Al salir del baño se encuentra de cara con una chica que le impide el paso. Quiere hablar con ella sea como sea, diálogo a la fuerza. Susana está a otras y se deja. Es la fiesta después del concierto en la sala El Sol. Susana actúa de vez en cuando en los conciertos de Tito Ramírez, por sorpresa. En el momento en que el cantante y guitarrista toca un tema más caliente, ella sale e interpreta su show de burlesque. A la salida del espectáculo se van a Fun House, un garito cercano, y es acorralada. “No creo que Tito Ramírez deba utilizarte para vender su show”, le dice. Le recrimina que trabaje con su cuerpo, que se convierta en un objeto de deseo de los hombres, que no vea cómo está siendo denigrada. En ese momento sale del baño una amiga de Susana, bailarina, que le recrimina a la espontánea su violencia y su planteamiento, porque qué sería de las bailarinas sin su cuerpo.
De hecho, qué sería de cualquiera sin su cuerpo, que ha sido estigmatizado durante siglos de creencia religiosa contra creyentes y ateos. El cuerpo es la fuente de perversión y lujuria, que ha llevado a la perdición a la humanidad y como tal debe ser castigada y culpada. Esa noche Susana sintió la misma represión católica ante quien se decía hablar en nombre del feminismo. Fue desagradable, recuerda, pero también interesante. Reconoce que ser intérprete de burlesque le coloca en una situación crítica ante “un sector malentendido del feminismo”, que considera que esta práctica teatral denigra y cosifica a la mujer.
“Cuando una mujer sale a un escenario es una mujer libre, que vibra y rompe con todos los tabúes que han ahogado su naturaleza erótica”, cuenta a este periódico, semanas antes de inaugurar el Primer Encuentro Internacional de Burlesque de Madrid (1 y 2 de junio). Ella lo programa y lo produce. Porque “si no nos producimos nosotras mismas, aquí no nos produce ni dios”. Susana se apellida Guerrero. Nada más que añadir, salvo que cuando se sube al escenario se hace llamar Lady Dramakuin, que es profesora de burlesque desde hace doce años, pero algo cambió en su método cuando dio a luz a su hijo, hace ocho.
Sin estereotipos
Su cuerpo cambió durante los nueve meses y ya no volvió a su ser anterior. Cuando se miraba al espejo ya no está aquella mujer fibrosa de metro sesenta, de talla 36 y hombros “S”. No queda ni rastro de esa Susana, ni de la concepción de la feminidad que tenía. Ella habla de “catarsis”. “Entendí que no hay medidas para el ser erótico. Esta es la base de todo”. Esa nueva concepción dio un giro a su vida y su docencia. “Tuve que encajar de nuevo mi cuerpo en mi vida”. Dejó de dar clases de burlesque para dar clases de seducción. “Y los clichés femeninos saltaron por los aires. Son mentira. El burlesque no entiende de estereotipos: todos somos muy atractivos y sale desde dentro, no desde fuera. Lo impostado no sirve”.
Sus alumnos no suben a escenarios, acuden a sus clases a liberarse, a quitarse prejuicios y culpas de encima. Pelean contra la imagen canónica de la mujer erótica que se supone deben representar. Llegan para liberarse del sometimiento del prototipo, que se impone y se supone desde una mujer de portada. Pero ellas en clase hacen trizas la exclusividad de esa patente del erotismo. Por eso cuenta que el burlesque te reivindica como mujer y como ser humano, que “es una revolución humanista”.
Pezoneras feministas
Y que el mejor público de un buen espectáculo es la mujer, “porque nos gusta ver a alguien como nosotras que se lo está pasando pipa, con su estatura, su normalidad, sus lorzas, todo”. El respeto empieza por respetarse a uno mismo. Esa parece ser la clave su enseñanza. Esa para cualquiera y para quienes deciden dar el salto al escenario, ésta: “Dame algo más que tus bragas, sedúceme”.
Susana había asumido que no era femenina. No encajaba en el maldito canon. “No puedo hacerlo”. Y entonces nació la necesidad. Susana trabaja desde los 15 años la expresión corporal, se ha formado como intérprete en su tierra, el País Vasco, pasó del teatro al cabaret y de ahí a la alegría, perdón, al burlesque. Es que la clave -lo dirá en varias ocasiones durante la conversación- es el humor. Saber reír y disfrutar de uno mismo y de su cuerpo. El cuerpo es cómplice, no enemigo. Conectó con su cuerpo, dejó de sentirse culpable, y en el escenario apareció su lado más “sexual y sexy y femenina”.
En una sociedad hipersexualizada como esta, en la que la educación sexual ha pasado de ser tabú a monopolio del mercado pornográfico, el burlesque aparece como una opción a descubrir un erotismo elegante y respetuoso. “Siempre es importante mantener el pudor. Si tú te respetas, los demás te respetarán”. ¿Es posible provocar mientras te quitas un guante y que no sea visto como un acto mecánico? ¿Hay misterio en el sexo? El burlesque es un elemento de resistencia contra una educación sexual y erótica liberalizada y en manos del porno, gracias a él se puede llegar a conectar -sin prejuicios- “con tu animalidad erótica y sexual”, siempre bajo el control de la elegancia y el pudor. Sus intérpretes nunca se desnudan por completo.
No te juzgues, por favor
Susana trabaja para que el burlesque deje de ser un arte tapado, clandestino y prohibido. “Necesitamos reconocernos y saber quiénes somos. Reeducarnos. Necesitamos preguntarnos qué es lo que queremos, qué es lo que necesitamos”. Es una rebeldía y una revelación: “Siempre pido a mis alumnos que no se juzguen. Nos cuesta mucho no juzgarnos y dejarnos experimentar. El prejuicio también nos impide probar, pero debemos darnos una oportunidad para conocernos”. Así llegan sus alumnos a su escuela, cargados de dudas, miedos, prejuicios y muchas ganas de romper con esa mochila. Quieren salir del armario de las convenciones, quieren aprender a disfrutar de su erotismo, sin condiciones. Porque no necesitan a nadie para lograrlo.
Porque tampoco lo son las lentejuelas, las pezoneras o las plumas. “Lo más salvaje no es pasear unas bragas, es seducir al ser que queremos ser. No sólo el hombre”. Y perdonar a la sensualidad.