"Estoy aquí, pero con la cabeza allí". Un ambiente enrarecido reinaba este jueves en el Teatro Real. El motivo fue la extremadamente delicada situación política y el envío a prisión provisional del exvicepresident de la Generalitat, Oriol Junqueras, y otros siete exconsellers. En el Real, como en otros teatros, suele haber ambiente, del tipo que sea: una especie de atmósfera marcada por el momento. Por un estreno, por una diva esperada, por un director de escena o por el estado anímico general.
Este jueves pesó esto último en la gala con la que el Real celebró los 20 años de su reapertura como teatro de ópera. La primera piedra se puso en 1818, por lo que el coliseo también celebra sus dos siglos como institución, aunque la conclusión de las obras y la primera ópera se hizo esperar hasta 1850. Fue La Favorite, de Gaetano Donizetti, que este jueves volvió al escenario, en versión concierto y sin público general sino sólo invitados del teatro, entre los que había destacadas personalidades.
Frases como la que encabeza este artículo, dicha por un conocido periodista, se escucharon en infinidad de conversaciones en lo que estaba llamado a ser uno de los acontecimientos del año para la institución lírica. Un lacónico mensaje informó al inicio de la velada de que el rey Felipe VI no acudiría porque tenía trabajo en Zarzuela. Tampoco acudió la reina Letizia ni cuatro de los ministros que habían confirmado, incluyendo al de Exteriores, Alfonso Dastis, y la de Defensa, María Dolores de Cospedal. No se interpretó el himno y algunas sillas permanecieron vacías.
Muchos de los selectos invitados, entre los que se contaban personalidades políticas, empresariales o culturales, no estaban para celebraciones. La mayoría se encogían de hombros al ser preguntados sobre qué pasará en Cataluña. Más que la euforia que predecían algunos sectores independentistas cuando "el Estado español" viese a Junqueras y medio Govern entre rejas, lo que reinaba era la consternación en un teatro que el presidente del Patronato, Gregorio Marañón, definió como "un lugar de encuentro, de debate, de disfrute y de escucha" en el programa de mano.
En Cataluña, en especial en Barcelona, la situación de las artes comienza a preocupar a las autoridades locales, que ven cómo por el declive de visitantes o por la apatía de los vecinos muchos teatros no llenan ni con producciones emblemáticas. En Madrid, una clase política preocupada, pero impotente a la hora de buscar una salida al conflicto, trató de evadirse un par de horas en el Real, aunque muchos no resistieron la tentación de mirar sus móviles para seguir las últimas noticias.
El ministro de Cultura y portavoz del Gobierno, Íñigo Méndez de Vigo, sí acudió a la cita, como también representes de otros partidos. La exministra de Cultura Carmen Calvo, de la Ejecutiva del PSOE, no se perdió la ocasión, así como otras exministras como Elena Salgado o Carmen Alborch. Fernando Martínez Maíllo, coordinador general del PP, y Javier Maroto, vicesecretario general, también estuvieron con sus respectivas parejas. Compartieron función con Marta Rivera de la Cruz, de la Ejecutiva de Ciudadanos, o Jaime de los Santos, consejero de Cultura de la Comunidad de Madrid, ambos miembros del patronato del teatro, al que está muy vinculado el premio Nobel Mario Vargas Llosa, que fue con su pareja, Isabel Preysler.
La lista de invitados fue larga e incluyó al marqués de Griñón, Carlos Falcó, y su mujer, Esther Doña, cuyo elegante vestido fue muy comentado, la exalcaldesa de Madrid Ana Botella, la concejal Begoña Villacís, el exministro José Ignacio Wert y Montserrat Gomendio, alto cargo para Educación de la OCDE, y periodistas como Ana Rosa Quintana, Bieito Rubido, Marta Robles o Anne Igartiburu, siempre al lado de su marido, el prestigioso director de orquesta Pablo Heras-Casado. Tampoco se lo perdieron mitos de las revistas del corazón como Mar Flores o Nati Abascal.
Podría parecer que la música era lo de menos, pero acabó siendo lo de más. Las voces del tenor mexicano Javier Camarena y la mezzo soprano georgiana Jamie Barton desplegaron toda su potencia en una partitura muy apta para el lucimiento vocal, pero sin demasiado interés dramático. De ahí, probablemente, que sólo se interpretase en versión de concierto y no se representase. Al director musical, Daniel Oren, parecía hacérsele pequeño el atril elevado desde el que dirigía sin dejar de dar saltos o moverse como un boxeador pisando cada trozo del ring.
El deleite de las voces, ese "oír cantar bien" tan enraizado en la tradición del Real, hizo las delicias del público, que aplaudió con ganas, especialmente a Camarena y Barton, en una noche extraña que sin embargo no empaña dos décadas con muchísimas más luces que sombras.