Una ceja dibujada del frontal hasta la sien, cierto halo de tristeza y una injusticia: esas fueron las tres cosas que le llamaron la atención a Julià Guillamon de Rosa Maria Arquimbau, periodista y escritora catalana silenciada tras la Guerra Civil y a quien la posguerra se encargó de enterrar cuando aún vivía. “Me atrajo su imagen pero también algo que me cabrea: que se hablara mal de ella por ser una mujer libre”. Arquimbau frecuentaba bares, tertulias, cabarets, bibliotecas y diarios. Todos esos escenarios quedaron reflejados en sus relatos. “En uno de ellos habla de un triángulo amoroso entre un hombre, una vedette y una mujer separada. Durante la investigación descubrí que ella había formado parte de un trío igual”.
En la Setmana del Llibre en Català, que finaliza el 11 de septiembre, ha habido presentación de novedades y firma de ejemplares; venta de libros y rato para el lucimiento de autores y fans, pero también tiempo para recuperar títulos y escritores poco cacareados. En 'La tarde de los homenajes' se habló de los 100 años del nacimiento de Roald Dahl; de los 50 que ha cumplido la Teoria dels cossos de Gabriel Ferrater y de Baltasar Porcel. Arquimbau ha sido otra de las recuperadas de un olvido que la editorial Comanegra arregló este año de la mano de Guillamon al editar tres obras de la periodista fallecida en 1992. Entre ellas, L’enigma Arquimbau. Sexe, feminisme i literatura a l’era del flirt, una investigación sobre una mujer “gamberra y descarada” que incluye una de sus obras principales, Història d’una noia i vint braçalets.
Críticas a los carcas y a las feministas
“¡Hasta yo creo que mi noviazgo afectó a mi crecimiento! ¡Creo que el enamoramiento me paró a medio hacer!”, dice en Home i dona Consol, la joven que acaba de divorciarse de su marido infiel. “La ley del Corán siempre será mal aceptada por las mujeres”, le cuenta a una amiga a través de cartas. A ella le explica su sensación de fracaso, que poco a poco se va convirtiendo en liberación. “Las casadas enamoradas son tan tontas…” Va cambiando su idea sobre el sexo extraconyugal y se alegra de no haber tenido hijos. “Esta libertad que ahora tengo no la tendría y alguna vez me habría tenido que guardar la dignidad en el bolsillo”.
“Repartía por todos lados. Por ejemplo, en sus columnas en L’Opinió o en La Rambla daba fuerte a los carcas pero también a los suyos”. En ese repartir miró a las de su sexo y señaló lo que le parecían poses sin contenido. En Es rifa un home, sátira teatral en un acto, los personajes son “la feminista de edad”, “la feminista jovencita”, “la feminista de conveniencia” y “la feminista cien por cien”. Nunca olvidó el humor pero la obra es ácida hasta en las acotaciones. Tanto como el perfil de chica “bien” que traza en Cor lleuger, relato en forma de diario personal en el que una joven aprovecha su belleza y su supuesta candidez para salirse con la suya.
Repartía por todos lados. Por ejemplo, en sus columnas en L’Opinió o en La Rambla daba fuerte a los carcas pero también a los suyos
“Llorar a un hombre lo encuentro cursi y poco siglo XX”, dice Pili, que juega con su feminidad hasta hacerse daño. Pero Arquimbau no castiga a las mujeres, tampoco a las frívolas. A Consol la devuelve a los brazos del marido pero en otra condiciones: ahora gozarán los dos de ser infieles. Y a Pili la premia porque considera que las chicas como ella tienen el mérito de haber puesto a su favor los roles que les han impuesto.
Banal sólo en apariencia
“¡Ya ve usted, todo el mundo escribe, las muchachas también empiezan a escribir!”, escribía el crítico literario Mario Verdaguer en 1934 refiriéndose a la aparición de Història d’una noia y vint braçalets. Y es que Arquimbau no estaba sola. En la década de los 30 aparecen varias firmas de mujer en los diarios y también fue en esos años cuando Maria Luz Morales dirigiría La Vanguardia. Pero Arquimbau era de una cuerda algo distinta: no era piadosa, discreta, ni prudente. “Presumía de novios, de tener varios a la vez, de ser libre. Y eso no se lo perdonaron jamás”, explica Guillamon, que la destaca como columnista, algo que aprendió de Josep Maria de Segarra.
