“Honra cada palabra que oyes, oyéndola”. Eso es todo. La interpretación en una frase. Juan Carlos Corazza se dirige a una de sus actrices en escena. No quiere repetición, no quiere maniquíes. Quiere vida y verdad, que todos los reunidos en el escenario escuchen. Que vibren como si no supieran el papel al milímetro. El texto es tan importante, que hay que olvidarlo para vivirlo.
El maestro de actores está afinando el talento de sus alumnos, estrellas de cine y televisión incluidas (Silvia Abascal, Manuela Velasco o Javier Bardem, entre otros). Acuden a él para no dejar de aprender, ni de investigar. Está sentado al borde y salta cada vez que algo falla: “No hermosees, vas muy bien”. Desde su silla apuntala las emociones de los intérpretes de dos textos de Shakespeare. Alternan escenas. No habrá obra final, se trata de arriesgar y buscar. Es una experiencia íntima, en la que los actores van y vienen del error al acierto hasta llegar a una conclusión: el error es todo un éxito. Lo importante es la búsqueda y que sea pública.
Empuja a los actores a la profundidad del ser del personaje. No quiere gestos, quiere emociones
Asistimos al caldo de cultivo de las entrañas de las personas para que aflore el personaje. Apenas una docena de personas observan las exigencias del maestro. Muchos descubren por primera vez que el teatro no es aprender y repetir. Empuja a los actores a la profundidad del ser del personaje. No quiere gestos, quiere emociones. Tampoco le interesa la repetición exacta del texto: para iluminar a un personaje, lo importante son las entre líneas. Lo que no está, lo que no se ve.
“Lucha con el conflicto”, dice. “Dale fuerza. No importa si no sale muy bien. Ábrete a investigar un poco más. No importa si no te sale hoy”, suelta a uno de los actores con intensidad y cuidado. Pule y elimina gestos. Señala con su dedo. Es un arquitecto y construye la verdad. Se acerca y los manipula: “Ocúpate de él”. “Más voz, siempre”. “Relájate”. “Eres un chiquillo de 15 años y estás descubriendo el placer de la vida. No exageres”. Alienta: “Eso es. ¡Juega, juega!”.
La modestia, lo primero
Es sorprendente verle trabajar con las emociones de esos seres de papel. Los personajes son las creaciones de los actores. Corazza les habla desde la conciencia a los personajes, no a los actores. Es la voz de lo que no está escrito, el guía de las intenciones del autor. “Apunten lo que encuentran. La modestia de encontrar lo que encontraron. Apunten”, les dice.
Los espectadores asisten sorprendidos al juego: el maestro argentino desgrana los textos, los exprime hasta preguntarles quién eres. Son ensayos abiertos de una pieza sin hacer. Es una práctica que Corazza realiza desde hace cinco años en una de las salas del Conde Duque, en Madrid, y en otros centros culturales de la ciudad desde hace décadas. Trabajan juntos en el escenario para cuidar, sobre todo, la relación con el público. No le interesa apartar al actor del que mira, de quienes hacen crecer al intérprete de los textos. Aquí, el público está presente, mientras ellos muestran sus vergüenzas.
Los espectadores descubren que el oficio del actor no es fijar el texto y vomitarlo. Descubren que la realidad puede montarse de varias maneras
No es habitual. “El público se siente incluido en algo que, en general, es inaccesible”, cuenta a este periódico en el estudio donde trabaja desde hace 22 años. Los espectadores descubren que el oficio del actor no es fijar el texto y vomitarlo. Descubren que la realidad puede montarse de varias maneras, que una escena puede resolverse desde puntos de vista distintos. “Es una visión de la realidad tan relativa, que ayuda a no fomentar una verdad absoluta”. Cuestionar la verdad, fomentar un espíritu crítico. “También respetar las diferentes caras de una misma verdad, porque la verdad es el relato de lo que nos contamos. Lo que terminamos construyendo y llamamos verdad”.
Fuera del escenario Corazza frena las pulsaciones, habla tranquilo, divaga entre sus ideas, recopila las ideas que ha hallado en todos estos años de actividad: “El teatro tiene una potencia que nos toca cuidar”. ¿Por qué? “Porque recuerda la riqueza, el alimento de los grandes textos: el lenguaje”. De nuevo, William Shakespeare. Su trabajo consiste en iluminarlo sobre la palabra y el cuerpo de sus actores. Pero subraya que, sobre todo, la obra del dramaturgo inglés recuerda la importancia del teatro para mantenernos unidos.
