En 1848, Alejandro Dumas hijo publicó la novela que marcaría su mayor logro: La dama de las camelias. Aunque arrancó su carrera comercial de manera tímida, pronto se convertiría en un éxito brutal, favorecido por una aplaudida adaptación teatral firmada por el propio autor y que serviría de base para que Verdi compusiera su celebérrima ópera La traviata en 1853.
La dama de las camelias fue, en realidad, la forma en la que Dumas embelleció y convirtió en puro romanticismo algo que le había sucedido y que le dejó una profunda huella: Margarita Gautier, la protagonista, no es más que el trasunto ficticio de la real Marie Duplessis, la cortesana más célebre del París de Napoleón III, que había conseguido un estatus de lujo manteniendo relaciones con muchos de los hombres más poderosos de su tiempo, que le pagaban sus mansiones y su altísimo tren de vida, permitiéndole incluso costear un salón por el que pasaba gran parte de la intelectualidad de la época: el mismo Dickens quedó absolutamente prendado de ella.
En un mundo en el que las posibilidades de promoción de la mujer, sobre todo si era de origen humilde, eran escasas, Duplessis, nacida en 1824, había conseguido convertir una infancia sórdida que amenazaba con extenderse durante toda su previsiblemente corta vida en un camino para el éxito. De una belleza extrema, según los cánones de la época, había quedado huérfana de madre a los ocho años, y pronto su padre comenzó a prostituirla para obtener una ganancia, hasta que terminó vendiéndola con quince años a unos gitanos con los que llegó a París.
Allí se las arregló para trabajar en varios oficios, hasta que en un baile conoció a un restaurador que la tomó como su "protegida" y la instaló en un piso. Fue el comienzo de un vertiginoso ascenso en el que Duplessis fue sustituyendo, e incluso simultaneando, relaciones con políticos, nobles y hombres influyentes y ricos. Su tren de vida era tal (además de amante de los lujos, era ludópata), que muchos de sus amantes terminaban abandonándola al no poder seguir su ritmo de gasto, para ser sustituidos por otros. Y así, Duplessis consiguió ir escalando en la sociedad parisina de la época: tomó clases para aprender a hablar un correcto francés, se esforzó en culturizarse e incluso, tras una boda de conveniencia con el conde de Perregaux, llegó a grabar su blasón en la vajilla, en las puertas de su carruaje y en su correspondencia.
Sin embargo, la relación que entabló con Dumas, a quien conoció en 1844 en las reuniones que organizaba en su salón, se escaparon de este esquema: el escritor carecía de la fortuna de los amantes oficiales de Duplessis, lo que no fue obstáculo para que ella le correspondiera. Pero el hecho de que, mientras tanto, ella mantuviera las otras relaciones que le permitían costearse sus gastos, terminó destruyendo, en poco más de un año, la relación.
Por entonces, Duplessis ya estaba enferma de tuberculosis, la enfermedad "romántica" por antonomasia, y que en aquella época era absolutamente letal. Aún así, tuvo tiempo de mantener otra turbulenta relación con el músico Franz Liszt, antes de que su enfermedad terminara definitivamente con ella en 1847: tenía sólo 23 años de edad. Para afrontar los gastos del entierro y las deudas que dejó detrás, fue necesario subastar todas sus posesiones, incluido su famoso loro. Dumas, aún con estrecheces económicas, sólo pudo hacerse con una cadena de oro que ella solía llevar en el cuello.
Llevado por la honda impresión que le había dejado su relación con la cortesana, Dumas escribió su obra en muy poco tiempo, convirtiéndola en una historia llena de carga moral en la que la protagonista, tras su vida de excesos y amores interesados, acaba conociendo una muerte triste y solitaria, mientras deja atrás a un amante, Armand Duval, que es el único que la ha querido de verdad y que queda totalmente destrozado por la pérdida.
Al final, la vida de Marie Duplessis terminó sirviéndole a Dumas para conseguir la fortuna que le había faltado cuando mantuvo su breve pero apasionada relación con ella. La obra ha sido reeditada constantemente, cada día hay un lugar en el mundo en el que se está interpretando la ópera, y en el cine Margarita Gautier ha sido encarnada por multitud de actrices, aunque es difícil olvidar la interpretación que de ella hizo Greta Garbo en 1936. La dama de las camelias se ha convertido en una de las obras esenciales del romanticismo, eclipsando todos los aspectos sórdidos de la historia. Interpretaciones más recientes, por el contrario, buscan superar esos clichés para presentar a Marie Duplessis como una mujer que consiguió tomar las riendas de su destino empleando las únicas armas que tenía a su disposición.