Davide Livermore es heredero de un caramelo envenenado, de un gigante con pies de barro, de un pecado que trata de convertir en virtud. El Palau de les Arts Reina Sofía, diseñado por Santiago Calatrava, cuyas paredes se desconcharon a los pocos años, es la sede de la ópera en Valencia. Su primer estreno fue Fidelio, de Beethoven, en octubre 2006.
El año pasado, Livermore (Turín, 1966) tomó las riendas del teatro como director artístico tras la marcha de Helga Schmidt, investigada por prevaricación, falsificación y falsedad documental en una gestión del teatro tachada por muchos en el sector por grandilocuente y efectista que incluía cachés desorbitados para lograr la presencia de estrellas internacionales como el director Lorin Maazel. De esa época han quedado unas instalaciones envidiables y un equipo, especialmente la orquesta, reconocido en otros teatros.
Livermore lleva ya unos años en Valencia, donde era director del Centro de Perfeccionamiento Plácido Domingo, dependiente de Les Arts. Estos días está en Madrid para presentar Norma, de Vincenzo Bellini, una de los exponentes más destacados del belcantismo romántico, que este jueves se estrena en el Teatro Real bajo su dirección de escena.
La Comunidad Valenciana persiste en el imaginario colectivo como, entre otras muchas cosas, un ejemplo de una desastrosa gestión política. En cuanto a la ópera, ¿se ha intentado crear también un gran espacio sin contenido?
Soy budista desde hace 20 años. Un concepto fundamental para mí es que no existe lo bueno y lo malo. Son todas funciones de las mismas cosas. Ahora tenemos uno de los complejos más impresionantes que existe ya no en Europa sino en el mundo entero. Y está en Valencia. ¿Cómo fue construido? Puedo hacer todas las críticas posibles pero, ¿de qué sirve? De nada. Es lo que hay. Y hay, como se dice en budismo, que transformar el veneno en medicina, porque la medicina se hace con veneno. Necesitamos crear valor a partir de lo que hay y todo lo que tenemos. La calidad de la orquesta, de los técnicos y los administrativos es enorme. Lo bueno de llevar sólo 10 años es que se trata de gente joven que tiene el morbo y la fiebre del teatro.
Pero en España se han cometido muchos excesos y ninguneado a las artes.
Sí, pero no debemos dar rienda suelta al ego haciendo críticas estériles. Respeto la Historia. Para cambiarla y crear valor hay que conocerla. Y ahora lo que intentamos hacer es un proyecto de gran valor artístico, con un modelo económico que busque patrocinios a su servicio y no por imposición política. El reto es que los políticos cambien, pero el proyecto artístico siga pese a la conveniencia política del momento. Significará que el teatro será de la sociedad.
En Valencia ya no hablamos de una élite. Si acaso se trata de una élite del alma, no del bolsillo. Porque está bien que se paguen las entradas, pero lo importante es el deseo de experimentar la belleza.
En muchas ocasiones, el nombre del Palau de les Arts ha estado más asociado a escándalos que a creación musical.
Están cambiando muchas cosas. Acabamos de hacer un Gloria e Imeneo de Vivaldi con la dirección de Fabio Biondi, una de las máximas eminencias en el mundo de este repertorio, y hemos colgado el cartel de no hay billetes en un auditorio de 1.400 personas. Estamos trabajando mucho las temporadas y la pretemporada, con grandes producciones y éxito de público. En nuestra jornada de puertas abiertas, 9.000 personas pasaron por el Palau en un solo día. Es un número importante. Poco a poco. También está cambiando el tipo de gente. Ya no hablamos de una élite. Si acaso se trata de una élite del alma, no del bolsillo. Porque está bien que se paguen las entradas, pero lo importante es el deseo de experimentar la belleza.
Usted ha dicho que el teatro había sido un gran desconocido para la sociedad y hasta para los taxistas. ¿Se han enterado ya?
Hasta ahora, los taxistas no sabían que llevábamos 10 años haciendo ópera, pero eso también está cambiando. Estamos pensando en hacer un ensayo general de una ópera para ellos. Que vengan con su familia y su licencia y que puedan entrar. Parece una boutade publicitaria, pero queremos que cuando la gente salga del Palau tenga taxistas que sepan lo que pasa dentro. Cada parte de la sociedad necesita entrar en esta casa que es suya.
Parece poco verosímil pensar que en Milán, en Nápoles o en Venecia los taxistas pudieran ver la ópera como algo ajeno.
Como italiano es fácil decirlo, pero es verdad. La ópera ha creado un sentido de nación que nunca habíamos tenido como italianos. Dar al pueblo italiano fútbol y televisión basura es la condición esencial para que una clase política ya no mediocre sino infame tenga el control social. Esa clase política cree que la gente puede vivir mucho tiempo en la mediocridad. Pero la gente no es mediocre para nada. Antes o después, la gente se levanta.
