“Ese pan que se me ofrece, no es el pan que comí antes. Antes fue el pan de justicia, dulce pan para mi hambre”. Ángela Mendaro ruge cuando dice estas líneas de Oratorio, obra en la que interpretó a Antígona poco después de entrar en el Teatro Estudio Lebrijano. “Un día, Juan Bernabé me cedió el sitio en la iglesia y al final de la homilía me dijo si me gustaría unirme al grupo”. Ángela tenía entonces 15 años y nada parecido a una conciencia social. “Era de Lebrija pero estudiaba en un internado de Sevilla. ¡Y mi padre era alcalde del pueblo en pleno franquismo!”. Su progenitor, dice, era de derechas pero liberal. “Si no, ¿cómo me habría dejado unirme a esa gente?”.
Donde íbamos nos esperaba la Guardia Civil. A veces nos dejaban actuar y otras no
“Esa gente” eran jornaleros y estudiantes encabezados por un aspirante a cura con una sola cosa en común: la lucha antifranquista. Para actuar por plazas y cortijos, sus escenarios, iban en un remolque en el que cargaban todos los permisos y un texto censurado. La obra sin cortes, sólo estaba en sus cabezas. “Donde íbamos nos esperaba la Guardia Civil. A veces nos dejaban actuar y otras no”, explica Pepe García, actor de aquel grupo y coordinador de la asociación Juan Bernabé, organizadora de las actividades con las que se recordará el 50 aniversario del TEL durante todo un año.
García, que estudió Medicina y ha ejercido toda su vida laboral como cirujano en la sanidad pública, recuerda aquellos años con una mezcla de rabia y alegría. “Al final de la función, hacíamos una asamblea con los espectadores para hablarles de libertad de prensa o de que la tierra es de quien la trabaja”. Si rondaba algún chivato, cuenta riendo, los vecinos avisaban: “‘¡Qué vienen moscas!’, decían y nosotros dejábamos la política y les hablábamos de Alejandro Casona o de Bertolt Brecht”.
Censura e identidad andaluza
Que los actores del TEL pudieran citar a autores de izquierdas o exiliados con “moscas” cerca se explica porque el grupo nació en 1966, año que inaugura la etapa “aperturista” de la censura franquista y aún bullía el debate entre posibilistas e imposibilistas. Entre los primeros, Antonio Buero Vallejo, partidario de escribir obras valientes pero viables. Entre los segundos, Alfonso Sastre, defensor de escribir libremente aunque eso impidiera la representación de la obra. Juan Bernabé, el seminarista que fundó el TEL, no podía detenerse en esas discusiones: su público no compraba entradas, ni leía libros y él, en realidad, más que enseñarles autores o textos, les mostraba sus derechos.
'¡Qué vienen moscas!', decían y nosotros dejábamos la política y les hablábamos de Alejandro Casona o de Bertolt Brecht
“Bernabé fue al seminario por necesidad, para poder estudiar, pero dejó los hábitos en cuanto tuvo ocasión”, cuenta Pepe García de su compañero. “Él tenía 18 años, yo 16, y las primeras obras que interpretamos fueron de Fernando Arrabal, Lauro Olmo y Buero Vallejo. Tres piezas cortas que inauguraron el primer festival de teatro que tuvo nuestro pueblo”. La Lebrija de aquellos años era un lugar repleto de jornaleros casi todos analfabetos, “sin oportunidad de leer ni de ver teatro, mucho menos uno que hablara de sus problemas, de su vida, con sus palabras y con su acento”.
El TEL no escatimaba ni un seseo, ni un ceceo, ni un rotacismo, ni una palabra mal dicha si así la decía algún andaluz. El TEL reclamaba la identidad andaluza y para hacerlo, tomaba las calles y convertía a los vecinos en parte de la obra. Sus textos eran “una mezcla de Lorca y del teatro de la crueldad de Artaud”, como explica el artista Pedro G. Romero, una bestialidad escénica a la que se tachó de populista para despreciarla.
