Estar ciego es mantenerse a refugio; empezar a ver es hacerse vulnerable. Y llenarse de heridas. Y de temblores que acaban con las verdades, para que asome la verdad. Ver es doler. Quién se atreve a enfrentarse a lo que no es lo igual, a lo que es un infierno. Ya sea un artista o un civil, repetirse es protegerse. Salvarse es huir de lo desconocido, cegarse, evitar la experiencia, el arrebato y la conmoción. Huir de la herida para sobrevivir. Pero sin herida no hay poesía, no hay arte. Por eso, vivir cerca de la luz es estar a un paso de la muerte. Por eso los artistas arrastran la sombra del suicidio.
“No hay poema sin accidente, no hay poema que no se abra como una herida, pero también que no sea hiriente”. Eso es la poesía para Jacques Derrida, que la definió hace tres décadas y así la confirma el nuevo trabajo de la artista Paula Bonet ((Vila-real, Castellón, 1980). La Sed (Lunwerg) es un accidente deliberado, con el que la autora entierra su anterior vida como ilustradora. La renuncia se hace a las bravas, cortando por lo sano del éxito. Si en Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End (2014) trataba de las rupturas, en La Sed trata las roturas.
Teresa, la protagonista, no sabe cuándo empezó a romperse, pero reconoce estar hecha pedazos. Aunque desliza una posible causa: “Quiero arrancarme al causante de mi clausura, mi histeria y mis vómitos. Aquel que continuamente va apuntando todo lo que hago mal, todo lo que podría haber hecho mejor”. Porque La Sed es la necesidad de seguir viviendo a pesar de todo, a pesar de uno mismo. A pesar de lo que los demás son capaces de hacernos. Sed es Ser entre los demás. Ser es Sed de los demás.
Por todo, La Sed, el accidente deliberado de Paula Bonet, también es un salto mortal, un suicidio de la otra Paula Bonet, la que era señalada y aplaudida al tiempo por culpa de su habilidad técnica con la acuarela y el dibujo. Ese mundo dulce y delicioso, cuidado y delicado ahora ha sido dinamitado. La autora ha puesto una bomba en el centro de la amabilidad y la complacencia, que envolvía sus textos desabridos. No abandona la aspereza de la palabra y hace que la imagen se hunda con ella en la deriva.
Escrito, grabado, dibujado y pintado con las tripas, desde la abstracción más que desde la evidencia. Bonet se vuelve oscura gracias al grabado, a la mancha y al gesto al aplicarlo. No quiere rostros limpios, no busca el asombro. Los tapa y ensucia, los dramatiza como si ensuciara su propia imagen, la que los miles de lectores esperan de ella. Este es un trabajo contra ella y contra ellos, desde la portada a la trasera: “Percibo en el aire cierto olor a muerte”. Toda muerte es vida y renacimiento.
La herida la había cubierto hasta el momento con juegos luminosos y coloridos, una tirita infalible que hacia de su trabajo una marca inconfundible. Pero La Sed no evita la intervención dolorosa y la autora se entrega a la vulneración y a la vulnerabilidad. Había dejado pruebas de que vive para el amor, pero ahora sabemos que también muere. Es decir, que es una superviviente más. La Sed podría haberse titulado La Herida o El Apego.
Y en ese trayecto despechado aparecen las grietas del libro, tan ambicioso como desmedido, cuyo cierre provoca una colisión frontal con el desarrollo de la trama intimista mantenida a lo largo de 300 páginas. Una cita de Anne Sexton abre la parte décima del libro y avisa que la voz que ha dado cuenta de su desorientación sentimental y emocional ya no es tal. “Ya no soy la suicida” y entonces aparece otro libro y la torturada asume la tortura y los agujeros negros que sortea con vino y viajes desaparecen, de repente.
Paula Bonet arropa sus propios miedos con los de Clarice Lispector, Sylvia Plath, Siri Hustvedt, Anna Ajmátova, María Luisa Bombal o Sara Herrera para completar la evolución de su personaje, demasiado condicionada por las lecciones de estas escritoras. En su camino entre la vida y la muerte, el deseo y el sexo -metamorfoseados en cuervo-, es mucho más versátil con la imagen, que vuela desde el boceto a la aguada, deteniéndose en el óleo a la manera de Gerhard Richter, carnes a lo Rubens y pinceladas velazqueñas. Y sobre todo ello, el grabado, que ahuyenta la elocuencia desde el silencio de la herida. La Sed es La Reconciliación y El Renacer contra los prejuicios, los significados y las opiniones.