Hace 314 años, el 23 de octubre de 1702, España estaba inmersa en la Guerra de Sucesión, un conflicto que acabó dejando una profunda huella en una nación que enfrentaba una larga decadencia que la haría abandonar poco a poco sus sueños imperiales. Justo ese día tuvo lugar una de las batallas navales que más definirían en qué se estaba convirtiendo la potencia hasta entonces admirada y temida: la batalla de Rande, que tuvo lugar en la ría de Vigo.
Unos meses antes, una serie de galeones se habían ido reuniendo en Santiago de Cuba para reunir los tesoros, procedentes de los diferentes territorios hispanoamericanos, que habrían de transportar hacia la península. Sintomáticamente, la defensa del convoy recayó en manos de un francés, el conde de Château-Renault: atado por un pacto dinástico que apenas le dejaba respirar, Felipe V estaba totalmente a merced del país vecino, y los tesoros que viajaban a España debían servir para sostener el esfuerzo de guerra.
Finalmente, la flota partió hacia el puerto de Cádiz. Pero, al hacer escala en las Azores, recibieron la noticia de que la ciudad estaba sitiada por ingleses y holandeses. Se decidió entonces buscar un puerto más seguro y finalmente los barcos pusieron rumbo hacia Vigo, adonde llegaron el 22 de septiembre. Allí se encontraron con la oposición de los agentes de Cádiz, que perderían su comisión si el cargamento era desembarcado en la ría gallega. Por tanto, se dio la orden de mantener el grueso de las riquezas transportadas en el interior de los barcos, a la espera de que los ingleses levantaran el bloqueo. Sólo una parte fue descargada y enviada hacia Segovia por tierra.
Finalmente, la flota angloholandesa al mando del almirante George Rooke levantó el bloqueo y se dirigió a costear Portugal, ascendiendo por el Atlántico. Sin embargo, la noticia aún tardaría un tiempo en recorrer todo el país para llegar al Noroeste. Antes, los ingleses tuvieron oportunidad de hacerse con un barco español, cuya tripulación acabó informándoles del impresionante botín que les esperaba en Vigo, en una ría muy fácil de bloquear.
Bajo el intenso fuego, se procedió a arrojar todas las mercancías que transportaban al agua: si no iban a ser para Felipe V y sus aliados franceses, no serían para nadie
La flota enemiga decidió entonces desviar su rumbo, y se dirigieron hacia la costa gallega. Se detuvieron en un primer momento junto a las islas Cíes, donde obtuvieron información detallada de las defensas de la ciudad gracias a un pesquero que apresaron. La gran debilidad era la ausencia de tropas suficientemente pertrechadas y preparadas: los diversos focos abiertos por la guerra hacían que la ría estuviese defendida sólo por hombres reclutados en la zona. A nadie se le había ocurrido pensar que mantener aquellos barcos en la bahía de Rande era una invitación a ser atacados. Cuando las tropas francoespañolas tuvieron noticia de la cercanía de los enemigos, se apresuraron a tender una barrera de troncos que dificultara la entrada de sus buques en la ría. A la vez, reforzaron los fuertes y las baterías situadas a ambos flancos.
Las hostilidades estallaron el 23 de octubre. Los cincuenta navíos de la flota comandada por Inglaterra logró rebasar la barrera levantada y avanzar a pesar del intenso fuego que recibían desde ambos márgenes de la ría. La lucha pronto se convirtió en encarnizada, lo que llevó a Château-Renault a tomar una decisión drástica: bajo ningún concepto, las riquezas de los galeones atrapados debía caer en manos enemigas. Bajo el intenso fuego, se procedió a arrojar todas las mercancías que transportaban al agua: si no iban a ser para Felipe V y sus aliados franceses, no serían para nadie.
El final de la batalla arrojó un resultado desolador. La totalidad de la escuadra francoespañola quedó aniquilada, y la cifra de bajas resultó estremecedora: casi tres mil muertos y dos mil quinientos heridos. Durante varios días, las tropas invasoras camparon a sus anchas por Vigo y las poblaciones limítrofes, que saquearon a placer. A pesar de no haberse hecho con el botín principal, los tesoros que iban en las bodegas de los galeones, los ingleses volvieron a su país como héroes: todavía hoy en día, la londinense calle de Vigo Street recuerda la victoria.
Comenzó entonces la leyenda del tesoro de Rande. Ya desde los primeros años tras la batalla hubo quien intentó recuperar las riquezas incalculables que, se decía, se encontraban desperdigadas por el fondo de la ría. Incluso, el Gobierno de la Primera República llegó a otorgar una concesión a una empresa extranjera para que lo recuperara: se decía que el tesoro sería más que suficiente para pagar por completo la deuda externa española. Ninguno de estos intentos, aficionados o profesionales, estatales o privados, tuvo jamás resultado positivo, pero todavía en nuestros días hay quien sigue soñando con demostrar que se trata de algo más que una leyenda.