Julie Delpy es una de esas mujeres todoterreno que prácticamente han hecho de todo. Ha sabido configurarse una carrera más allá de su faceta de actriz y ha conseguido ser respetada como directora después de seis largometrajes en los que ha demostrado inteligencia a la hora de abordar diversos géneros desde una perspectiva muy personal. No es un caso aislado en Francia. Muchas actrices de renombre han terminado abordando la dirección cinematográfica como un medio expresivo para canalizar sus inquietudes y han conseguido gracias a su talento situarse como estandartes de una nueva sensibilidad femenina dentro de la hegemonía masculina que prima dentro del cine europeo.
Es el caso de Mia Hansen- Love, de Valérie Donzelli, de Maïwenn, de Valeria Bruni Tedeschi y de otras personalidades mucho más brutales y descarnadas como la de Marina de Van. Ahora Julie Delpy estrena Lolo, película que también protagoniza. En ella la actriz interpreta a una mujer, Violette, madre de un hijo a punto de entrar en la edad adulta y que ha alcanzado el éxito profesional en el campo de la moda. Una mujer que ha pasado la barrera de los cuarenta años, ese momento de crisis vital en el que parecen aflorar toda una batería de miedos que tienen que ver con el culto a la juventud que preconiza la sociedad en la que vivimos.
Me gustaría admirar al personaje de Julie Delpy en Lolo. Pero soy incapaz de identificarme con una mujer que desde las primeras imágenes de la película se muestra snob, frívola y elitista, que vive en un mundo burgués hecho a su medida y con una tendencia bastante desmedida al histerismo y la neurosis. En pocas palabras, su Violette termina haciéndose insoportable. Es algo que ya habíamos percibido en trabajos previos, sobre todo en el último episodio de la trilogía de Richard Linklater, Antes del anochecer, co-escrito por ella misma, en el que su personaje de Céline, con la edad, había terminado adquiriendo rasgos de auténtica maniática compulsiva.
Me parece bien que la representación de la mujer en el cine sea capaz de trazar un poliédrico estudio de su condición. Sacar lo mejor y lo peor, adentrarse en sus inseguridades, en sus frustraciones, darles forma y reivindicar su poder dentro de una sociedad que parece seguir obviando que la fragilidad es una parte inherente del ser humano con independencia del género. Pero Julie Delpy parece quedarse en la superficie a la hora de dibujar su personaje. Y esto no deja de ser peligroso cuando nos encontramos con un perfil que simplemente se queda en ese arquetipo femenino extravagante y caprichoso que ya se ha encargado el imaginario masculino de construir a lo largo del tiempo.
En Lolo Julie Delpy intenta también traspasar las barreras del humor políticamente incorrecto a la hora de hablar de los hombres y de las necesidades de una mujer sexualmente activa. Pero la forma en la que intenta derribar los tabúes resulta forzada y mecánica, como si fuera un peaje por el que hay que pasar cuando se aborda la comedia en su vertiente más desinhibida, intentando copiar los referentes norteamericanos que nos llevan desde Amy Schumer pasando por Sarah Silverman, Lena Duhman, Tina Fey o Amy Poehler, que han conseguido, cada una en su estilo, trasladar el humor feminista a un estatus superior a través de niveles de mordacidad y atrevimiento que han abierto nuevos caminos de expresión absolutamente necesarios a la hora de romper con los clichés del universo heteropatriarcal dentro de este campo.
A su lado, Julie Delpy se muestra torpe y demasiado ingenua. La mayoría de sus chistes no son ni afilados ni subversivos. Tampoco es que tengan demasiada gracia. Y parecen esconder en última instancia lo necesitadas que en el fondo estamos las mujeres de intentar integrar a toda costa un hombre en nuestras vidas.
Violette, en su intento desesperado conocerá a un señor de provincias que queda fascinado con su personalidad arrolladora y que se verá sometido a toda una serie de torturas y menosprecios por su parte y por la de su hijo por no pertenecer a su mismo estatus social. Jean-René es calificado constantemente como un paleto y casi el grueso de las bromas de la película irán encaminadas a poner de manifiesto su inferioridad con respecto al intachable modelo de perfección de ese pequeño y tiránico núcleo familiar.
Hace unos meses se estrenaba una película titulada No es mi tipo, que hablaba de las diferencias culturales utilizando una inversión de los roles con respecto a Lolo. Ella era peluquera en un pueblo, él un intelectual que intentaba leerle libros de filosofía para instruirla después de practicar sexo. En esa película, el personaje femenino, también era una mujer trabajadora que intentaba sacar adelante a su hijo, que soñaba con encontrar al hombre de su vida, pero tenía la suficiente entereza y valentía como para plantarle cara a ese amante ensimismado en su elitismo, que la infravaloraba y que no era capaz de ofrecerle lo que realmente necesitaba.
Pero Julie Delpy no parece querer ahondar en las verdaderas carencias de su personaje. De modo que al final, la causa de todos sus males y de sus fracasos sentimentales terminan teniendo como único culpable a ese vástago déspota y mimado que parece haber sido criado a su imagen y semejanza.
No sé hasta qué punto Julie Delpy pretende que juzguemos a Violette y Lolo y sintamos condescendencia hacia Jean-René. En cualquier caso la directora ha terminado construyendo una comedia epidérmica en torno a la maternidad y sus servidumbres, y a la lucha de sexos, que pone de manifiesto su escasa capacidad para poner de manifiesto los vicios y costumbres de la sociedad burguesa que pretende retratar, y supuestamente satirizar.