Cómo vivir libre en un cuerpo negro en los EEUU. La pregunta que el periodista Ta-Nehisi Coates trata de explicar a su hijo de 15 años y no logra resolver en el libro Entre el mundo y yo (Seix Barral). Esta es la pregunta a la que encerrado en un cuerpo negro no puede responder en Norteamérica, donde los sueños y las libertades están garantizados si te crees blanco. El sueño de los que se creen blancos, explica Coates, huele a barbacoa del Memorial Day, tiene jardines perfectos y hay casas con árboles de Boy Scouts. “El sueño huele a menta, pero sabe a pastel de fresa”.
Hombres que se creen blancos que matan con impunidad a hombres de cuerpos negros. “Nunca he creído que vaya a ir bien”, escribe en esta carta sin consuelo. Está regada con los premios National Book Award de no ficción, Pen Award de ensayo y finalista del Premio Pulitzer, Pen Literary Award y del National Book Critics Circle Award. Parece un ensayo, pero es un diario, aunque tiene los rasgos de una crónica y, sin embargo, es un grito desesperado por la libertad. Un Yo acuso.
Acusa a los americanos de racistas, porque creen que ese es el rasgo definitivo e incuestionable del mundo. “El racismo -la necesidad de asignar a la gente unos rasgos inmutables y luego humillarla, reducirla y destruirla- es la inevitable consecuencia de esta condición inalterable”, escribe, como si fuera algo tan natural como un tornado o cualquier otro fenómeno ajeno a la acción humana. “Pero la raza no es la madre del racismo, sino su hija”.
Destruir tu cuerpo
El lenguaje disimula el racismo que vive oculto a pesar de ser una experiencia visceral ejecutada por la policía. Pero Coates no acusa a los “hombres de uniforme”, los llama destructores que garantizan el cumplimiento de los caprichos del país. “No hay nada extraordinariamente maligno en esos destructores”. Acusa a la herencia y el legado, a las raíces de los EEUU, aunque la descripción de la policía escape a la corrección: “Y ahora sabes, si no lo sabías antes, que a los departamentos de policía de tu país les han otorgado autoridad para destruir tu cuerpo”.
Acusa de la impunidad con la que actúan, porque no importa que la destrucción del cuerpo negro sea resultado de una reacción “desafortunadamente excesiva”. Coates le dice a su hijo que si se resiste a la gente que está intentando inmovilizar su cuerpo, “te lo pueden destruir”. Y acusa: “A quienes lo destruyen casi nunca se les hace responsables de ello. A la mayoría, simplemente, les pagan una pensión”. Y vuelve a acusar: la destrucción no es más que la forma superlativa del dominio, porque hay otras prerrogativas como los registros, las detenciones, las palizas y las humillaciones.
Acusa a EEUU de ese sueño falso que sabe a fresa. “Yo llevo muchísimo tiempo queriendo escaparme de ese Sueño”. Y vuelve a preguntarse cómo vivir en un cuerpo negro y ser libre. No es complaciente ni políticamente correcto, porque es el testamento de alguien sometido, generación tras generación, que trata de resistir. Considerar Entre el mundo y yo literatura es rebajar el manifiesto a producto cultural, es dejar la denuncia en paisaje. Y es de todo menos barbacoa costumbrista.
Vivir con miedo
Su acusación no se detiene en la política, la cultura y los cuerpos del Estado, llega a su lado. Resistir no es exhibir el miedo, resistir no es poner a todo trapo el equipo de música del coche mientras se pavonea por el barrio, para alardear y fanfarronear. El miedo es lo más exhibicionista porque esa música les hace creer a los hombres con cuerpos negros que son los amos de su vida. De sus calles, de su cuerpo. Coates les acusa de no hacerse cargo, de no asumir su miedo y reivindicar su libertad. La violencia surge del miedo igual que el humo sale del fuego, todo es un error político que obliga a los negros a vivir con miedo.
Acusa a las bandas y los jóvenes que habían transmutado su miedo en rabia, porque eran el mayor peligro en su adolescencia. “Las bandas deambulaban por las manzanas de sus vecindarios, armando escándalo y metiéndose con la gente, porque únicamente por medio del escándalo y la mala educación podían experimentar alguna sensación de seguridad y de poder”.
Acusa también al sistema educativo, que fue diseñado para santificar el fracaso y la destrucción. Y a la religión, a la Meca. Cree en pocas cosas, como en Malcolm X y la universidad negra Howard, en Washington. Y, por supuesto, acusa a la ley, que no protege a las personas con cuerpos negros. La ley, dice, es una excusa“para pararte por la calle y registrarte, para intensifica el asalto a tu cuerpo”. “Nuestro mundo es físico. Aprender a jugar de defensa: no hacer caso de la cabeza y mantener el cuerpo con vida”. Eres negro en EEUU, estás muerto.