Unidos contra el individualismo
“Cuando no nos mantenemos unidos, sobreviene la tragedia”, dice, en 2017, en pleno imperio del individuo, lo individual y el individualismo que nos separa del grupo y de su ejemplo. Eso es el teatro, una comunión en la que los creadores y los espectadores se citan y la ficción ocurre.
El teatro es un peligro antisistema, en un país que persigue la formación humanística hasta hacerla desaparecer
Y lo reivindica para mantenerse unido a uno. “Para no entrar en guerra con uno mismo”. Es decir, el teatro es un milagro de reunión que promueve el cuestionamiento de la verdad absoluta, fomenta la autocrítica y cuida de uno mismo… El teatro es un peligro antisistema, en un país que persigue la formación humanística hasta hacerla desaparecer.
Ahora habla de las virtudes de los actores: “La valentía de meterse con la verdad”. Suena rotundo, pero quizá demasiado abstracto. Aclara: “Formar su ser. Su ser humano y su ser artístico. Porque está hecho de humanidad y arte”. En la investigación de quién es debe llegar hasta el final, no claudicar a mitad del camino, “tener el coraje de explorar a fondo las raíces de lo humano”. “Y tener la modestia para reconocer que ha quedado atrapado en lo convencional”.
Hay más: “La relación con los otros, con los integrantes de la compañía, con los personajes. Es en ese momentos cuando descubrimos quién es. Disfruto con actores que se apartan y se olvidan de su individualidad, para ser solidario con los otros. Generosidad y juego”, ese es el sentido del trabajo del actor, dice, y de la vida. Pone límites al aislamiento constantemente, de ahí la frase “honra cada palabra que oyes, oyéndola”.
Entre la ficción y la realidad
Trabajar escuchando, sin academias, ni corsés. Por eso le gusta trabajar con los actores que aman el texto y que aman crear para cambiar de caracteres constantemente. Huir de lo sabido, del hecho consumado, de la casilla repetida hasta el éxito. “Me gustan los actores que se vacían de sí mismo, que se apartan a un lado. El actor roma la inspiración de sus propias vivencias, pero nunca debe mezclarlas con el personaje. Debe separar y distinguir la vida personal de la ficción”.
El actor debe reconocer cuál es su propia máscara y ser tan generoso como para quitársela. Ser honesto es un descanso
Esto es lo que más preparación requiere, apunta, entrenar su imaginación para ir y volver de la realidad a la ficción. Construir una máscara para poder hacerla desaparecer, hasta que la mentira sea una verdad. “Por eso el actor debe desarrollar el coraje de reconocer cuál es su propia máscara y ser tan generoso como para dejarla caer, quitársela. Ser honesto es un descanso”, cuenta. Para Corazza este es el don de la transparencia, de la honestidad.
¿Y toda esa sabiduría no se puede aplicar a la vida del no actor? “Claro, el teatro es una vía de conocimiento. Debería ser obligatorio en la escuela. El teatro es una oportunidad de encontrarse o de cultivar aspectos que se condenan en la educación”. Habla de la importancia de lo irracional, lo instintivo, lo lúdico, todo lo que sea abrirse a disfrutar del “animalito interior”.
“El teatro da la oportunidad al niño a darle voz a su imaginación y sus emociones, a canalizar problemáticas en su evolución. El teatro es el espacio en el que uno aprende a relacionarse con los demás y de manera más creativa. Propone crear juntos, afinar con los otros. Enseña a respetar el sitio del otro”. Son experiencias sin aprovechar. El maestro se pregunta por qué no aprender sobre nosotros mismos, sobre cómo hacernos la vida menos difícil y cómo hacérsela menos difícil a los demás. Es decir, aprender de la vida sin dar golpes. Porque si no conoces las pasiones, vienen los excesos.
Crear un sueño común
Reconoce que se traiciona como espectador de teatro, porque al acabar la representación necesita silencio. No aplaudir inmediatamente, no comentar a la salida. Pero qué alumno puede pasar sin las impresiones de su maestro. Él se sienta en la platea, muy atento a los detalles -vestuario, voces, texto, energía- y a la experiencia del público. “El oficio del teatro, ante el público, trae mucha salud artística al actor. Lo fortalece y lo fortalece para ir a otros medios como el cine y la televisión”.
El teatro es alimento para el duende del actor. No lo tienen otros medios. Surge en el actor y ante el público
Nada se puede comparar al teatro. Es el gozo de estar en un mismo espacio, en un mismo momento. “Crear un sueño común. Este alimento para el duende del actor no lo tienen otros medios. Surge en el actor y ante el público”, explica. Pero, ¿puede el teatro rivalizar con los sueldos de la televisión o el cine? Evidentemente, no. “Debemos proteger la salud artística del teatro, para que sea un medio de vida. Muy poca gente puede vivir del teatro”.
