En la historia de España existe una fecha aciaga, la Nochebuena de 1734, cuando ardió el Real Alcázar de Madrid, y se perdió un tesoro de valor incalculable de obras que, muy probablemente, cambiarían la valoración de nuestra historia del arte: resulta imposible saber qué piezas maestras ardieron en el siniestro, y cómo eso cambió para siempre nuestra percepción del pasado. Lo que es menos conocido es que no fue, ni mucho menos, la primera vez que eso ocurría: la dinastía anterior a la de los Borbones, la de los Austrias, sufrió un suceso parecido cuando, el 13 de marzo de 1604, un incendio destruyó una parte significativa del palacio de El Pardo.
Aunque el número de obras que se perdieron no resulta tan apabullante como el del Alcázar, donde se dice que ardieron medio millar, la nómina de autores que se vieron afectados representa lo más selecto del siglo XVI y primeros años del XVII, una nómina encabezada por Tiziano, Moro y Sánchez Coello. Una relación entre la que se encuentran, por los testimonios que han llegado hasta nuestros días, retratos de la familia real y de otras personas cercanas.
El Pardo desconocido
El palacio de El Pardo, de tan funesto recuerdo hoy por haber sido la residencia del dictador Francisco Franco, lo que probablemente sea la principal razón de que sea uno de los más desconocidos de los gestionados por Patrimonio Nacional, se construyó sobre un primer pabellón de caza levantado por Enrique III en 1405. En realidad, se aprovechó de una primera casa que ya aparece mencionada en el Libro de la Montería de Alfonso XI a mediados del siglo XIV.
Pero fue el emperador Carlos V el que le dio un verdadero impulso cuando mandó construir un palacio de nueva planta, con forma de alcázar cuadrado con torres en las esquinas y rodeado por un foso, y realizado por Luis de la Vega entre 1540 y 1558.
Felipe II se encargó de dotarlo de una rica decoración al estilo italianizante, y eso incluyó el colgar en sus paredes representación de lo más valorado por el monarca
Para los Austrias, no fue un palacio menor. Felipe II se encargó de dotarlo de una rica decoración al estilo italianizante, y eso incluyó el colgar en sus paredes representación de lo más valorado por el monarca, una labor que tuvo continuidad con Felipe III, el monarca que reinaba cuando se produjo el siniestro. El incendio no llegó a afectar a todo el edificio, pero sí a una parte significativa que se llevó por delante prácticamente todas las mejoras añadidas por los Austrias.
De todas formas, hubo que agradecer que dos importantes obras se salvaran milagrosamente: una, el "aposento de la camarera", en cuyo techo se mantuvo indemne una parte de los frescos conocidos como Historia de Perseo, de Gaspar Becerra. Son en total nueve escenas, correspondientes a otros tantos momentos de la vida del semidiós, y que sabemos que continuaba por otras estancias, sin que apenas quede otra cosa que algún dibujo que apenas nos permite comprender lo ambicioso del conjunto.
La Venus del Pardo
La otra gran obra maestra salvada del siniestro fue Júpiter y Antíope de Tiziano, más conocida como "la Venus del Pardo", y que parecía ser el único interés del rey: cuando Felipe III recibió la noticia de lo que había ocurrido en el palacio, sólo se interesó por la obra de Tiziano. Cuando se le informó de que ésa se había salvado, mostró al parecer tal alivio, que manifestó que eso era lo único que le importaba, y que compensaba la pérdida del resto.
Sin embargo, no estaba escrito que esa obra atesorada por los Austrias terminara quedándose en España: Felipe IV terminó regalándosela al rey inglés Carlos I en 1623. Cuando éste fue ahorcado por Cromwell, pasó a manos del cardenal francés Mazarino, quien la compró y se la llevó consigo a París.
Felipe IV terminó regalándosela al rey inglés Carlos I en 1623. Cuando éste fue ahorcado por Cromwell, pasó a manos del cardenal francés Mazarino, quien la compró y se la llevó consigo a París
Allí pasó a formar parte de la Colección Real de Luis XIV, y finalmente fue depositada en el Museo del Louvre, donde puede admirarse desde entonces. Un tortuoso camino que llevó a que, en 2014, se procediera a restaurar el gran cuadro, de cuatro metros de largo por uno de alto. Se da la circunstancia de que, para hacerse una idea de los colores originales de la obra, los restauradores se guiaron por una copia realizada por el preimpresionista Manet en 1857.
En cuanto a El Pardo, Felipe III aprobó una partida extraordinaria para proceder a su reconstrucción, y sus sucesores fueron contribuyendo a formar de nuevo una colección de gran valor artístico, entre la que destacan los tapices de Goya que se colgaron en tiempos de Carlos III. Hoy, El Pardo permanece en un discreto segundo plano, y son más bien los jefes de estado que en él se alojan los que pueden llegar a atisbar algo de su ajetreada historia.