Políticamente también se destacó. Arquimbau fue una de las fundadoras del Frente Único Izquierdista, agrupación de mujeres constituida en 1932, y militante de Esquerra Republicana de Catalunya, a cuyo Congreso de 1933 la hemeroteca atestigua que asistió. Precisamente en algunas críticas sobre su obra teatral Maria la Roja, que habla de la situación de las mujeres en prisión, se le afea que redujera la literatura a un instrumento político pero en otras se la tacha de esnob por situar la trama en París o de frívola por mostrar personajes alegres. “Rosa Maria Arquimbau sostiene que [sus temas] no tienen de banales más que la apariencia”, decía en la introducción a la edición de Home i dona editada por Quaderns literaris.
Ella había puesto muchas esperanzas en Segunda República y la guerra y la posguerra la destrozaron
Julià Guillamon no cree que la causa de su olvido sea la calidad de su trabajo, que él compara con la de articulistas actuales como Quim Monzó o Empar Moliner. “Lo que no le perdonaron fue su libertad absoluta.” Que le gustara tomar el sol, maquillarse, tomar cócteles o coquetear con los señores y que lo contara con un lenguaje directo, sin temer a nadie y en una tribuna pública ponía en peligro las convenciones sociales. “Eso no era normal y asustaba a los hombres pero también a las mujeres. A nadie le interesó recuperar una voz como la suya.” El crítico literario también considera que hubo algo de abandono por su parte. “Ella había puesto muchas esperanzas en Segunda República y la guerra y la posguerra la destrozaron”, zanja.
Una conducta moral “pésima”
Rosa Maria Arquimbau intentó huir a México en los años 40 pero no lo consiguió. Su rastro no se pierde del todo y puede seguirse en otra de las obras editadas por Comanegra, Quaranta anys perduts, novela escrita entre los años 40 y 70. Pero es en Cor lleuger i altres narracions de l’era del flirt donde pueden verse las pequeñas historias de mujeres diversas con las que Arquimbau completa la Historia oficial de lo que eran, querían y deseaban las féminas de su tiempo. Escribió artículos, novelas, relatos y teatro pero ya no era la chica que escribía y reía. En1957 escribió una comedia, L'inconvenient de dir-se Martines; en 1961 se presentó al Premio Biblioteca Breve y en 1970 al Víctor Català de narración. No ganó ninguno y poco a poco se fue desvaneciendo lo que había arrancado como una carrera fulgurante.
Lo que no se recuperará, dice Guillamon, es su obra periodística. “Es difícil para el lector actual porque implica conocer al detalle el contexto de los años 30 en Barcelona”. Pero hay una esperanza de ver el pulso reportero de Arquimbau: la recuperación de una obra que se daba por perdida y que el escritor catalán encontró en el fondo de Censura de Libros del Archivo General de la Administración. “Es Santa inocència, una historia de la prostitución que escribió en los años 70”. Para contarla recurrió a las entrevistas y al reportaje y buscó buena parte de la información en las barras americanas que empezaron a proliferar cerca de la calle Laforja, donde vivía.
Cerca de su casa todavía quedan dos de aquellos clubes nocturnos originarios. Uno está en la calle Aribau, el otro en la misma vía donde vivió la autora. Hoy, en esa en esa zona del Ensanche que inaugura la parte “bien” de la capital catalana más que puticlubes, proliferan gimnasios y esteticistas, negocios que no ofrecen carne, sólo la moldean para que se ajusten al rol actual. En aquellos bares encontró Arquimbau los testimonios de jóvenes que le contaron por qué hacían lo que hacían y con las que confirmó que a ninguna mujer, sea por necesidad o por gusto, se le perdona que sea dueña de su cuerpo.
Ella lo sabía bien. La prueba la encontró Guillamon en el Informe de la Jefatura de Falange abierto a Arquimbau cuando las tropas franquistas entraron en Barcelona y ella no se presentó a su puesto de funcionaria municipal. En el papel, no sólo se la relaciona “con la horda roja”, también se alude a su conducta moral con una palabra que cayó sobre ella y sobre su obra como una lápida: “Pésima.”