“Si España no es una dictadura, se le parece bastante”. Lo contaba Santiago Sierra a este periódico el año pasado, cuando su obra Presos políticos en la España contemporánea fue censurada de la galería de Helga de Alvear, en ARCO, a instancias de la cúpula de IFEMA. Ahí el polémico artista apuntó que se pretendía “evitar que el público percibiese siquiera el concepto de ‘preso político’ en la España contemporánea”: “Supongo que se considera al público inmaduro como para juzgar por sí mismo”, alegó.
Finalmente la obra fue adquirida por el socio de Mediapro Tatxo Benet, por un precio de 80.000 euros más IVA (es decir, 96.000 euros), y Sierra, insatisfecho, ha vuelto esta edición a por lo suyo: el zafarrancho, ahora tomando como cabeza de turco al rey Felipe VI, representado en un ninot de 4,4 metros y valorado en 200.000 euros. Lo hace compañado por otro enfant terrible del arte, otro polemista profesional, Eugenio Merino.
El comprador, por contrato, tendrá que quemar el muñeco en un año, dejando sólo su calavera. Ese será el recuerdo para el acaudalado adquirente: una foto de la performance y un majestuoso cráneo. Esta performance de la destrucción de la obra sigue la misma lógica que la que protagonizó hace poco el anónimo Banksy, cuando una de sus láminas -que acababa de ser comprada por 1,4 millones de dólares- se autotrituró en presencia de un público atónito. Aquí la nueva trampa moderna, la trolleada más contemporánea: pague por el exterminio, acoquine por la pulverización.
Intentan huir del sistema pero son sistema: finalmente tanto el alabado Banksy como los provocadores profesionales Sierra y Merino hacen de la polémica su propio márketing. Su ir a al contra sólo les engrosa la cartera. No viven en los márgenes, sólo los acarician antes de llegar al centro de la pista y pasar el platillo.
Santiago Sierra
No hay manera de escaldar a Santiago Sierra, un madrileño del 66 que hilvana la vida entre sonrojo y sonrojo -siempre de los otros, de los agredidos por su arte, de los ciudadanos escandalizados que le contemplan, ojipláticos, hacer y deshacer-. Sierra, licenciado en Bellas Artes por la Complutense, ha trabajado en Hamburgo, en México y en Italia: aquí en Madrid se solía mover por los circuitos alternativos, a pesar de acabar exponiendo su trabajo en museos tan importantes como el Kiasma de Arte Contemporáneo de Helsinki, el Kunst-Werke de Berlín o el MoMA de Nueva York.
Es un Goytisolo a su manera: le disgusta la idea de complacer al establishment, de pasar a formar parte del redil de los grandes poderes económicos. ¿Cómo hacer para molestar más; cómo hacer para ser expulsado? Recuerden cuando en 2010 fue galardonado con el Premio Nacional de Artes Plásticas de España por “su obra crítica, que reflexiona sobre la explotación y la exclusión de las personas, y genera un debate sobre las estructuras de poder”, o así lo enunció el Ministerio de Cultura, que ya más sistema no se puede ser. A veces el Estado juega a premiar a los niños rebeldes que señalan sus grietas, pero a ellos poca gracia les hace.
Al día siguiente, Sierra rechazó el galardón con una severa carta a la ministra de Cultura: “Los premios se conceden a quien ha realizado un servicio, como por ejemplo a un empleado del mes (…) Este premio instrumentaliza en beneficio del Estado el prestigio del premiado”. Y siguió arremetiendo: “El Estado no somos todos. El Estado son ustedes y sus amigos. Por lo tanto, no me cuenten entre ellos, pues yo soy un artista serio. ¡Salud y Libertad!”. En la misma misiva señaló que su rechazo al Estado se basa en que éste “participa en guerras dementes alineado con un imperio criminal”: “Es un Estado que dona alegremente el dinero común a la banca. Un Estado empeñado en el desmontaje del estado de bienestar en beneficio de una minoría internacional y local”.
