En los años 90 la cultura ‘skate’ se hizo popular. Los niños conocieron a Tony Hawk, se enamoraron de sus piruetas y un país como España, cambiaba el diábolo por los patinetes, y los pantalones cortos y las calzas por vaqueros caídos y zapatillas con esponjas dentro para subir la lengüeta. Los patinadores tenían algo que les hacía irresistibles. Eran pasotas, provocaban el orden establecido, tenían rollo y encima eran adorados. Era un ideal perfecto que pocos se atrevieron en llevar a la práctica.
Pero los skaters han seguido toda la vida. Quizás no tienen tantos seguidores, pero su ‘filosofía’ de vida sigue presente. Muchos les miran por encima del hombro, y pocas ciudades les prestan sus espacios en el centro para que ensayen, y sin embargo se han mantenido fieles a sus ansias de libertad. Lo han hecho desde el margen, como todo lo que no se une al sistema, y puede que ellos, aquellos que muchos creen que solo son unas ‘porretas’ sean los auténticos filósofos del siglo XXI.
De esa unión entre la filosofía clásica y los patinadores es de donde nace Los esqueiters, la obra de Nao Albet y Marcel Borràs que representan en Madrid el 29 y 30 de junio dentro del festival ZIP en el Teatro Español. Albet y Borràs no llegan a los 30 años, y sin embargo ya se han convertido en dos de los nombres más prometedores del teatro español gracias a su obra Mammon, con la que arrasaron la temporada pasada y que protagonizaron junto a Ricardo Gómez e Irene Escolar.
Ahora, atraídos por la estética de los skaters, han buscado en qué punto se une la filosofía clásica y los patinadores, que no es otra que en la “búsqueda de la libertad”. “Había algo cuando veíamos a los skaters patinar y fumar porros y no hacer nada que pensábamos que debían ser muy libres, porque no estaban atados a la sociedad, ni a las personas físicas, y había un nexo curioso de esa libertad anhelada”. Puede que quizás sean ellos los nuevos filósofos de un mundo que no quiere filosofía en sus colegios, y Nao Albet coincide en que ambas áreas tienen algo en común: “la idea de la improductividad”.
“Al final, los filósofos y la gente que patina, nos asemejamos en que somos improductivos para la sociedad, para el capitalismo, que todo el rato pide respuestas valorizables, dar un rédito económico o laboral a la sociedad. Los filósofos no dan nada, y si tienen suerte publican un libro, y los ‘skaters’ tampoco. Ellos no anhelan competir y ganar premios como otros deportistas, sino que para ellos lo que hacen es un modo de vida, y eso les hace felices. Hoy en día, para la comunidad, tanto los ‘skaters’ como los filósofos son innecesarios, y ahí encontramos la libertad”, cuenta Albet a EL ESPAÑOL.
A pesar de ser tan jóvenes, Albet y Borrás ya juegan en las grandes ligas, y en enero volverán a los Teatros del Canal con Mammón, la obra con la que les conoció todo el mundo, y quizás la más acomodada de las suyas, que consideran armas arrojadizas a la línea de flotación de un teatro acomodado y un sistema que castiga el riesgo. “El teatro debe romper el sistema, aunque a mi pesar lo hace poco, pero idealmente es así. El problema es que los teatros públicos, y los privados por supuesto, se aplacan y sólo hacen lo que les funciona, lo que gusta y a lo que saben que va a ir público. Es muy difícil incomodar, pero no por los artistas per se, sino porque no se atreven los programadores. Hay artistas que tienen esa voluntad que se encuentran con estructuras que nos piden que no nos salgamos de la norma”, explica.
Para romper el sistema no les queda otro remedio que entrar en él. Meterse en la rueda para reventarla desde dentro: “Esa es la idea que tenemos Marcel y yo. Sin que se den cuenta picar piedra para cambiar las cosas, porque lo que imaginamos es que en 20 años el panorama teatral sea distinto que el de ahora. Romper las formas es necesario, y siempre se ha hecho y queremos seguir haciéndolo. Es demasiado fácil apalancarse porque sabemos que nos van a contratar más fácil. Una cosa es meterse en la rueda para sobrevivir, porque si no, no comes, pero lo importante a gran escala es poner palos a esa rueda para que el teatro esté vivo”.
Marcel Borràs y Nao Albet se conocieron con 16 años como actores, y allí comenzó una amistad que ha terminado dando lugar a una de las duplas más prometedoras del teatro español, también una de las más incómodas e irreverentes, porque por supuesto ellos creen que el teatro debe ser político. “Es que el lenguaje es político, y a partir de ahí, desde el minuto cero, en cuanto hablas con alguien, aunque no lo creas, siempre hay algo político, algo ideológico. Y en el arte, con la palabra, y con los conceptos, porque los conceptos son lenguaje, pues no hay nada más que el lenguaje. Yo estoy a favor del entretenimiento, es una de las funciones del arte, pero eso no quiere decir que no puedas tener un discurso político. Aunque no te mojes te estás mojando a favor de una política más carca o reaccionaria”, opina Nao Albet.
El lenguaje es político, y a partir de ahí, desde el minuto cero, en cuanto hablas con alguien, aunque no lo creas, siempre hay algo político, algo ideológico
En esta época de dictadura de lo políticamente correcto, Albet y Borràs son una especie de antídoto, dos “gamberros” que se pinchan para tener la idea más loca posible. “Cuando uno tiene una idea muy burra el otro se empalma”, cuenta Albet y explica que sólo una vez han vivido una autocensura, y fue como actores: “era una obra de Roger Bernat y hubo un problema con una autofelación… y encima éramos menores en ese momento, nos habíamos conocido ahí actuando, y el teatro pensó que dos menores que se chupaban la polla pues… y era lógico que un teatro público dijera que no”.
De momento, ellos como creadores siguen tensando la cuerda. “Teníamos una idea que nos gustaba mucho y que no la hicimos y era morrearnos con nuestras madres. Había un motivo. No lo hicimos porque el espectáculo no se hizo, pero si lo hubiéramos hecho lo hubiéramos metido y hubiéramos pedido a nuestras madres eso. Quizás nos hagamos unos carcas… pero espero que no”. Apunten sus nombres. Son insultantemente jóvenes, y el futuro del teatro español es suyo.