Kaz es como un adolescente estirado, un niño grande con calcetines de rayas, brazos flacos y pelo pincho. Mueve las manos al hablar -como una caricatura andante, como un narrador en vivo- y sobrevive a base de carcajada infantil, con restos de un acné antiguo. Nadie diría que se acerca a los sesenta: aún se le encienden los ojos cuando alguien se mete una hostia patosa. Es hiperbólico, revoltoso y cítrico. Recuerda constantemente de dónde viene.
El dibujante lo mismo le arranca la piel a tiras a la sociedad con Submundo -donde "conviven yonkis vocacionales, ratas mutantes, un gato que fuma y paletos de la América profunda"- que trabaja en animación para niños con Bob Esponja o Phineas y Ferb. En la dualidad está la penitencia: sus adeptos más fieles -hijos del cómic underground- tienen algo de purista y no acaban de entender que Kaz se dedique también a un fenómeno de masas que vive en una piña debajo del mar.
"Sé que una parte de mi público es así, pero yo estoy en contra de cualquier límite", reconoce. "Para mí animación y cómic son cartoon, dos piezas de una misma cesta que, además, pertenece al arte". Kaz firma El tercer submundo (editado por Autsaider Cómics) en Chopper Monster, un templo de grafitis y calaveras en la arteria caliente de Malasaña, recién llegado de California. Unos veinticinco apóstoles rodean el sofá donde se explica el viñetista bestia entre las bestias -y entre los bestias también-. Son pocos pero adoradores: todos aplauden por dentro a sus bebés vestidos de adultos y a sus travestis con pechos de plástico. La gente le ríe las gracias. Alguien le pregunta por su horóscopo.
Niño obrero
El dibujante se crió en un barrio obrero de New Jersey, hijo de inmigrantes lituanos. A veces rugía el estómago y el agua templada se volvía un milagro intermitente. "Por eso todos mis personajes viven en entornos degradados, deprimidos y cutres", explica a este periódico. "Nunca hago, ni haría, historietas sobre nada que tenga que ver con el lujo. Pero una de las cosas que aprendí en Hoboken [su ciudad natal] fue a reírme de cosas que a priori no tienen gracia, como la depresión, la violencia, la pobreza. El mecanismo del humor te ayuda a sobrellevar ciertas cosas en la vida". Kaz no cree que el arte deba pertenecer al otro lado, necesariamente -ni reinar en las antípodas del establishment-, ni que "tenga que estar en el bando de los humildes": "Eso sí, si yo hubiera nacido rico, haría cómics más agradables, pero no es así. Quizá haría cómics muy divertidos sobre los problemas de ser rico", bromea.
Siempre quiso ser dibujante de cómic, incluso cuando curraba en "trabajos de mierda". Se evoca a sí mismo el día que dio plantón al mundo de la empresa. "Trabajaba en una fábrica de aire acondicionado, ensamblando piezas con una pistola remachadora. Me di un golpe en la cabeza, me desmayé y la pistola remachadora se me cayó... [señala la zona de la entrepierna y juega, con el dedo índice y anular, a disparar sobre la zona sensible, riendo]. Las mujeres puertorriqueñas con las que trabajaba se quedaron escandalizadas, pero nadie vino a ayudarme", dice. "Cuando desperté en el hospital fue una especie de revelación: voy a hacer lo que me dé la gana por si en alguna de estas me da por morir. Así que me fui a la Escuela de Artes Visuales de Nueva York".
Igual que Chaplin, me volvía loco trabajando en una línea de montaje, en una de esas cosas enfermizamente repetitivas que hacer un día tras otro
Cuenta que se sentía como Charles Chaplin en Tiempos modernos: "Igual que él, me volvía loco trabajando en una línea de montaje, en una de esas cosas enfermizamente repetitivas que hacer un día tras otro". Y siguió adelante, aunque ni su madre ni su padre entendieran su humor. Estaban igualmente felices porque pudiese dedicarse a lo que le gustaba. "Un día le llevé a mi madre la revista americana y pornográfica Screw, porque me habían publicado mi primera portada. La portada sí era en cómic", puntualiza. "Me dijo que estaba muy orgullosa, pero que me llevara esa revista. No se lo creyeron del todo hasta que empezaron a ver mi nombre en dibujos animados en televisión". Y es curioso, a la vez, que confiese que el único límite de su humor son "los chistes sobre mi familia".
