Cuatro años después de su estreno en los Teatros del Canal, y tras girar por medio mundo, regresa a Madrid Dignidad, de Ignasi Vidal. La apuesta del Teatro Marquina es, por tanto, una jugada ganadora, un seguro de éxito alrededor de un texto que, como todos los del autor, juega a mostrar una escena casual sin principio ni final dentro de la vida de dos personajes.
A punto de ganar las elecciones, el cabeza de lista y su viejo amigo, número dos del partido, se juntan en el despacho y comparten copas, confidencias y preocupaciones. No necesariamente por ese orden ni cronológico ni de importancia. Pero como siempre con Vidal -aclamado en cada uno de sus montajes como el músculo más tenso de la dramaturgia española actual-, ocurre que el espectador es sumergido sin notarlo en el punto de inflexión de esas vidas que se desarrollan ante él.
Uno nunca sabe cuándo su existencia va a recibir el impacto, y esa trampa escénica la sabe aprovechar este autor -y actor, y director y protagonista de los musicales más aclamados de los últimos años- para lograr una complicidad con los personajes que compone al teclado y luego construye en los ensayos. "Estamos muy contentos, estoy muy ilusionado", explica a EL ESPAÑOL, "Fernando Gil y Jorge Kent son dos bestias", confiesa.
Los dos protagonistas de este nuevo montaje debutan dando vida Francisco y Alejandro, dos personajes ya visitados por el propio Vidal, Daniel Muriel, Pablo Puyol y un buen puñado de intérpretes fuera de nuestras fronteras, que se presentan en el momento culminante de sus vidas, ése para el que han trabajado largos años. Y sin esperarlo ni el uno ni el otro, se abrazarán y acuchillarán, y se verán impelidos a una trágica decisión entre la lealtad y la traición a sí mismos, a su unión, a la dignidad personal, al objetivo vital, a la verdad, a los principios... y a los finales.
No es una obra sobre la corrupción política, que eso no es más que el mcguffin del que gusta en este caso Vidal -un dramaturgo apasionado por analizar lo todo desde el prisma del zoon politikon- para reflexionar sobre las motivaciones humanas. Pero el escenario electoral en el que la inscribe ha provocado paradojas curiosas en cada uno de sus estrenos.
A Albert Boadella -¿hay hombre de teatro más político que él desde hace décadas?-, por 2015 director de los Teatros del Canal, le costó el rato que gastó en la lectura del libreto para programarla. A los periodistas y políticos invitados entonces -el recientemente desaparecido Alfredo Pérez Rubalcaba estuvo y se le esperaba para esta reposición- les pareció advertir paralelismos con sus partidos. A todos y cada uno. En Rumanía, donde va cerca del año que revienta cada día las plateas, Vidal ha sido acusado de querer influir en las últimas elecciones. En Italia se señalan posos de Berlusconi en las entrelíneas del texto...
Mientras, en esta España de constante cainismo en la que nadie se mide por la dignidad de sus actos -ni siquiera por comparación- sino por cuánto mal le puede hacer al rival el último eslogan creado por el equipo comunicativo, Vidal estuvo una década sin poder trabajar en su Cataluña natal, señalado por no sé qué veleidades constitucionalistas.
Y la obra no es política, sino humana, porque el espectador cambiará, incómodo, su cruce de piernas a cada rato al verse reflejado en detallitos, se reirá trágico y ladeará el cuello curioso cuando concluya que sí, que esos dos personajes podrían ser políticos de verdad. Pero también ellos mismos en una discusión reveladora que hace crisis con alguien y algo.
Llevándonos por su hondo conocimiento documentado de las tramoyas partidarias, Ignasi Vidal demuestra que no hay oposición en la política, sino deslegitimación al que ejerce el gobierno. Y no hay ejercicio de poder, sino revancha sarnosa frente a las obras del otro. Y llevará al espectador a verse (satisfactoria o suciamente) identificado con lo que vea sobre el proscenio.
Los personajes representan los dobleces de los dos estereotipos de este país, más empeñado en degollar y marcar que en liberarse de verdad de lo que nos ata: las mil ideas sencillas que despellejan a los ajenos; la avaricia monetaria que corrompe desde un contrato entre particulares hasta el dónde se deben invertir más y mejor los fondos públicos; y esa envidia vecinal que nos alimentan los que piden nuestro voto prometiendo que ellos sabrán llevarnos a las fuentes que manan leche y miel.
Luego quedará en cada uno, cuando aplauda, reconocerse o no en los múltiples matices que representan el supuesto bueno y el presunto malo de la función. Y el espectador saldrá con vértigo, tratando de saber cuándo optar entre la lealtad y la dignidad. Y si siempre se puede.
*** Dignidad, de Ignasi Vidal, se estrena este viernes 17 de mayo en el Teatro Marquina de Madrid, donde permanecerá en cartel hasta el 30 de junio.