No importaba que los referentes de, por ejemplo Oratorio, fueran Antígona y el teatro ritual griego. Precisamente esa obra, de Alfonso Jiménez, consiguió que una compañía rural y amateur actuara en Madrid, Francia y Alemania y que poetas como Rafael Alberti los siguieran de cerca y los apoyaran aún desde el exilio.
Influencia en el teatro profesional
La muerte prematura de Bernabé impidió que le proyecto siguiera adelante. Sin embargo, en un lustro de vida, el TEL estrenó tres obras por año y pasaron por sus filas hasta 80 actores. Tanta actividad tuvo eco en poblaciones cercanas como Arahal, Morón e incluso Sevilla, donde había grupos de teatro parecidos. También dejó simiente en autores como Salvador Távora que en su compañía, La Cuadra, cogió elementos de ese teatro comprometido.
El flamenco no fue neutro, sino que dejó ver su fuerza en la lucha política por las libertades
Por ejemplo, la inclusión del flamenco, que hasta entonces los escenógrafos se habían resistido a incluir en sus obras por considerarlo demasiado popular. Esa dignificación, indica el escritor Antoinio Zoido, fue de ida y vuelta y cambió también la mirada de algunos cantaores: “A partir de ahí, el flamenco no fue neutro, sino que dejó ver su fuerza en la lucha política por las libertades con las coplas de Moreno Galván, los cantes de José Menese o Manuel Gerena”.
“Comenzó un largo rosario / de miedos y de miserias, / de pan negro y letanías / de orden y de derechas / y una infame beatería”. Así dice una letra de Francisco Moreno Galván por rondeña que describe la España franquista y que da cuenta de un flamenco, que como el TEL, iba adquiriendo conciencia social. Uno exponente de esa corriente fue Juan Peña El Lebrijano, cantaor fallecido recientemente, que incluyó a los gitanos a esa lucha por la libertad y los derechos sociales.
Si creando no te sale la rebeldía, eres sólo un profesional. No concibo hacer teatro o flamenco sin compromiso
Hoy ese testigo está en manos de gente como Miguel Ángel Vargas, director de escena que prepara un show junto al cantaor José Valencia incluido en las actividades organizadas para recordar a Bernabé. “Si creando no te sale la rebeldía, eres sólo un profesional. No concibo hacer teatro o flamenco sin compromiso”, dice quien también es concejal de Podemos en Lebrija.
Del PSOE a Podemos
Ángela Mendaro, hoy jubilada, también fue regidora en Lebrija y tuvo otros cargos en distintas instituciones públicas andaluzas. Su militancia la ejerció en el PSOE, donde según Vargas, acabaron muchos de los componentes del TEL. Pepe García puntualiza que si por algo se caracterizaba el grupo era porque contenía diversos sentires políticos. “Había católicos, gente con dinero, jornaleros, analfabetos, gente muy instruida y menos...”
Hoy, Vargas no es el único que se proclama heredero del Teatro Lebrijano que ha optado por la formación morada. Benito Zambrano, director de cine, quien dice beber de los preceptos de la dramaturgia que reivindicó la identidad andaluza, fue en la lista de Podemos por Jaén en las últimas elecciones generales. Para Vargas, ese cambio de rumbo tiene sentido. “El TEL era sociedad civil organizada. Por ejemplo, sus sucesores autogestionaron el teatro público que Juan Bernabé consiguió para Lebrija de 1966 a 2005”. Eso dejó de ser así cuando el ayuntamiento dejó de pagar su parte, la gestión pasó a ser de un ente público y así sigue.
Teatro Lebrijano propició muchos de los cambios y avances que han permitido el desarrollo en los últimos 50 años
¿Se ha vuelto la cuna del TEL más conformista? Según Paco Casero, líder histórico del movimiento jornalero en Andalucía, el Teatro Lebrijano propició “muchos de los cambios y avances que han permitido un notable desarrollo en los últimos 50 años”. Eso está ahí y hay que recordar los logros obtenidos, dice Mendaro, pero reconoce que durante años la gente vivió mejor y dejó de pelear. Vargas cree que con la democracia, se produjo cierto acomodo.
