Peggy Guggenheim (1898-1979) era una mujer liberada, excesiva, miembro de una de las familias más ricas de Estados Unidos (su padre se encontró entre los fallecidos en el hundimiento del Titanic) y con una existencia marcada por un complejo de inferioridad intelectual que buscó superar a través de la colección de maridos y amantes artistas (afirmó haberse acostado con más de cuatrocientos) y de sus obras. Y ése fue, quizá, su principal legado, la colección que hoy alberga el Museo Guggenheim de Venecia, y sin la que, literalmente, no sería posible comprender la evolución del arte contemporáneo.
Pero, como relata Francine Prose en Peggy Guggenheim. El escándalo de la modernidad (Turner), hubo un momento en el que una parte importante de esa colección, que incluía obras de Kandinski, Klee, Picabia, Braque, Gris, Miró, Ernst, De Chirico, Tanguy, Dalí, Magritte, Brancusi, Giacometti, Moore, Arp y una casi inacabable lista corrió serio peligro de desaparecer. Ocurrió en el verano de 1941, cuando la cada vez mayor presión alemana sobre la comunidad de artistas que residían en la Francia ocupada ponía en grave riesgo a los artistas y las obras del llamado "arte degenerado", especialmente si eran de origen judío.
Hasta entonces, Peggy y su camarilla, compuesta por una nómina de artistas encabezada por su por entonces amante y luego marido Max Ernst, vivían retirados en el sur del país, en una fiesta continua que vivía ajena al derrumbe que estaba sufriendo Europa. Pero en medio de esa desconexión con la realidad (ella ni siquiera llegó a sentirse hasta el final verdaderamente amenazada por su condición de judía, pues sentía que por encima de ello se encontraba la de rica estadounidense), Peggy siempre se sintió ligada a la suerte de su colección, que se había llevado a Francia tras el cierre de su primera galería en Londres, Guggenheim Jeune, y que había iniciado gracias al asesoramiento, entre otros, de Marcel Duchamp.
Peligro, nazis
En el momento de la invasión alemana, y por consejo de Fernand Léger, había pedido que el Louvre le cediera un espacio en el escondite en el campo en donde había puesto a buen recaudo lo más valioso de su catálogo. La negativa de la institución, que consideró que aquel arte no merecía la pena de ser salvado en caso de hecatombe, la indignó.
Ante el rápido avance de los nazis, tomó la decisión de trasladar su colección a un granero cerca de Vichy: el riesgo de incautación por su condición de judía era demasiado grande. Además, se dedicó a comprar toda la obra de los artistas que residían en París que le fue posible; cuando se levantaba, era habitual que varios de ellos ya estuvieran esperándole para ofrecerle sus cuadros y sus esculturas. Pocos días antes de la entrada de los alemanes, ella misma huyó de la capital.
La colección, finalmente, salió facturada en un barco que les precedió junto a su ropa de hogar, libros, utensilios de cocina
La colección tuvo que ser trasladada, por motivos de seguridad, a una estación de tren en Annecy, donde estuvo bajo un techo con goteras, protegida únicamente por lonas. El director del museo de Grenoble se ofreció a guardarlas en su sótano, pero en ningún caso a exhibirlas, ante el temor de llamar la atención de las autoridades. Eso indignó nuevamente a la coleccionista.
Para entonces, ya había preparado su salida hacia Estados Unidos, junto a sus hijos, Max Ernst, su ex marido y su mujer y varios protegidos más. La colección, finalmente, salió facturada en un barco que les precedió junto a su ropa de hogar, libros, utensilios de cocina y otros enseres personales. En total, 150 obras esenciales. En una cena de despedida en Marsella, justo hace 75 años, Kay Boyle, casada con el ex marido de Peggy, Laurence Vail, les comunicó que había sabido que el barco había sido hundido por un submarino.
Los presentes se quedaron helados. Como relata Prose, por sus mentes pasaron imágenes desoladoras de aquellos tesoros hundiéndose en el Atlántico: "el Pájaro en el espacio de Brancusi desprendiéndose de sus mantas protectoras y su bronce reluciente, dando vueltas sin parar hasta depositarse en el fondo del océano. La Concha y la Cabeza de Arp y la Mujer con la garganta cortada de Giacometti hundiéndose en picado entre los restos del naufragio. La Curva dominante de Kandinski, el Clarinete de Braque, los Hombres en la ciudad de Léger y El nacimiento de los deseos líquidos de Dalí flotando en el agua. Las fotografías de Man Ray y Berenice Abbott ahorquilladas, cubiertas de sal."
Sin aquellas obras, habría sido posible comprender la evolución posterior del arte y, quizá, el expresionismo abstracto y Pollock nunca hubieran existido. Afortunadamente, como hoy saben todos los que han visitado Venecia, aquello no fue más que una broma pesada: poco tiempo después, su propietaria se reunió con ellas en Nueva York, a salvo del infierno de la guerra. La fiesta podía continuar.