Los directores de teatro Seth Bockley y Robert Falls necesitaron tres milagros para llevar a buen puerto su versión teatral de 2666, la obra magna y póstuma del escritor chileno Roberto Bolaño.
El primero fue, en sí mismo, como un cuento aparte. Una señal del destino. Un ángel de la guarda llamado Roy Cockrum, cuyo periplo vital empezó en el mundo de la actuación. Después de dos décadas de trabajo no tan fructuoso, decidió recluirse en un monasterio de la orden de San Juan Evangelista.
En pleno siglo XXI, en la era del frenesí, el mundo tenía que detenerse para leer mil páginas intrincadas
No lo hizo tan convencido, pues mientras firmaba el voto de pobreza jugaba con el rabillo del ojo a la lotería. Un día le tocaron 150 millones de dólares y, por supuesto, colgó los hábitos, pero decidió montar una fundación para promover las artes y debutar financiando sin miramientos esta producción que ahora se encuentra en sus últimos días de ensayo. El día 6 de febrero y hasta el 13 de marzo 2666 se subirá a las tablas del teatro Goodman de Chicago.
El segundo milagro quizá era el más difícil, el más poético, el que no podía dejar en manos de la casualidad. En pleno siglo XXI, en la era del frenesí, el mundo tenía que detenerse para leer mil páginas intrincadas, dolorosas e inacabadas con un título que ni siquiera tras la palabra fin cobraría sentido. También sucedió. Y así, Seth Bockley, joven e independiente, y Robert Falls, veterano e infalible de 61 años, se embarcaron en el proyecto “ambicioso y audaz” de convertir las cinco historias del chileno en cinco horas de teatro y representar sus 80 personajes con apenas 15 actores.
“El hecho de que un libro como 2666 se convirtiera en un best-seller, de alguna manera, te devuelve la fe en la humanidad”, explica a EL ESPAÑOL Bockley, quien, a sus 34 años todavía está iluminado por su “misión” sobre las tablas. “El éxito de la novela fue una especie de rebelión contra el mundo a mordiscos en que vivimos. A veces es maravilloso perderse en un mundo amplio, en una historia larga en una experiencia completa”, añade.
Clavar a la butaca
El tercer milagro es el que ahora aspira a fraguarse: que los dos directores conviertan esas cinco historias y esa prosa epifánica en un espectáculo coherente y soportable. Ya como novela era difícil: si Bolaño no hubiera muerto antes de publicar 2666, quizá alguien la hubiese definido como suicida. Hasta las mejores críticas recalcaban el carácter “exasperante” de su lectura.
Bockley y Falls tendrán que sobrevivir el órdago ante un público que no podrá cerrar el libro (aunque tendrá tres intermedios), sino clavarse en la butaca durante más de media jornada laboral. O, dicho de otro modo, los directores tendrán que capturar la densidad emocional, humana, violenta y, sobre todo, intangible de Bolaño.
Esta novela tiene unos personajes muy fuertes que la convierten en una experiencia muy teatral
El escritor moría porque su hígado había dejado de funcionar y en su pluma, retratando una Santa Teresa que se sabía Ciudad Juárez, no buscaba la víscera caliente, sino el escalpelo helador sin anestesia. ¿Operación a corazón abierto al siglo XX? ¿O quizá autopsia? Vida y muerte en la misma sala.
“Alguien definió esta novela como posmoderna y es verdad que no tiene un sentido estricto de la trama, de la acción. Nosotros hemos aprovechado eso para hacerla como una experiencia caleidoscópica, casi alucinógena. El publico se sorprenderá con los cambios de cada escena –habrá también multimedia, e incluso se habla de una influencia de Quentin Tarantino- pero, dicho esto, creo que esta novela tiene unos personajes muy fuertes que la convierten en una experiencia muy teatral”, afirma Bockley.
Es de locos. Y es nuestro sueño. Nos ha costado mucho esfuerzo, nos lleva por temas durísimos. Pero todo es enormemente bello
Es la primera vez que alguien en Estados Unidos asume esta complicada empresa (Àlex Rigola se atrevió en 2007 en España). Son, como ellos mismos reconocen, cinco obras en una. El recorrido metaliterario de La parte de los críticos, se posará en un claustro de profesores universitarios; el acercamiento progresivo a la locura filosófica de La parte de Amalfitano en una arcada “hermosa y naturalista”, pasarán por el feminicidio desde el relato (La parte de Fate) y desde la vida (La parte de los crímenes), y la Historia que nos recuerda la historia (La parte de Arichimboli) se convertirá “en un espacio flexible como la imaginación”, en palabras de Bockley.
Un misterio sin resolver
Bockley reconoce que siempre amó la literatura de su país, pero que desde que leyó 2666 soñó con viajar a Santa Teresa. Cita a Herman Melville, a David Foster Wallace o a Thomas Pychon. “La épica está viva en nuestra literatura y nuestro teatro”, reconoce, pero nada como Bolaño. “Es de locos. Y es nuestro sueño. Nos ha costado mucho esfuerzo, nos lleva por temas durísimos. Pero todo es enormemente bello”, asegura.
“Será un reto para el público, pero yo nunca he hecho nada que sea deliberadamente incómodo y desagradable. Bolaño puede que tenga un punto sádico, y sí creo que la audiencia hace al espectador enfrentarse a un contenido que es difícil. Pero nuestra idea es que, sin huir del texto, la obra transite de manera hermosa”, insiste su codirector, quien no considera que 2666 sea, en absoluto, una obra inacabada.
“Mucha gente dice que esta obra no se termina, simplemente se detiene. Pero yo creo que eso está presente en la obra de Bolaño. Creo que es lo que Bolaño quería que fuera. En muchos casos hay un misterio sobre una trama que nunca se resuelve, pero hay mucho sentido en la búsqueda”.