Cuando Billy Budd llegó a su vida, la directora de teatro Deborah Warner (1959, Oxfordshire, Inglaterra), tuvo una sensación frustrante. "Empecé a estudiarla, a escucharla en mi casa. Me pasó algo que nunca me había ocurrido con Benjamin Britten. Me asusté un poco porque pensé que no había suficiente material en ella. Sí. ¡Fui increíblemente estúpida!", reconoce en una sala de ensayo del Teatro Real, no lejos del escenario donde este martes se estrena la nueva producción de la obra, nunca antes representada en Madrid. Warner es la directora de escena de la producción, es decir, la responsable de todo lo que no es música, desde dónde se ambienta la acción hasta cómo se mueven los personajes.
La ópera del compositor inglés se basa en la novela homónima de Herman Melville y su argumento es, en teoría, bastante sencillo. De ahí la perplejidad de Warner, una prestigiosa experta en Shakespeare que ha trabajado en los mejores teatros y óperas del Reino Unido.
Billy Budd es un adonis, un joven marinero que es enrolado en el Indómito, un navío inglés en medio de una guerra con Francia a finales del siglo XVIII. Es leal y bondadoso a pesar de que en el barco de guerra la vida es dura y en ocasiones saca lo peor de los marinos. En su travesía queda a merced de Claggart, el maestro de armas, que le hace la vida imposible y acaba acusándolo de organizar un motín y de recibir dinero de los franceses. Con el capitán Vere como mediador, Billy Budd y Claggart se enfrentan hasta que, de un puñetazo, el joven mata a su superior, siendo condenado por ello a muerte. Billy Budd acepta su destino, que al mismo tiempo da sentido a su vida y sirve como sacrificio por el capitán Vere, al que idolatra.
¿Una historia con buenos y malos? "Ningún gran intérprete ni dramaturgo juzga a sus personajes sino que intentan presentarlos con toda su complejidad y su desorden, tan humano. Y esta obra va del bien y el mal, pero no del blanco o negro. Si ha sobrevivido a mil producciones es porque hay muchas capas que, como una obra de Shakespeare, no se pueden desenmarañar leyéndolas o escuchándolas en casa. Hay que experimentarlas, en mi caso en la sala de ensayo", explica.
La obra está ambientada en un escenario lleno de cuerdas y plataformas, a medio camino entre un barco y un teatro. Para ella, lo atractivo es el contraste entre la dureza y la belleza de la vida a bordo. "A veces puede parecer una prisión o un campo de concentración, pero donde en otras ocasiones hay una gran serenidad, la de un barco surcando el océano apaciblemente, en medio de la vida del mar, con el cielo encima". Lo mismo ocurre con las relaciones entre los personajes. Pueden ser crueles, pero también "de una ternura absoluta y emocionante". En el caso de los tres protagonistas, esos sentimientos "se entrelazan, fluyen unos a través de los otros, cantan su parte y toman la de los demás".
Lo radical del amor que redime
La obra llega a su clímax con la muerte de Claggart. Es ahí cuando Billy Budd, "en el momento previo a su ejecución, alcanza un entendimiento trascendente sobre sí mismo y sobre su vida" en el que muchos ven una analogía con el cristianismo y el sacrificio de Jesucristo. "Cuando Vere [que acepta ejecutar a Billy como castigo pese a que sabe que es un hombre bueno] se da cuenta de lo que ocurre, tiene una revelación y también halla su camino. Ambos lo encuentran y el estímulo es el amor, que redime y da sentido a la vida. Puede ser o no una alegoría cristiana, pero en cualquier caso es una propuesta radical y que va mucho más allá de una religión concreta. Ellos no saben que se aman, pero tienen una conexión muy profunda y al final saben dónde van", explica.
Billy Budd es una de las obras más espirituales de Britten, uno de los autores clave del siglo XX. Ha dejado de ser una apuesta poco convencional de los teatros para convertirse en un reto cada vez más asumido con entusiasmo por su potencial dramático y conexión con el público. La producción que se estrena este martes es una coproducción con la Ópera Nacional de París y la Ópera Nacional de Finlandia.
La participación del principal teatro francés, uno de los más importantes en Europa, es para el Real una muestra de la entidad del proyecto. Antes que en los teatros asociados se estrenará en Madrid, donde se lleva ensayando desde el 5 de diciembre. Es en la capital donde se ha construido la escenografía y llevado a la práctica la idea. Para los responsables de la institución, se trata de la prueba de la etapa adulta del teatro y de su proyección internacional.
Testosterona y homoerotismo
Sobre el escenario hay testosterona en grandes dosis, aunque en el teatro hay quien dice que Warner parece tener a veces más que todos los varones juntos. El reparto cuenta con cinco tenores, ocho barítonos, un barítono-bajo y tres bajos. El coro lo componen 90 personas, de las que 60 cantan y 30 han sido contratadas como figurantes. "No parece un coro. No es como muchos con los que yo haya trabajado antes. Son hombres de verdad que podrían estar en un barco ahora mismo", explica. De igual manera que "en Inglaterra, y estoy segura de que en España, muchos marineros que ya no tenían patrón, que ya no estaban en la Armada, acababan trabajando en teatros".
Muchos de los marineros, comenzando por Billy Budd, lucen cuerpos esculturales que pasean en camisetas de tirantes o torso al aire, algo que da que pensar sobre el homoerotismo tan recurrente en Britten. El propio compositor era homosexual e incluía los instintos sexuales en sus obras como una fuente de riesgos. Para Warner, más que homosexualidad, sobre el escenario hay "ternura y cariño. Simplemente ocurre entre hombres", señala.