En España, salvo excepciones, la ópera es casi un descubrimiento contemporáneo. Y eso en los mejores casos, porque las entradas siguen siendo caras.
Lo extraordinario, que yo vivo como director artístico del Palau de les Arts Reina Sofía, es que estamos haciendo hoy la historia. No estamos defendiendo una marca de 200 años sino que nuestro teatro tiene 10 años y por primera vez dispone de una compañía fija de coro y orquesta, algo que puede crear una historia. Entre todos defendemos la idea del teatro político, que parte de la idea profunda y social de teatro público. Nuestro teatro es público y, con ello, un valor añadido a la calidad de la vida de la gente, que puede disfrutar de una casa que es suya. Ir al teatro de la ópera es un acto de participación democrática en la vida de la sociedad.
¿Cuánto te gastas en una noche de fiesta en Valencia? Si la ópera se consolida como un valor añadido en la vida de la gente, el precio no será determinante
¿Los valencianos se pueden permitir ir a la ópera?
Sí. Nuestros precios están congelados desde hace años. La entrada más cara es de 135 euros en la mejor butaca un día del estreno, pero también hay entradas a cinco euros para jóvenes. Hay que educar a la gente en las prioridades. ¿Cuánto te gastas en una noche de fiesta en Valencia? Si la ópera se consolida como un valor añadido en la vida de la gente, el precio no será determinante porque la gente estará buscando un espacio para su alma. Como italiano quiero aportar lo bueno que hemos creado en cuanto a la participación activa de la sociedad en los teatros: el concepto de polis.
Y, sin embargo, la sostenibilidad de los teatros parece un círculo vicioso. En España no tienen la aportación pública que puedan tener en Alemania, por lo que hay que recurrir a patrocinios privados al mismo tiempo que la taquilla condiciona la programación. Muchos directores artísticos tienen que ser al mismo tiempo expertos contables. ¿Le condicionan a usted los números?
Sin duda. Mi primer éxito de reconocimiento internacional fue un Billy Bud en el Teatro Regio de Turín hecho con 12.500 euros. El director artístico me dijo: “No tenemos un duro”, pero el teatro tenía cosas estupendas y la partitura ayudaba. Soy hijo de este tiempo y la realidad es que nadie como un artista sabe cómo se puede ahorrar.
Los sueños de algunos creadores no tienen límites.
Sí, pero las ideas que tenemos en el teatro sólo tienen sentido si se pueden concretar. Una idea que no se puede llevar a cabo no es una idea. Puede ser un ejercicio vacuo, teórico, pero el teatro es concreción. Cuando se levanta el telón, cae la teoría.
En ningún sitio hay más sexo, drogas y rock and roll que en la ópera
Es decir, que hay que acercar la ópera a la gente. Que no hay que estudiar en casa para poder disfrutarla.
Tengo una teoría al respecto. Me gustan el sexo, las drogas y el rock and roll, pero en ningún sitio hay más sexo, drogas y rock and roll que en la ópera. La ópera cuenta historias emotivamente extremas, amor imposible, revoluciones sociales, íntima y profunda ilusión o destrucción de un alma. No existe otro arte que sea un conjunto de todas las demás y sea tan intenso. Y no existe ningún director de escena que pueda ser más provocador que los compositores que crearon las obras para el público de su época. Me gustaría ver a muchos de los de hoy poner en escena con música de Verdi a prostitutas, discapacitados y explicarlo a la gente de su tiempo.
Quizás por ese motivo aún hay obras concebidas como un espectáculo arqueológico, de época, que no apelan a un público más joven. ¿No es el reto de los directores de escena tratar de actualizar esas obras?
La idea de museo termina en el momento en el que se hace en vivo. Hic et nunc, como decían los latinos. Aquí y ahora. Cuando se empieza a tocar, está vivo. Nosotros ponemos en escena la ópera. Sobre el cómo hay un gran debate. Hay escuelas de pensamiento que invitan a no fijarse mucho en la partitura por una cuestión de ego. Prefieren usar la partitura para crear un shock y hablar de otras cosas, faltando al respeto de manera clamorosa al compositor y al libretista, que son los que han hecho el trabajo. Yo uso la provocación si está en la partitura.
¿Cuál es la provocación de Norma?
La provocación real de Norma no es política sino de los sentimientos. Es una ópera romántica pura. Si Giuseppe Verdi se ha encontrado una sociedad italiana abierta a recibir emotivamente impulsos políticos es porque antes, con compositores como Bellini, quedó abierta a los sentimientos. Es una provocación emotiva, profundamente romántica. Imagina el final: una hija que le dice a su padre que ama igual que si fuese un hombre en una sociedad en la que la mujer parecía hija de la culpa. ¿Cuántas mujeres habría llorando entre los espectadoras?