En 2018, la escena madrileña se revolucionó con la llegada a los Teatros del Canal de Mammon. La obra era una locura que mezclaba el cine, el teatro, el humor negro, el thriller y las meta referencias en un cóctel molotov en el que se criticaba el capitalismo. Era un cohete. Desde que uno entraba en la sala no podía más que caer rendido a la originalidad de una propuesta que se reía de sí misma y que jugaba con el espectador. Realmente, Mammon se había estrenado hacía cinco años en Cataluña, donde Nao Albet y Marcel Borrás ya eran dos autores más que conocidos, pero inexplicablemente desde la capital no se les había hecho caso.
Con Mammon todos se preguntaron quiénes eran esos dos chavales que apenas rozaban la treintena y que tenían una frescura pocas veces vista. Y llegó la explosión. La versión ‘audiovisual’ de la obra se puede ver dentro de Escenario 0 en HBO, y ahora han conseguido levantar otro proyecto con el que arrasaron en Cataluña y que todavía no se había visto en Madrid. Se llama Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach, un título imposible que luego cobra sentido y que les confirma como dos de los autores más potentes de la escena actual. Nao Albet y Marcel Borrás vuelven a realizar una obra que sólo puede estar en la mente de dos genios locos, en dos creadores en los que los géneros no tienen fronteras y todo se mezcla y se bebe como si fuera un chupito de tequila.
Otra vez Tarantino como influencia, y el cine, y Scorsese, y el propio teatro, y Marina Abramovic… Los guiños y referencias de Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach son tantos que es imposible realizar una enumeración. Mejor dejarse llevar por su torrente imaginativo, tanto en el texto como en una puesta en escena que exprimen al máximo. Una obra impredecible, divertida, llena de giros y un subidón para el espectador, que se verá metido en directo en una película de atracos como nunca la había visto.
La obra juega como siempre con lo metarreferencial, y presenta a los dos directores como protagonistas, dos jóvenes dramaturgos de suburbio reciben su primer gran encargo: estrenar un espectáculo en el Centro Dramático Nacional de Boris Kaczynski. El único requisito que el magnate les impone es el de escribir una obra sobre un atraco a un banco. Y ahí se ponen a imaginar cómo lo harán, qué obra escribirán y cómo no traicionarse vendiéndose al capital y a lo que vende. Arte Vs entretenimiento. Ese es el centro de la obra y sobre esa reflexión giran todos los fuegos artificiales y todos los giros que conviene no desvelar. Porque como en los menores thrillers de atracos, esta obra está llena de sorpresas, cliffhangers, juegos y hasta presencias inesperadas. Casi nada.
En su lucha entre entretenimiento y arte aparece ella, una Irene Escolar transmutada en un trampantojo de Marina Abramovic llamado Maria Kapranov. Una artista capaz de autolesionarse para experimentar el dolor. Una artista de método que se va al bosque tres meses para convertirse en su personaje y que les propone una cosa: robar un banco de verdad. Sólo así su obra tendrá la verdad que requiere. Lo de Irene Escolar es otra locura y demuestra por qué es una de las mejores actrices de su generación.
Repite con Albet y Borrás tras Mammon, y lo hace con un personaje en el que se quita todas las etiquetas que muchos se han empeñado en ponerla, de intensa, de lorquiana. Aquí se rinde al delirio, al exceso y a la diversión, pero sin perder nunca el centro de un personaje que habla en ruso (real) durante toda la obra. Los espectadores -y el resto de personajes a los que da vida un elenco pletórico con Eva Llorach, Francesca Piñón, Vito Sanz, Carlos Blanco y Alina Furman- tendrán que leer unos subtítulos delirantes para entenderla en uno de los enésimos juegos que proponen los autores.
Como en Mammon hay un juego entre lo representado y los actores que lo representan, pero aquí dan un doble salto con tirabuzón, ya que multiplican el punto de vista. Un recurso muy cinematográfico, el de ofrecer la misma acción desde diferentes ángulos para alcanzar la verdad al final, pero que en teatro resulta mucho más complejo. Aquí lo consiguen con una utilización inteligentísima del espacio escénico. El espectador verá el atraco tres veces, una desde un sitio diferente, y al final descubrirá qué ha pasado. Todo ello en medio de un ritmo frenético, divertido, con bailes, estrobos y música de Molotov. La obra de la que todos hablarán estos meses y la mejor opción para salir del tedio y comprobar que la cultura es segura.