"Nos humillan continuamente. ¿Por qué, o qué concepto tienen de nosotros?". "¿Qué hacemos, pues, aquí encerrados, escarnecidos, tiranizados? ¿Hasta este punto se está jugando con nosotros?". "El desayuno ha sido peor que la cena. Sólo chocolate crudo". No son testimonios de los migrantes encerrados en el CIE de Aluche. De hecho son palabras rescatadas del diario del fotógrafo Agustí Centelles (Valencia, 1909-Barcelona, 1985), atrapado en un barracón inhumano del campo de concentración francés, en Bram, a refugio de las represalias de la guerra civil, junto a otros 17.000 españoles.
El fotógrafo escribe con letra pequeña en dos pequeñas libretas de colegio. Tiene 30 años y está dando testimonio al éxodo, por escrito y con su cámara. Estuvo encerrado allí desde marzo a septiembre de 1939 y lo que cuenta es terrible, lo que retrata es el espanto y denuncia el trato vejatorio de la policía francesa: "Los refugiados somos una atracción. Hacen pagar 6 francos para visitarnos (sin comentarios). Esta tarde he recordado mis días de reportero gráfico".
El fotógrafo fue detenido en su huida y recluido primero en Argelès-sur-Mer y de ahí trasladado a Bram, a hora y media. Hoy es una hermosa zona turística, en la que no hay recuerdo de lo sucedido en sus playas. Agustí empieza a escribir al mes de haber llegado al campo de concentración.
Fotografía desde el primer momento y se han documentado hasta 600 imágenes suyas en aquel infecto lugar. La más famosa de todas es la de las letrinas. Una fila de varios hombres defecan sobre cubos al aire libre, uno junto al otro. Las imágenes del interior de las barracas en las que habitan son menos espectaculares, pero más dramáticas. Robert Capa estuvo de visita en Bram, coincidieron los dos fotógrafos, pero uno, además, había perdido su libertad. El legado de Centelles es una experiencia traumática que Capa no pudo llegar a ver y que se ha olvidado.
Ochenta años atrás
El campo de concentración de Bram estaba situado cerca de Carcasona y se componía de dos avenidas principales, transversales, que cruzaban el centro del mismo. La calle principal tenía 20 metros de ancho y 425 metros de largo. Las autoridades francesas empezaron a construir el centro de refugiados el 5 de febrero de 1939, con 10 sectores de acogida y 20 barracas cada uno. A cada lado de la arteria principal situaron 165 barracones, agrupados en manzanas.
Alambradas de 2,5 metros de altura cercaban el lugar y los guardias a caballo vigilaban que nadie saliera de allí. En cada caseta entraban 100 personas y lo que describe Centelles -uno más entre el medio millón de españoles que huyeron de la represión franquista y cayeron en los campos de concentración franceses- se resume en hacinamiento y desconsuelo.
Su historia vuelve a repetirse ocho décadas después, a pesar de que tanto sus diarios como sus fotos han quedado recogidas y han sido publicadas en Diario de un fotógrafo (Destino en catalán y Península en castellano) y La maleta del fotógrafo (Península, con una selección de los cientos de negativos). Los negativos forman parte de nuestro patrimonio tras comprarlos el Estado por 700.000 euros.
Centelles, en plena desesperación, cuenta la asfixia de un refugiado privado de todos sus derechos: “Empieza el quinto mes de exilio. ¿Hasta cuándo durará? Esto se hace muy largo. Al principio, cuando estaba en Argelès, creía que sería por poco tiempo. Tenía fe en que el ministerio se ocuparía de nuestra situación y nos sacaría enseguida. Me desengañé rápidamente y lo ratifiqué cuando fuimos trasladados a este campo”.