón comercial que tuvo en vida, Lotto retrató a obispos, altos funcionarios y ricos mercaderes, aunque también a artesanos y profesionales, pero también a grupos marginados, como judíos y pobres (de hecho, el único autorretrato que se tiene de él aparece pintado entre ellos).
En Bérgamo, durante los primeros años veinte del siglo XVI, experimentó con todas las modalidades de representación y "en términos tan originales que no tuvo equivalentes en el arte italiano de la época". De esta manera, Lotto logró ganarse el favor de los ricos de la ciudad con retratos "vivos, cultos y dialógicos". Sus clientes seguían sin ser los nobles, pero esa burguesía rica y ambiciosa que le pagaba asimilaba sus soluciones libres y novedosas.
La técnica del maestro
“Lotto comenzaba sus retratos con sintéticos apuntes a pluma sobre papel para situar a los personajes. Ignoramos si para ello el cliente se desplazaba al taller del artista o viceversa”, cuenta la restauradora del Prado Ana González Mozo en el catálogo, que ha estudiado la técnica del pintor, poco conocida hasta el momento.
“El cuidado puesto en los bocetos más acabados justifica la ausencia en los retratos de Lotto tanto de un dibujo subyacente nítido como de correcciones importantes en las primeras etapas, algo que sí se registra en sus obras religiosas de gran formato”. El pintor fue abandonando paulatinamente el dibujo con medios líquidos cmoo la tinta o el óleo. Su economía no levantaba cabeza, pero es que tampoco empleaba calcos en los retratos como hacía Tiziano para realizar réplicas que ponía a la venta.
La especialista en lo que no se ve asegura que el trazado subyacente es un esqueleto sumario de la composición “y nunca una parte activa de la imagen visible, al contrario de lo que sucede en las de sus contemporáneos o predecesores inmediatos como Andrea Mantegna, Giorgione o Tiziano”. Lotto cambia la tabla por la tela hacia 1530, en plena madurez, cuando se multiplican los textiles en el ámbito véneto. Cuando trabajaba lejos de Venecia, el pintor se hacía traer de allí los colores, aunque también recurrió a comerciantes locales.
Utilizó casi todos los azules, y el más utilizado es el lapislázuli. “Lo adquiría en bruto -en forma de piedra- y lo sometía a procesos de purificación”. Sus amarillos “son especialmente extraños y vibrantes”. Sus rojos “son más tradicionales” y destaca el cinabrio.
Manos parlantes
Los retratos de Lotto son una clase aplicada a las artes escénicas: desde los complementos con los que rodea al retratado a sus gestos. Es el caso de los cuadros que han hecho inmortales a Lucrecia, al arquitecto Giovanni del Coro y a Andrea Odoni, pero también el del matrimonio de Giovanni Maria Cassotti y Laura Assonica. “El artista acudió a gestos y ademanes con mayor frecuencia que sus colegas italianos, dotando a los retratos de una vívida elocuencia”. Los modelos se comunican con las manos, no paran de hablar por ellos. Lotto es un soberbio pintor de manos elocuentes.
Pero sus buenas artes no fueron suficiente para llegar a fin de mes. Según cuentan los especialistas, las expectativas económicas de Lotto se veían a menudo defraudadas. “Parece evidente que tenía un concepto más elevado de su quehacer como retratista que su clientela”. De hecho, pagaba a sus caseros con retratos. En algunos casos el cliente rechazaba su retrato y él lo vendía tras transformarlo en un santo. No ser un pintor cortesano mermó sus finanzas.
Lo habitual era que el pintor recibiera menos dinero de lo que el pintor creía adecuado. A la familia Dalla Volta les pidió 50 ducados por el retrato, pero no le pagaron más de 20. Las cosas estaban tan apretadas para el pintor que la retribución no era siempre monetaria. “A veces lo compaginó con el pago en especie”. Con el retrato de Ludovico Grazioli pidió lo siguiente: “Me debe dar vino u otras cosas que le parezcan bien y dinero y pagarme muy bien”.