¿Qué es el éxito? “El éxito es una suerte que te tocó”. De fondo llegan los gritos y aullidos de los alumnos en las aulas. Cuenta que en esta profesión se puede llegar a tener éxito sin ser dueño de tu oficio. Ni siquiera es necesario haber hecho un buen papel para ser aclamado. Y el peligro: “Si la fama le llega al actor con menos de 30 años, es muy frecuente que le arruine la vida a la persona. Cuando llega después, es menos probable”, dice.
Si la fama le llega al actor con menos de 30 años, es muy frecuente que le arruine la vida a la persona. Cuando llega después, es menos probable
Pero esto tampoco es garantía, porque uno todavía está en camino de saber quién es y llega algo tan fuerte como la fama que determina quién eres: eres ese y no puedes ser nadie más. Y entonces llegan las casillas y los papeles aprendidos. “Todo lo que el actor haga por formar su ser y por formarse, será mejor”. El mayor peligro del actor es la audiencia.
Actores contra robots
¿Y los robots? ¿Pueden convertir al actor en algo reemplazable? “Un buen actor no sabe lo que va a pasar y lo que va a hacer al minuto siguiente. Podrá ser sustituido un actor regular. Quizá esto sea un estímulo para que todos quieran ir más alto y lejos con su oficio. Pero nunca podrán ser sustituidos, jamás”. Sin embargo, es el espectador el que tiene la última palabra. El que mira, el que paga, decidirá si quiere robots o actores. El teatro necesita buenos espectadores. “Lo que hacemos en Conde Duque alimenta el criterio del espectador. Los ensayos abiertos ayudan mucho”, cuenta. Criterio para degustar mejor, para disfrutar más. Para demandar mejor calidad.
Al actor no le basta con el caudal emocional, necesita inteligencia. Al espectador, lo mismo: “Existe un cine que nos ha cultivado un gusto sentimental y eso no ha sido cultivar lo mejor del espectador, nos infantiliza. Es bueno darle un lugar a la frivolidad y al infantilismo, pero dosificadas. Cuando sólo se cultiva esa parte, sin inteligencia, el espectador no crece. Puede pasárselo muy bien y consumir sin parar, pero el sentido del teatro va más allá. El teatro también tiene que buscar sacudir nuestras creencias”. Dejarse sacudir.
A Juan Carlos Corazza acuden actores como Javier Bardem para prepararse papeles. Clases particulares para encontrar la esencia del personaje, en las que él trata de variar sus maneras: “Si enseñara lo mismo de la misma manera, me aburriría muchísimo”.
Los miedos de los actores son infinitamente variados, así como la felicidad es similar para todos
Pero qué pasa cuando un actor quiere aportar algo al montaje, algo con lo que el director no contaba, algo que hará crecer al personaje. Para el director de actores la propuesta siempre debe ser en cooperación, y siempre al servicio de la historia, no de uno mismo. “Si la propuesta no está en sintonía, habrá conflicto. Pero un actor tiene el derecho y el deber de proponer lo que beneficie a la historia. Nunca ser sumiso al director, pero sí respetuoso”, añade y asegura que no es fácil.
No lo era ni con sus admirados Shakespeare, Calderón, Lorca, no es fácil tampoco para Peter Brook. Todo viene de los miedos de los actores. “Los miedos de los actores son infinitamente variados, así como la felicidad es similar para todos. Te lo puedes imaginar: que al público le guste su trabajo, sentirse libres en escena… La felicidad de los actores es común”. El peligro es ponerle etiquetas a los miedos.
Hay un miedo en muchos de los actores y actrices a no resultar extraordinario, a no destacar
“Hay actores y actrices que tienen mucho miedo a no tenerlo todo controlado, y otros que si lo tienen todo controlado van a estar horribles. Hay actores y actrices que creen que si no están emocionados van a estar muy mal y eso es un error. Hay otros que temen a la fragilidad, otros lo contrario. Hay un miedo en muchos de ellos a no resultar extraordinario, no destacar”. Hay jaleo en el estudio, de la fábrica de actores sale el último turno. Están en buenas manos, Corazza trata de ofrecer compasión a sus criaturas, para que no renuncien. Para que acepten los errores y sigan avanzando. Para que se gobiernen bien y no se destruyan.