Una noche de julio de 1974, Montserrat Caballé (Barcelona, 1933-2018) obró el milagro en Orange. Caballé ya era "la Caballé". Tenía una importante carrera internacional desde que nueve años antes, en el Carnegie Hall de Nueva York, el público enloqueciera con su interpretación de Lucrezia Borgia en versión concierto. Fue por azar, sustituyendo a Marilyn Horne en la mítica sala de conciertos a dos manzanas de Central Park. No se lo esperaban y sencillamente alucinaron. "María Callas más Renata Tebaldi, igual a Caballé", dijo The New York Times. Ahí había comenzado el mito, su fama en todo el mundo.
Pero en julio de 1974 Caballé, cuya muerte fue conocida este sábado tras años de mala salud, se encontraba en Orange (Francia) para representar Norma, de Bellini, uno de los personajes a los que más daría vida en sus cinco décadas de actividad profesional. Tenía 39 años y estaba en uno de sus mejores momentos.
Hacía un frío que pelaba en la localidad francesa, cercana a Aviñón. Allí, cada año se celebra un festival lírico en el imponente teatro romano, construido en el siglo I a. C, en sí mismo una invitación a la trascendencia.
Caballé contra los elementos
Soplaba muy fuerte el mistral, un viento frío y violento. Los responsables de la producción estaban decididos a suspender la función por las inclemencias meteorológicas. Entonces, Caballé dijo "no". La obra seguiría adelante, con ella contra los elementos, con papel de periódico bajo el traje para combatir el frío. Si Norma decía que adelante, ¿cómo se iban a negar los demás? A los músicos de la orquesta no les cabían más pinzas de la ropa en los atriles, para evitar que el viento se llevase las partituras.
La función fue un rotundo éxito que aún muchos recuerdan. La leyenda de Caballé se hacía más y más grande gracias no sólo a su voz sino a su enorme carácter al servicio de la música. Bajo unas formas amables y dulces y junto a una risa estruendosa, Caballé tenía genio. La producción fue grabada para la Historia y aún hoy pone los pelos de punta por una voz inconfundible. Según ella misma ha contado, sus interpretaciones de Norma impresionaron tanto a María Callas que le regaló unos pendientes que ella había llevado para ese personaje. Nunca se los puso. A la barcelonesa le parecía algo así como un sacrilegio.
"Color, fraseo y una brillante línea de canto"
"Su voz era única", explica Josep Pons, director musical del Gran Teatre del Liceu, a cuyo conservatorio entró a estudiar con una beca la joven Montserrat cuando contaba apenas 12 años. "Tenía el color, el fraseo y una brillante línea de canto", explica. Su "superventaja" era el fiato, la capacidad para dosificar el aire y así cantar frases muy largas sin tener que respirar. "Era como si tuviera una bombona de oxígeno extra", explica Pons.
Si Caballé respiraba como ninguna (algo clave para un cantante), cuando emitía sonidos podía hacerlo de una manera inigualable, que la llevó a ser la soprano más demandada por teatros de todo el mundo, desde el Metropolitan de Nueva York hasta el Covent Garden en Londres, la Scala de Milán, Viena o París. Eso sí, ella nunca dejó de cantar en España, unida sobre todo al Liceu de Barcelona, cuya historia le debe alguna de sus páginas más brillantes.
"Tenía una voz grande, carnosa, pero con una gran capacidad dinámica, que hacía que pudiese pasar de un forte con mucho cuerpo, sin tener que bramar, a un pianísimo casi súbito, como una delicada pincelada", explica Pons. Sus papeles en Norma, Salomé, Tosca o La Traviata son legendarios. Su carrera, extraordinariamente longeva: en torno a medio siglo, toda una rareza.
"Asumía riesgos sin parar"
El director artístico del Teatro Real, Joan Matabosch, recuerda que en sus actuaciones existía casi el morbo por comprobar la profundidad de esos efectos en fragmentos en los que podría rompérsele el sonido. "Asumía riesgos sin parar. O a nosotros nos parecían riesgos, porque estaba claro que estaban al alcance de su mano. Pero estaba dispuesta a jugarse el pellejo cada noche, cada función", explica.
