Mark Twain lo tuvo claro: "¡Cada vez que leo Orgullo y prejuicio me gustaría desenterrarla [a Jane Austen] y golpearle el cráneo con su propia tibia!". D.H. Lawrence la calificó como "vieja solterona", Nabokov afirmó desdeñosamente que para leerla había que hacer "cierto esfuerzo a fin de poder reunirnos con las señoras en el salón", mientras que Naipaul reconocía que "no podía compartir sus ambiciones sentimentales, su sentimental sentido del mundo". Y para que se vea que el rechazo no es mera cuestión de género, tanto Virginia Woolf como George Eliot o Charlotte Brontë mostraron su sorpresa ante la persistencia del éxito de Jane Austen.
Y sin embargo, cuesta encontrar una escritora que, cuando está a punto de conmemorarse el 200 aniversario de su muerte, el próximo martes, siga más viva. Novelas como Sentido y sensibilidad, Emma o Mansfield Park, surgidas de los últimos estertores del neoclasicismo, siguen siendo un éxito popular mientras que la prosa de muchos (y muchas) de sus exitosos contemporáneos decimonónicos se ha visto reducida al mero interés académico e histórico.
Quizá la razón descanse en la alabanza que de ella hizo Walter Scott, una de las escasas hechas por un colega coetáneo suyo, pero que Austen no llegó a conocer: "Esa joven dama posee el talento más maravilloso que conozco para describir los enredos, sentimientos y personajes de la vida cotidiana. A los asuntos espectaculares me enfrento yo mismo como cualquier otro, pero el toque exquisito que dota de interés a las cosas y las personas corrientes y comunes gracias a la veracidad del sentimiento y la descripción me está vedado."
Efectivamente, ése es el tema de la obra de Austen: la descripción de los sutiles mecanismos de un mundo, el de la burguesía rural inglesa, que estaba desapareciendo a causa de los cambios propiciados por la Revolución Industrial y la apertura al mundo del Imperio. Y dentro de ese entramado de relaciones, rentas anuales, preocupación y hasta angustia por la posición y la reputación, su foco se cierra aún más sobre la mujer, absolutamente desprotegida y cuya única posibilidad de subsistir descansaba en lograr un matrimonio ventajoso. Tanto era así, que no describe escenas en las que hablen dos personajes masculinos solos: simplemente, desconocía cómo eran los hombres cuando no había presencia femenina.
Muchas feministas han tildado a Austen de escritora conservadora, más aún por publicar sus obras en un momento en el que Inglaterra se veía sacudida por las ideas y la vida de Mary Wollstonecraft y su defensa de la necesidad de que la mujer tomara las riendas de su vida. Y sin embargo, las seis novelas de la autora de Persuasión muestran una gran capacidad de penetración en la psicología femenina. Y sobre todo, demuestran que, más allá de los retratos unívocos, la mujer que habitaba la buena sociedad de la campiña inglesa era mucho más compleja de lo que pudiera parecer a simple vista.
Y si por alguna de ellas muestra una especial simpatía, es por aquélla con capacidad para pensar por sí misma, capaz de sostener una discusión sobre literatura con un hombre y de lanzar una mirada irónica y divertida sobre lo que los demás consideran verdades inmutables. Y aunque inevitablemente se impongan los finales prácticos, porque al fin y al cabo hasta la propia Wollstonecraft llegó a pasar por períodos en los que dependía de los hombres, lo que queda es la imagen de la heroína austeniana, con criterio propio, ajena a la intensidad del romanticismo pero igualmente deseosa de vivir.
En sus páginas, Austen fue capaz de encapsular la vida. De un sector muy concreto de la sociedad inglesa del momento, y que además muchos consideraban el mayor obstáculo para el progreso. Pero, al hacerlo, se topó con las fibras profundas que tejen, entonces y ahora, la naturaleza humana. Que sus obras sigan siendo populares demuestran que desveló algo esencial, que perdura aún hoy en nuestras sociedades en las que los selfies en Instagram no son más que la versión 2.0 de la obsesión por la apariencia burguesa.
Que el esquema que marcó haya servido, despojado de la sutileza, perspicacia e inteligencia que la autora supo insuflarle, para crear las bobaliconas comedias románticas que siguen triunfando, no es responsabilidad suya. Y quizá, en el mundo del orgullo literario, lo que verdaderamente molestase, entonces como hoy, es que viviera totalmente ajena a otros escritores o no participara en polémicas, que publicara sus libros de manera anónima e incluso mantuviera chirriante la puerta de entrada para que nadie la sorprendiera escribiendo. Así, esa "vieja solterona", que murió con 41 años y nunca se casó, tuvo tiempo suficiente para dejar por escrito cuán mediocres, ridículos y anodinos podemos llegar a ser, aunque nos salve que de vez en cuando podemos soltar chispazos de heroísmo.