Otra de sus obras más polémicas fue Los penetrados, un vídeo de 45 minutos en ocho actos donde muestra todas las combinaciones posibles de penetración anal entre grupos de hombres y mujeres de razas blanca y negra. Para grabar estas imágenes, el artista puso anuncios solicitando voluntarios que serían financiados con 250 euros y aseguró que el vídeo no sería "pornografía", porque sólo se proyectaría "en galerías de arte". Con esta idea trataba de reflejar el "tradicional miedo de los blancos hacia los negros" y apuntaba que se trata de un pánico no sólo laboral -por eso de que nos quiten el trabajo- sino "también sexual", en cuanto a la paranoia hacia una sexualidad que nos rebaje.
Ojo también a Los encargados, un trabajo conjunto con Jorge Galindo en el que señalaban a los responsables de la crisis económica y social española. Ahí un vídeo rodado en blanco y negro con la banda sonora de la Varsoviana soviética: siete coches oficiales rematados con retratos boca abajo con las caras del rey Juan Carlos, Adolfo Suárez, Calvo-Sotelo, Felipe González, Aznar, Rodríguez Zapatero y Rajoy. A ojos de los artistas, las caras más visibles "del Régimen", "tocomocho de la Transición", los líderes "del gran timo", como aseguraron entonces.
Eugenio Merino
Eugenio Merino (Madrid, 1975) es sinónimo de provocación, de arte incómodo, de cultura política. Sus obras son un compendio de personajes icónicos –generalmente los gobernantes más discutidos– y crítica explícita. Es discípulo aventajado de la sátira y busca siempre provocar un profundo impacto, entre el escándalo y la complicidad, en todo aquel que observa sus creaciones hiperrealistas. Merino es el enfant terrible de ARCO. Para el recuerdo aquella escultura, Always Franco, presentada en la edición de la feria de 2012, en la que metió al dictador en una nevera con el diseño de Coca-Cola para denunciar ciertas actitudes franquistas.
Pero su largo historial de polémicas relacionadas con ARCO viene de largo. La primera gran polvareda la levantó en 2008 con Viva Fidel zombie, una obra en la que representaba al revolucionario cubano, todavía vivo en aquel entonces, como un muerto viviente, con los ojos en blanco y la parte derecha de la cara desgarrada, y el chándal de Cuba hecho añicos. “Todo el mundo, en foros y en periódicos, le llamaba zombie, y pensé que cómo no se le había ocurrido a nadie”, explicó en su día como justificación. La pieza fue vendida a un coleccionista privado por 24.000 euros.
Al año siguiente, en 2009, Eugenio Merino volvió a la carga con 4 the love of Go(l)d, una obra en la que mostraba al artista inglés Damien Hirst pegándose un tiro en la cabeza con un revólver. Se granjeó hasta los titulares de toda la prensa británica. "En mis trabajos hay un poco de todo: tragedia, drama, comedia y algo de mala leche. Incluso crítica social. Y eso que nunca acabo de implicarme demasiado. No soy de izquierdas ni de derechas", ha explicado el controvertido creador en alguna ocasión.
En 2010, Merino vendió por 45.000 euros una especie de estatua que combinaba a un sacerdote rezando de rodillas sobre la espalda de un imán acostado y sobre cuyos hombros se levantaba un rabino con la Torá. La pieza, titulada Stairway to heaven, levantó profundas críticas entre la comunidad judía: la embajada de Israel en Madrid la calificó de “ofensiva” e “hiriente”. Según el artista, la finalidad de la obra era Dios: “Es una torre, tienen sus respectivos libros religiosos intercambiados entre sí, y todos aceptan la religión de los demás”.
Pero no se acaba ahí la incómoda obra de Eugenio Merino. Entre sus creaciones más conocidas también se encuentra una de Bin Laden convertido en John Travolta en Fiebre del sábado noche, al Dalai Lama sosteniendo un AK-47 como si fuese Rambo, al expresidente estadounidense George Bush practicando yoga o al enano de Twin Peaks con un traje rojo danzando sobre la tumba de Franco. Sus últimas performances han sido embalar la cabeza de Donald Trump en una caja de cartón para exponerla en Nueva York –“ahí está lo que le falta, el cerebro”, dijo- o instalar en Málaga una capilla ardiente de Pablo Picasso para criticar el turismo de masas.
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