Esa misma idea atraviesa el libro Entre el trabajo y los subsidios del Estado: los jornaleros de Lebrija, donde el antropólogo Félix Talego explica cómo pasaron los campesinos del Bajo Guadalquivir de tener unas duras condiciones de vida que acompañaron de una férrea lucha por sus derechos a depender de las ayudas estatales. “Conformista y desencantado”, dice el autor en referencia a la actitud de los trabajadores del campo tras tanto combate antifranquista y tan poca recompensa.
Bernabé fue asediado después de representar Oratorio en Madrid y lo multaron con 150.000 pesetas por alterar el orden público
Pero Mendaro no quiere que se olvide lo obtenido: “Que una mujer mayor, como hay muchas en Lebrija, vaya a la piscina municipal era algo impensable cuando nació el TEL. Lo era por falta de recursos pero también de mentalidad”. García, su marido, es prudente a la hora de establecer paralelismos entre épocas pero hay cosas como la Ley Orgánica de protección de la seguridad ciudadana (conocida como “ley mordaza”) que le recuerdan a situaciones de hace 50 años.
“Bernabé fue asediado después de representar Oratorio en Madrid y lo multaron con 150.000 pesetas por alterar el orden público. A los demás nos perseguían diciendo que nuestros textos atacaban al régimen”. García, que militó hasta 1973 en el Partido del Trabajo, no ha vuelto adherirse a ninguna formación política pero asegura que “sin duda, la de hoy es una democracia con flecos por corregir”.
Las mujeres
A Mendaro, le brotó en el TEL una conciencia política y le permitió conocer cómo vivían las mujeres de otras clases sociales. “Yo no podía ni imaginar que hubiera gente que viviera así”. Cuenta que para cambiarse de ropa, usaban como camerinos las habitaciones que les ofrecían las mujeres de los pueblos y los cortijos. “Habitaciones, no casas, porque eso no eran casas”, cuenta ya añade que cuando actuaban en domingo debían esperar a que los hombres volvieran del campo porque para los jornaleros no había ni un día de descanso. “Ese trabajo se doblaba en el caso de ellas, pues iban al campo y cuidaban la casa y a los hijos”.
Bernabé iba con una grabadora y hablaba con los espectadores para recoger sus opiniones, pero entonces ellas no se atrevían
El TEL se caracterizaba por implicar al espectador y Mendaro explica que ellas eran el público más activo, aunque cuando se les pedía su opinión tras la función, daban un paso atrás. “Bernabé iba con una grabadora y hablaba con los espectadores para recoger sus opiniones, pero entonces ellas no se atrevían”.
Pero en las funciones, casi siempre eran las mujeres quienes interpelaban a los actores con gritos como “¡eso que dice es verdad¡” o “¡tienes razón!”. Un día en Salamanca, la cosa fue más lejos y una señora se quitó una bota y se la tiró al actor que hacía el papel de un cura. Y otro día, al mismo personaje lo abofeteó una espectadora.
La escena podría ser un caso práctico del concepto de “arte crítico” que dio Jacques Rancière, un arte que transforma al espectador en actor que cambia su contexto por reacción a lo que ve. O quizás sólo dé cuenta de lo poco familiarizado que estaba el público rural y analfabeto al que se dirigía el TEL. “Para muchos, era la primera vez que presenciaban una obra y les costaba entrar en ese código”, cuenta Mendaro.
A este proyecto le pasó como a la figura del cantautor: con la democracia, perdió sentido
La que fuera Antígona en Oratorio está segura de que el TEL no volverá. La asociación Juan Bernabé mantiene vivo el espíritu de aquella compañía y sus miembros consideran que eso es hoy suficiente. “Obviamente, vivimos un retroceso en nuestros derechos, pero no estamos en una dictadura y a este proyecto le pasó como a la figura del cantautor: con la democracia, perdió sentido”.
La opinión de Ángela sigue la línea de lo que Raquel Merino, de la Universidad del País Vasco, dejó escrito en un estudio sobre la censura de los textos teatrales: “Desaparecido el oponente por antonomasia, el teatro enfrentado al régimen desapareció con él.” Mendaro no tiene interés en que el proyecto resucite y lo expresa de esta forma: “Ojalá no haga falta nunca otro Teatro Lebrijano”.