Hace justo ochenta años, el 20 de noviembre de 1936, moría en el hotel Ritz, reconvertido en hospital de las milicias catalanas, Buenaventura Durruti, no sólo el líder anarquista de la CNT, sino uno de los mayores símbolos de la resistencia contra el levantamiento fascista. La causa oficial fue un disparo proveniente del Hospital Clínico, el principal escenario del cruel enfrentamiento que se estaba produciendo pared con pared en la Ciudad Universitaria, y que tuvo en vilo el destino de Madrid en los primeros meses de la guerra.
Sin embargo, esta versión, difundida rápidamente por un acosado Gobierno de la República en el que había entrado la CNT, pronto hizo aguas. Dadas las consecuencias que para la maltrecha moral de las tropas podría tener la noticia de la muerte de la leyenda viva a quien se atribuía el parón en seco de la rebelión en Cataluña, y que al frente de la columna a la que daba nombre había hecho un paseo triunfal por el frente aragonés, cualquier duda podía ser letal para la unidad de las fuerzas republicanas. Más aún si, como desde entonces han sostenido muchos, tras la muerte podían estar turbios manejos nacidos de las rivalidades entre los distintos grupos que luchaban por el control del Gobierno.
Probablemente, sea Pedro de Paz, autor de la novela El hombre que mató a Durruti (Aladena) quien más haya hecho por reconstruir, con el rigor de un CSI, aquellas últimas horas del líder anarquista. Quizá lo más significativo es que, a pesar de ser un hombre de acción, en realidad no quería estar donde estaba: se había resistido a desplazar la Columna Durruti a Madrid porque pensaba que sería mucho más útil en Aragón, pero la posibilidad de la caída de la que ya había dejado de ser capital (el Gobierno se había trasladado a Valencia) terminó por desplazarle a regañadientes.
Cohesionar la izquierda
De todas formas, el 19 de noviembre parecía que todo estaba perdido: la Ciudad Universitaria estaba a punto de caer, lo que prácticamente significaría la pérdida de Madrid. Por eso, sin tener exactamente un plan y más por seguir un impulso, Durruti se subió en un coche junto al sargento José Manzana y se fue al frente. Delante iba otro coche que les fue llevando por un trayecto a salvo de francotiradores, lo más cerca posible del Clínico.
Cerca de la desembocadura de la Avenida del Valle en Isaac Peral, el chófer del coche que iba delante vio cómo el de Durruti se detenía y que éste, seguido por Manzana, se dirigía a un grupo de milicianos desmoralizados que habían abandonado su puesto y deambulaban sin prestar combate. Durruti les reconvino su actitud y emprendió el camino de regreso al coche.
De repente, el chófer de delante oyó un disparo; luego vio cómo alguien era introducido a toda prisa en el vehículo de atrás, y que éste daba la vuelta a toda velocidad. En ese momento no lo podía saber, pero Durruti había recibido un tiro que le produjo las heridas que finalmente le ocasionarían la muerte en el Ritz. Unos días después, su funeral en Barcelona se convirtió en uno de los actos civiles más multitudinarios de toda la guerra, y la versión de su muerte a manos del ejército sublevado contribuyó a cohesionar las tropas republicanas, que acaban rechazando la ofensiva.
Pero el relato oficial tiene demasiadas lagunas. La herida recibida tenía orificio de salida, algo excepcional si se hubiera tratado del disparo de un francotirador desde el Clínico. Además, los testimonios hablan de que el orificio de la chaqueta (que se ha perdido) tenía un cerco de quemazón de pólvora que indicaría que el disparo se había hecho desde medio metro de distancia, como mucho. Dos hipótesis se abren entonces: la primera, sonrojante, hablaría del disparo accidental del arma reglamentaria de las milicias, el subfusil conocido como "naranjero", muy inestable y que se disparaba accidentalmente con mucha frecuencia. Pero dado que Durruti solía portar un Colt 45, parece plausible pensar que el accidente no sería de su arma ¿De cuál entonces?
Las principales sospechas recayeron en el sargento Manzana, quien incluso en el exilio tuvo que convivir con la sospecha generalizada de que había sido el traidor responsable de la muerte de Durruti. Pero, como dice De Paz, lo más probable es que nunca se sepa de manera definitiva qué ocurrió. Aunque una cosa es cierta: con la desaparición de Durruti, los que se oponían a que la CNT participase en el Gobierno quedaron muy debilitados, y la influencia de los anarquistas, tan decisiva en los primeros compases de la guerra, ya nunca fue la misma.