Esos lazos emocionales son lo más sagrado que conoce el hombre pagano al que la expresión "poder religioso" le parece horrible. "La religión es folclore, es algo popular, es tradición... por tanto, es tan susceptible como cualquier otra cosa de hacer humor con ella", lanza. ¿Y Charlie Hebdo? "Yo me crié en un ambiente católico apostólico, y si tengo que dibujar algo sobre lo que me marcó o traumatizó en algún punto, lo haré sobre esa religión que me enseñaron. De las otras no tengo bastante conocimiento como para hacer chistes". ¿Tienen los creyentes menos sentido del humor? "Sobre la religión, seguro", guiña. "Y aunque tengan menos sentido del humor, seguro que le hacen gracia los chistes sobre otras religiones. En cualquier caso, entiendo que sufran ante la burla... pero tienen que ser cautos con sus propias creencias".
Censura, sexo y violencia
Hace diez años, le despidieron de un periódico de Arizona por dibujar una viñeta en la que salía un transexual. "Ahora igual no me echarían por eso, pero sí por otra cosa. Los niveles de transgresión son móviles. En Estados Unidos, todos los temas de identidad sexual y raciales... prácticamente aún no se pueden tocar", asegura. Después de eso, nunca ha vuelto a ser consciente de que le han puesto una mordaza, pero sí sonríe cuando recuerda que le han echado de varias publicaciones de prensa alternativa, "y en ese momento no sabes si algo les ha molestado y te están censurando o simplemente no encajabas".
Con sus dibujos no se plantea transgredir ni meter el dedo en la llaga. Basta con amanecer una mañana "cabreado, agresivo, hastiado o antipático" para parir una tira que siga explorando los límites del humor. Su trabajo no tiene voluntad de subversión: sólo se deja ser.
Yo creo que todo el mundo debería tener derecho a expresar sus sentimientos por perversos que sean
"Yo creo que todo el mundo debería tener derecho a expresar sus sentimientos por perversos que sean", sostiene. "Los censores deben dejar de preocuparse. A día de hoy, con la cantidad de acceso a la información que hay, somos los consumidores los que tenemos que tener precaución a la hora de ver a qué estamos accediendo". En cualquier caso, está tranquilo: dice que la censura es inútil, que nunca acaba consiguiendo sus fines.
¿Es el mismo Kaz el que hace Submundos que el que hace guiones a Bob Esponja? "Sí, pero cuando trabajo para Bob Esponja soy consciente de que hay unos límites establecidos en el mundo de la animación infantil. Con todo, el jefe de Bob Esponja me llamó para trabajar porque conocía mis cómics y confiaba en mi capacidad de hacer chistes divertidos de manera eficaz para su formato", explica.
"Tengo algunos más gamberros, otros más leves, otros más tontos... sólo se trata de contar cosas". Kaz comenzó a trabajar en productos para niños mucho antes, "cuando dibujaba unos cuentos que editaba la mujer de Art Spiegelman": "Ahí aprendí a pensar en qué es lo que me hacía gracia cuando era niño, y entendí, claro, que de pequeño no era consciente de lo subversivo, ni tenía interés ni acceso a ese tipo de materiales, o si los veía no entendía cuáles eran las intenciones. Ahora, cuando escribo guiones de Bob Esponja, soy Kaz de pequeño".
De pequeño no era consciente de lo subversivo, ni tenía interés ni acceso a ese tipo de materiales, o si los veía no entendía cuáles eran las intenciones. Ahora, cuando escribo guiones de Bob Esponja, soy Kaz de pequeño
¿Cuál es el secreto del muñeco poroso y amarillo? "Que es inocente, que es entusiasta, que está dispuesto a todo", esboza el guionista. "Y que se le permite sentir cualquier tipo de emoción. En muchas otras series en las que he trabajado, al personaje en cuestión no le pueden herir, no puede estar enfadado... tiene características no humanas. Bob siente todo lo que tú puedes sentir: está triste, contentísimo, fastidiado o envidioso, por lo que empatizamos todos con su situación", sugiere. "Por no hablar de su cara de bebé grandota".
Se ríe a ramalazos dulces. Al final, consiste en eso. Y, regresando a su alter ego underground, recuerda: "Cuando ves una tira cómica, te parece inofensiva. Tienes la sensación de que te estás enfrentando a algo divertido, aunque el esquema trate de drogas, crimen o muerte. Esto es lo más importante", se detiene. "Si hay algo que realmente le sobrecoge a todo el mundo, es poder reírse de la muerte".
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