En una época en la que el campo de juego estaba más que limitado para las mujeres, Mary Wollstonecraft buscó desde muy pronto crear sus propias reglas. Nacida en 1759 en Spitalfields (hoy un barrio de Londres), a su condición femenina, que la dejaba fuera de cualquier formación intelectual, se sumó un padre tirano y derrochador que dilapidó la herencia que hubiera podido corresponder a sus hijos.
Wollstonecraft tuvo que buscar desde muy joven trabajos como cuidadora o institutriz. Ahí conoció los libros que se publicaban en aquellos años destinados a que las niñas aprendieran lo, más bien poco, que se esperaba de ellas. Eso la llevó a escribir sus primeros libros, literatura infantil y manuales de conducta en los que, tímidamente, comenzaba a asomar su pensamiento liberal.
En 1787, después del impacto que le supuso la pérdida de su gran amiga Fanny Blood, fallecida durante el parto, tomó una arriesgada decisión: convertirse en escritora profesional. Algo que, si ya era complicado para un hombre, para una mujer era poco menos que una utopía.
El matrimonio, un contrato de compra
Consiguió trabajo en la editorial del liberal Joseph Johnson, y allí tradujo varias de las obras que estaban sembrando la polémica en Europa, nacidas de la conmoción que traería consigo la Revolución Francesa. De hecho, consiguió una gran repercusión cuando escribió Vindicación de los derechos del hombre (1790) para responder a la visión crítica con lo que ocurría en Francia defendida por Edmund Burke.
Pero eso no fue nada comparado con lo que supuso Vindicación de los derechos de la mujer (1792), donde defendía que si la mujer era más débil o menos hábil para los asuntos públicos, no se debía a ninguna inferioridad congénita, sino a que simplemente no se le permitía acceder a la educación en igualdad de condiciones que los hombres. Algo que, afirmaba, sólo se evitaría con la implantación de la educación mixta. Para ella, el matrimonio era un mero contrato de compra por parte del hombre, pues en ningún caso existía una relación de igualdad entre las dos partes.
Si sus opiniones levantaban escándalo, su comportamiento vital, liberado de cualquier convencionalismo, no le iba a la zaga: fascinada por el artista Henry Fuseli, llegó a proponerle a él y a su mujer una relación abierta en la que los tres convivieran bajo el mismo techo, lo que fue rechazado por el matrimonio.
Para ella, el matrimonio era un mero contrato de compra por parte del hombre, pues en ningún caso existía una relación de igualdad entre las dos partes
Quizá fue ese desengaño el que le hizo tomar la sorprendente decisión de viajar sola a Francia en 1792, justo cuando la Revolución se radicalizaba y se dirigía hacia el Terror. Allí se unió a los ingleses expatriados que seguían defendiendo la causa, y fue testigo del ajusticiamiento del rey, algo que la impresionó profundamente. Cuando Inglaterra declaró la guerra a Francia, el Gobierno jacobino prohibió la salida de cualquier extranjero; Wollstonecraft, cercana a los girondinos, vio cómo su situación peligraba por momentos.
Entonces conoció a Gilbert Imlay, un aventurero norteamericano con el que vivió una apasionada relación. Con él tuvo a su primera hija, Fanny Imlay; para protegerla, inscribió a Mary como su mujer ante la embajada estadounidense. Pero la relación terminó, y para cuando Wollstonecraft regresó en 1795, una profunda depresión la llevó a intentar suicidarse dos veces.
Para intentar superarla, se trasladó con su hija a Escandinavia, donde se ocupó de varios negocios de Imlay. Fruto de esa estancia, escribió Cartas de una breve estancia en Suecia, Noruega y Dinamarca, donde mezclaba el impacto que le produjeron la naturaleza y la sociedad nórdica con los sufrimientos de su relación con Imlay.
El relato de su vida
A su vuelta a Londres, Wollstonecraft comenzó una relación con William Godwin, un filósofo precursor del anarquismo, que había quedado prendado de ella al leer las Cartas. Ella se quedó embarazada y decidieron casarse para proteger al futuro bebé, aunque cuando la sociedad descubrió que no estaba casada con Imlay se produjo un escándalo. Ella y Godwin se instalaron en viviendas adyacentes para mantener la independencia de cada uno, y llegaron a comunicarse por carta.
Parecía que Wollstonecraft por fin había encontrado la estabilidad, pero fue un espejismo. El 30 de agosto de 1797 dio a luz a su segunda hija, Mary, la futura autora de Frankenstein con el nombre de Mary Shelley. Las complicaciones del parto la llevaron a la muerte poco después, el 10 de septiembre. Arrasado por la pena, Godwin pretendió homenajearla publicando poco después una biografía que exponía sin tapujos todas sus vicisitudes personales e intelectuales.
Para su sorpresa, la reacción fue una polémica sin precedentes, y durante décadas fueron los azares de su vida lo único que se recordó de Wollstonecraft: toda su obra quedó eclipsada por el escándalo. No fue hasta que figuras como Virginia Woolf y el movimiento feminista la redescubrieron que se convirtió en la pionera defensora de los derechos de la mujer que es hoy.