Caballé fue "la cantante de su generación más solicitada internacionalmente", especialmente entre los años 70 y 80. La llamaban "la divina". Según Matabosch, el secreto era "la pureza de su sonido" y su ingente capacidad de trabajo, que la llevó a hacer en torno a 200 óperas escenificadas, 50 personajes y cientos de conciertos. A ella se le debe la recuperación de parte del repertorio romántico olvidado hasta la segunda mitad del siglo XX.
La soprano nació en una familia humilde de Gracia (Barcelona) y se cuenta que llegó a dormir a la intemperie en la plaza de Cataluña en momentos de gran necesidad. Su carrera fue meteórica y nació de la nada, de una España empobrecida por la dictadura en lo material y lo artístico. Fue la gran estrella de una constelación de cantantes españoles que triunfaban en todo el mundo y que incluía a José Carreras, Jaume Aragall, Victoria de los Ángeles, Plácido Domingo, Juan Pons, Alfredo Kraus, Teresa Berganza o Pilar Lorengar, entre otros.
Una diva de otra época
Era una diva de otra época. Su carácter arrollador ha dejado miles de anécdotas por su ironía, algunos caprichos, su cabezonería y su sentido del humor, que ayudaban a moldear un personaje que, una vez en el escenario, llevaba a los espectadores al éxtasis.
Su entrega a la música fue total, tanto que descuidó sus obligaciones familiares. "Creo que no he sido una buena madre. He estado tan ocupada con la música que no he prestado toda la atención que debiera", declaró en la que quizás es su última entrevista, emitida este jueves en La 2. Tuvo dos hijos, Montserrat, también cantante, y Bernabé Martí.
"Me dijo: ojalá hubiera hecho la mitad para estar para vosotros", explicaba su hija a TVE. "Has hecho feliz a mucha gente", le contestó ella. "Sería egoísta pretender encerrarla en estas cuatro paredes", según ella.
La ópera ha cambiado mucho y Pons cree que, pese a sus orígenes humildes, Caballé habría triunfado hoy también. Duda sobre si, con el aspecto que adquirió con los años, con un visible sobrepeso, pudiera comenzar hoy una carrera.
"Cantantes como Caballé hicieron una carrera en la ópera por su voz. Después desarrollaron sus habilidades dramáticas, mejor o peor. ¿Esto es posible ahora? Es una gran pregunta", explica. "Hay muchas voces excelentes que no han hecho carrera por sus kilos o su estatura. Si un tenor no tiene porte de galán, lo tiene más difícil. Hay una dictadura no sólo de la dirección de escena sino más amplia, una imposición del mercado, que no está al margen de la moda y la comunicación. Con Caballé, se podían buscar soluciones para seducir en una danza de los siete velos, porque en escena hay manera de hacerlo creíble. Hoy no sé si hubiera sido posible", lamenta.
Barcelona 92
Con los años, Caballé llegó a divertirse cantando música más ligera. Para la historia está la canción santo y seña de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 junto a Freddie Mercury, uno de sus grandes amigos, con el que se pasaba cantando al piano hasta el amanecer. Pero también hizo alguna versión flamenca o hasta una versión de Hijo de la Luna de Mecano.
Caballé llevaba años enferma. En 2002, con Enrique VIII en el Liceu, dejó de hacer óperas escenificadas y se dedicó a los conciertos, siendo el último en 2014. Fue consciente a tiempo de que ni su cuerpo ni su voz podían seguir manteniendo una leyenda que ya era enorme. Su salud le evitó ir al juzgado a declarar por sus problemas con Hacienda.
Nunca anunció su retirada de los escenarios. "Si no puedo cantar tengo la impresión de que ya no existo", llegó a decir. Por todo lo que cantó, y gracias a sus testimonios y grabaciones, se ganó su lugar eterno en el Olimpo de la lírica.
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