A Lydia Cacho, periodista de raza, comprometida con la verdad, con la justicia, con dar voz a los más débiles del sistema, le sucedió lo que a muchos colegas de profesión en México. En 2005 publicó bajo el título de Los demonios del Edén una minuciosa investigación que denunciaba una red internacional de pedofilia y explotación sexual de niños y niñas de entre cuatro y catorce años orquestada desde Cancún. El escándalo salpicó a altos políticos y empresarios del país, y claro, allí la libertad de prensa, la independencia, es una quimera cuando se intentan rasgar los tentáculos de la corrupción. La reportera fue secuestrada por un grupo de policías, torturada y amenazada de muerte en un viaje en coche que duró más de 24 horas.
La escalofriante experiencia la relató en su libro autobiográfico Memorias de una infamia (Debate), que ahora se adapta a las tablas en una obra coproducida por el Teatro Español de Madrid y Producciones Come y Calla y que se representa hasta el próximo 16 de enero en La Sala Max Aub de Naves del Matadero. El montaje, dirigido por José Martret y bautizado como La infamia, tiene a las actrices Marta Nieto y Marina Salas en el papel de protagonista: ellas encarnan el sufrimiento y el tormento de Lydia Cacho, exiliada en España desde 2019, cuando unos sicarios entraron en su casa, robaron sus trabajos y mataron a sus dos perras.
"Cuando documentas el dolor y el miedo de niñas y niños frente a la opresión violenta de los adultos, el único camino a seguir es el de la responsabilidad", explica la periodista, especializada en investigar la delincuencia organizada que explota a mujeres y niñas. "La historia de La infamia comienza el día en que entrevisté a la primera víctima de una red de trata sexual de niñas. Viajamos entre el pasado y el presente para retratar cómo nos enfrentamos a la delincuencia organizada. Este es un retrato de la batalla de las mujeres contra el machismo criminal que nos castiga por decir la verdad, por levantarnos contra la injusticia. Y es también una celebración del poder de la solidaridad y la empatía".
Cacho ha sido partícipe del proceso creativo de la obra, colaborando en la escritura de la versión teatral y asesorando a las intérpretes en los ensayos. "Estaba convencida de que el lenguaje teatral es perfecto para contar esta batalla, pero debía ser con alguien como José Martret, no solamente porque su propuesta en escena es excepcional y poderosa, también porque es un director que entrega el corazón a la historia. Las actrices han sido también fundamentales. Esta es una historia difícil, en especial porque yo trabajo a su lado y he huido de un último atentado de muerte".
Aunque la investigación de Cacho desvelase las artimañas de un gobierno corrupto y la implicación en la red de pornografía infantil de magnates como Kamel Nacif y Jean Succar Kuri, defiende que esta es una historia global. Su secuestro no es más que la pantalla en la que se proyectan los infiernos de otras muchas periodistas de todo el mundo que son secuestradas, torturadas y asesinadas por preguntar, por buscar la verdad, por poner en jaque al poder y destronar a los corruptos de su poltrona. La infamia habla de activismo, justicia, derechos humanos, protección de las víctimas, el papel imprescindible de la prensa, de supervivencia...
José Martret, director de la obra, destaca el coraje de la periodista y confiesa que el proyecto surgió tras la lectura de sus memorias: "En ese momento, se generó en mí la necesidad de darle un altavoz a esa historia y a su protagonista, no solo para darlas a conocer, sino para demostrar que la denuncia y la lucha son necesarias, que podemos unir fuerzas y luchar contra los corruptos, los pedófilos, los tratantes de seres humanos… Como dice Lydia: ellos son menos".
El montaje divide la historia en dos momentos temporales que van a la par: uno narra el secuestro de Lydia en México y el otro la jaula que sufren muchas otras periodistas que denuncian la corrupción. La infamia, además, combina la narrativa teatral y la cinematográfica. La operadora de cámara Alicia Aguirre Polo sigue a la protagonista, ofreciendo un primer plano de la actriz. De este modo, el espectador puede bucear en el ámbito psicológico y emocional que propone la obra. Gracias a la pantalla, en la que se proyectan estas imágenes, se descubre a Lydia por medio de una narrativa visual inscrita en el documental y, al mismo tiempo, se revive todo lo que le pasó a partir de la escritura de Los demonios en el Edén.