Tiene rodeado el Congreso y está dispuesto a resucitarlo. Ha colocado el caballete en la esquina más vigilada del país, frente a la puerta custodiada por Daoiz y Velarde, las lecheras de la Policía Nacional y las metralletas. No parece peligroso: arriba las manos, y se le cae un pincel. Tiene a tiro de óleo a los diputados pero no hay nadie, están en funciones. Aun así no ha dejado pasar la oportunidad y ha hecho llegar una carta a Ana Pastor, la presidenta del Congreso de los Diputados, en la que se ofrece, “a cambio de una contraprestación económica”, para ser su pintor de cámara. En este caso, de Cámara Baja. “Espero que tenga la cortesía de contestarme”. Cobraría cada retrato a 12.000 euros.
Los pelotones de turistas que bajan Carrera de San Jerónimo camino del Prado paran, alucinan con la pintura y le fríen a fotos. Él se muestra, está orgulloso de su pintura, mientras lanza pinceladas sueltas para rematarlo: un rayo parte de la bandera de España que corona el Congreso y cae sobre las dos esculturas. ¡Zas! El problema está arreglado. La centella ha convertido a las bestias decorativas de bronce en dos seres que rugen, satisfechos de haber devuelto a la Cámara Baja cuatro valores perdidos: justicia, derecho, dignidad y honor. “Porque ellos tienen lo que hay que tener”, José Luis de Casasola se refiere a los atributos masculinos de los leones. Ya saben, un par de esos que lo resuelven todo en España.
Lo vende, también, por 12.000 euros y “podría llamarse El día de la ira”. “Es un precio relativamente caro, aunque es para varias generaciones”. ¿Varias generaciones? “Sí, utilizo un lienzo de alta calidad, que puede durar 100 años si no sufre ningún desastre”. Estará dos semanas más ahí plantado, demostrando su disidencia al poder establecido o haciéndose la mejor promoción que se le ha ocurrido a un pintor sin nombre. “Posiblemente se quede Ana Pastor el cuadro”. En la trasera del lienzo ha colocado dos fotos de algunos retratos que de dirigentes como Margaret Thatcher o Ronald Reagan. “Yo opero con las embajadas”, dice.
Millones de pinceladas
Hay un lema sobre los mandatarios: “Una obra de arte dignifica a quien la contempla...” Esa frase, propia de un rayo, también aparece en su tarjeta de visita. Incluye seis profesiones y dos páginas web. Además de pintor, escultor, inventor, compositor, diseñador y escritor. Vuelve a acercarse al cuadro y parece pintar. Inmediatamente se aparta para reflexionar sobre su trabajo: “Hay millones de pinceladas escondidas”. También es filósofo, poeta y corredor (por el pasillo verde). José Luis, Luis, dice “achiperres” y “alquimia pictórica”.
La paleta de José Luis desvela que el cuadro ha pasado mucho más tiempo en su estudio que en la calle. Pero le gusta venir a la calle. Dice que para rematarlo. Apenas hay un hilillo de rojo, otro de blanco y un toque de negro. El resto, impoluta, como la de un artista jubilado que trae de casa la solución al problema; como la paleta de un político que arregla el país en la trastienda de las negociaciones, lejos de la luz y los taquígrafos.
“Los gestores no están a la altura de España. Somos un país indolente encastado en nuestra genética meridional. No salimos al extranjero porque la gente por ahí anda muy lista y nosotros queremos competir pero no ponemos los medios para hacerlo”, cuenta. Pero asume que con un relámpago de esos no se pondría punto final al letargo zombie de las investiduras fracasadas y a la repetición infinita de Elecciones. “Veo un país mediano y mediocre. Tengo patentadas seis invenciones, dos de ellas evitan que los Boeing se estrellen si entran en pérdidas. Pero no me dejan presentarlas”.
Una buena charla
El pintor callejero empieza a filosofar. “Soy un elemento pasajero, con principios arraigados en mi utopía”. Uno de los espontáneos se le acerca y le dice que el león de la izquierda es la suegra de uno de los Diputados. José Luis incumple con el perfil del pintor al aire libre. Es amable, quiere exhibir su trabajo más que trabajar y dedicarle tiempo a una buena charla.
El cambio de la luz sobre la fachada tampoco parece importarle. “Me gusta Antonio, que pinta similar a mí”. ¿Conoce a Antonio López? “No tengo el placer, pero es un artista, es muy realista como yo, muy llano. Conecto con el público inmediatamente, porque no tengo vericuetos”. Que también pasó por la abstracción, aunque nunca ha renunciado a la naturaleza porque ahí está la belleza. Su cliente es “selecto”. Ha expuesto poco, en el Ritz, en el Club de Marbella y en “hoteles buenos”.
La charla del pintor Casasola entra en sus virtudes. “Tengo dos dones naturales”, dice el pintor callejero. El primero es que tiene “una retina velazqueña”. “Yo te estoy viendo la cara ahora y el año que viene podría pintarte sin verte”. Se lía a hablar y se olvida del segundo don natural y pasa al contraataque: “¿Consideras desde tu opinión equilibrada y adulta, sensible y avanzada, que hay actividad postmortem?”. La segunda pregunta: “¿La especie Homo Sapiens Sapiens es potencialmente un éxito o un fracaso?”.
Arreglado como un pintor del XIX cuenta que no pretende más que dejar el mundo un poquito mejor como lo encontró. Ese rayo lo demuestra. También un libro. “Se titula 1.360 gramos. Si te lo encuentras hazte con él, porque te gustará. En él hablo del potencial del cerebro y uno de los 30 capítulos está dedicado al cerebro de Jesús de Nazaret. Era un macho alfa que no estaba conectado a ningún dios. Era un cerebro alfa avanzado para la época, un hombre bueno, sabio, intuitivo, un hombre superior. Un elemento dominador de sus congéneres. Hoy, por su causa, sería un marginado, un rebelde, un indignado”. Parecido al pintor callejero, que se empeña en hacer de la sociedad un lugar más justo, digno y honorable, olvidando el fracaso de los grandes maestros que antes que él naufragaron en la tarea.
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