Hay óperas que no requieren mucho más atrezo que una mesa y una silla. Algunos directores de escena (los responsables de todo lo que no es música) dicen que esta máxima vale en teoría para la mayoría de los títulos. La ópera es música, pero también en gran medida dirección de los actores. En ellos reside el verdadero potencial dramático. ¿Qué tiene un mayor poder para transportar al espectador a otra época? ¿El decorado, el vestuario, las pelucas, o las actitudes vivas de los actores (que son mucho más que cantantes) y su comportamiento sobre las tablas?
No es una disyuntiva que obligue a nadie elegir por exclusión, afortunadamente. La Elektra de Richard Strauss que estos días se representa en el Liceu tiene todos estos elementos en dosis generosas, pero destaca por la intensidad psicológica de su puesta en escena y por la humanización de Klytaemnestra, una de las tres protagonistas y madre de Elektra y de Chrysostemis.
El libreto se basa en la tragedia de Sófocles, escrita hace casi 2.500 años, pero la versión del fallecido director de escena Patrice Chereau transforma la trama palaciega en el relato del dolor en el seno de una familia desestructurada
El libreto se basa en la tragedia de Sófocles, escrita hace casi 2.500 años, pero la versión del fallecido director de escena Patrice Chereau transforma la trama palaciega en el relato del dolor en el seno de una familia desestructurada. Elektra busca venganza porque su madre, Klytaemnestra, conspiró con su amante para matar a su padre, el rey Agamenón. La ópera comienza en ese momento, con un Agamenón ya ausente, Elektra culpando a su madre y Chrysosthemis, la otra hermana, desvinculándose, sin querer líos y descartando un ajuste de cuentas para tratar de seguir viviendo.
Elektra, la víctima
La versión de Chereau, estrenada en el festival de Aix en Provence en 2013 y que ha llegado a Barcelona casi con el mismo reparto, no nos habla de los antecedentes (Agamenón muere porque sacrifica a su hija Ifigenia para conseguir el favor de los dioses en la Guerra de Troya), ni de las grandezas del palacio de Micenas a cuyas puertas se desarrolla la acción en un acto único.
La virtud del montaje, sobrio en el decorado y que lo apuesta todo al trabajo actoral, además de a la calidad de los cantantes, hace que Elektra (Evelyn Herlitzius) parezca esa hija desconsolada, víctima de su propia familia y que no soporta a su madre culpable, hasta el punto de querer matarla. Chrysosthemis (Adrianne Pieczonka) es la hermana que no quiere líos, que sólo busca evadirse hacia una vida convencional, con marido e hijos, quizás inconsciente de que la herida que sangra a través de Elektra le es común.
La virtud del montaje es que hace que Elektra (Evelyn Herlitzius) parezca esa hija desconsolada, víctima de su propia familia y que no soporta a su madre culpable, hasta el punto de querer matarla
El personaje más logrado es sin duda el de Klytaemnestra (Waltraud Meier), la madre que, lejos de comportarse como una reina, acusa la culpabilidad, tiene pesadillas por sus actos y en realidad ya no sabe cómo tratar con sus hijas. Allá donde otros montajes caracterizan a Klytaenmnestra como una perversa, aquí parece más bien una atormentada. Si otros directores de escena se dejan caer en la suntuosidad de los palacios, en la dicotomía del verdugo y la víctima, la mala y la buena, la madre y la hija, Chereau limpia la acción de elementos extraños y de caricaturas.
La venganza
En el drama de Elektra hay asesinatos, pero no buenos ni malos, únicamente los efectos perversos de un daño psicológico que sólo parece redimirse con la muerte. Como si se tratase de una metáfora del fatalismo que impregna a las familias desestructuradas mucho más allá de los hechos traumáticos con los que se dañan para siempre las relaciones. Al fin y al cabo, la madre de Elektra tiene motivos de sobra para haber odiado a su marido, que sacrificó a una de sus hijas. Se encuentra, pues, ante una presión insoportable: la culpabilización a manos de su hija y las secuelas psicológicas de un crimen, algo a lo que la voz de Meier y su interpretación del personaje hacen honor hasta helar la sangre.
Elektra lleva a cabo su venganza con la ayuda de su hermano Orest, un hijo pródigo que llega para vengar la muerte de su padre y aliviar a su hermana. Pero cuando se lleva a cabo el plan de Elektra, su vida ya no tiene sentido y ella acaba sucumbiendo tras una danza ebria y llena de delirios.
En el reparto destacan Meier y Pieczonka, que da vida a Elektra, uno de los personajes más difíciles en su género, muy exigente en lo vocal y en lo actoral. Otro de los méritos de la producción es ese acercamiento de un título a otros públicos, aunque sea una ópera de Strauss tan compleja como oscura. La orquesta, muy amplia por requerimiento de la partitura, está bien dirigida por Josep Pons. El acontecimiento, programado con inteligencia por el Liceu, puede que no sea un fenómeno de masas, pero se convierte desde su estreno en uno de los eventos con más peso en la temporada. Alguien debió habérselo contado a la alcaldesa, Ada Colau, que acudió por primera vez al Liceu a pesar de la mejorable relación que el Ayuntamiento tiene con el teatro.