Una mujer para dirigir a todos los hombres
Cuando vienes a trabajar dices: ¡Dios mío! ¡150 tipos ahí metidos todos los días! No son precisamente agresivos fans de la selección inglesa que beben mucha cerveza. Son artistas.
Ella es la única mujer entre los hombres que copan todo el reparto y la ficha artística. El director musical es un hombre: Ivor Bolton. También el escenógrafo, el iluminador o el coreógrafo. "La verdad es que choca. Cuando vienes a trabajar dices: ¡Dios mío! ¡150 tipos ahí metidos todos los días! Lo maravilloso es que casi no te das cuenta". Como le ocurre a ella, los hombres a los que dirige son mucho más que un género. "No son precisamente agresivos fans de la selección inglesa que beben mucha cerveza. Son artistas. Ivor Bolton [el director musical] lo recordó hace unos días. Nos resultaba extraño no echar de menos a las sopranos y es cierto que cuando escuchamos a alguna ensayar a lo lejos [para otras obras] suspirábamos un poco. Si sobrevivimos perfectamente sin ellas es porque la orquestación es rica y sofisticada. A veces parece un cuadro de Francis Bacon", asegura.
Warner estrenó hace unos meses una nueva versión de El rey Lear de Shakespeare en el teatro Old Vic de Londres con un reparto muy femenino, "Así compenso", ironiza. Ha dirigido múltiples veces en el Teatro Nacional de Londres, en la English National Opera, así como en el teatro Barbican, en la Scala de Milán o en la Metropolitan Opera de Nueva York.
La ópera, casi como el cine
Comenzó en el teatro y ahora reconoce que va más a la ópera. "Fue una sorpresa para mí. No nací en ella, ¿sabe? Me resistí durante mucho tiempo. Formo parte de una generación a la que al final de los 70 y en los 80 perseguían para que probásemos el género. Yo era muy escéptica, no iba a la ópera, no tenía interés. Ahora encuentro en ella una pasión dramática mucho mayor, al menos en inglés", idioma en la que se canta Billy Budd.
"Creo que en la English National Opera (ENO) se hace en los últimos 20 años, pero sobre todo en los últimos 10, el mejor teatro del país. Y así debería ser, ¿no? En la ópera, los recursos artísticos son enormes, casi como el cine. He dirigido sólo una película, pero me sentía como aquí. El teatro no te prepara para la el cine. Se parece más a la ópera por los recursos y las posibilidades. También hay un nexo más banal, que es la relación entre dinero y tiempo. Cuando la orquesta está ensayando, sabes que si te pasas de la hora son muchos cientos de euros de sobrecoste. Es como un día en el cine. No puedes llamar a 100 extras y luego olvidarte de rodar la escena", explica.
España, un país que vive sin jerarquías
Warner conoce España desde que tenía 15 años y asegura estar encantada en el Teatro Real, al que elogia por su dinamismo frente a otros coliseos, como la Metropolitan Opera de Nueva York (MET), con mucha más entidad, pero menos flexible y dinámico, según ella. "El Real refleja parte del mejor espíritu España. ¿Cuál es ese espíritu? Algo no jerárquico. Decir algo así en un teatro de ópera son palabras mayores. Pero lo percibes. En España siento que estoy en el país democrático que ha construido su pueblo. Es seguro y benigno. Ves que la gente disfruta". Según ella, eso no ocurre en Londres, que "se ha convertido en una de las ciudades más caras del mundo. Los precios han tenido un impacto directo en el placer del día a día", lamenta.
Y, sin embargo, Londres sigue siendo una potencia cultural y, desde luego, teatral. "En España tienen mucho trabajo por delante. Por ejemplo, hacer que la gente que no viene a la ópera lo haga. Es algo que se necesita en todo el mundo, pero quizás más aquí. Tienen recursos, escuelas de música… y un cine abandonado en frente [el Real Cinema] que alguien debería comprar y ceder al Teatro Real para que tuviera otra programación en una sala más pequeña", explica. Para Warner, las grandes ciudades deberían tener un espacio más acogedor donde dar cabida a nuevos compositores de ópera que difícilmente llegarán si no a los grandes escenarios.
Si toda la financiación es privada, aparece un gran peligro. Cuando no hay inversión pública, el trabajo se vuelve más conservador. De eso no hay duda
"Es probable que no sea el Gobierno quien invierta en iniciativas así, porque los fondos públicos escasean. Pero hay mucha gente rica en el mundo que podría colaborar. Es el momento para el gesto filantrópico. Eso sí, si todo es privado, como empieza a ocurrir en algunos teatros que han tenido el ingenio para sobreponerse a los recortes de dinero público, también aparece un gran peligro. Cuando no hay inversión pública, el trabajo se vuelve más conservador. De eso no hay duda", lamenta.
Si algo le gusta de Billy Budd es que, por el momento, "Britten sigue siendo arriesgado. Comienza a moverse hacia la otra categoría, pero no es Puccini, desde luego". Según ella, "la ópera siempre sobrevivirá a cualquier recorte. Cuando era joven comencé en el teatro alternativo. Éramos apasionados, pedíamos a la gente que trabajase a cambio de nada. Los jóvenes siempre seguirán. Los bailarines bailan por bailar y los directores dirigen por dirigir. Eso nunca se acabará. El problema es el salto a los grandes espacios a los que puede acceder mucha gente. Si no apoyamos la ópera, nunca morirá, pero no habrá personas que sepan cómo hacer una gran representación en un gran espacio. Todos podemos hacer un espectáculo genial en una pequeña taberna", explica. El Billy Budd de Britten aspira, como sus personajes tras la revelación que sufren durante la trama, a algo más.
Billy Budd se representa en el Teatro Real hasta el 28 de febrero.
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