Aunque hoy muy poca gente la recuerde, pocos de nuestros músicos han tenido el éxito y el reconocimiento internacionales que alcanzó, siendo todavía una niña, Clotilde Cerdà. Nacida en Barcelona en 1861 o 1862, oficialmente era hija de Ildefons Cerdà, el urbanista que transformó la ciudad con la creación del Ensanche, y de la pintora Clotilde Bosch. Sin embargo, hoy sabemos que en realidad su padre no era el arquitecto, razón por la que finalmente la excluyó de su testamento.
Gracias al empuje de su madre, eso no fue un problema. Clotilde Bosch se separó de su marido y se la llevó consigo a Roma con la esperanza de introducirla en el mundo del arte, pero la niña mostró desde un primer momento unas excepcionales dotes para la música, y más concretamente para el arpa, uno de los instrumentos más difíciles de interpretar.
A los 11 años, Cerdà debutó en el Teatro Imperial de Viena, con un clamoroso éxito que la llevaría a lo largo de los años por todas las cortes y los principales escenarios de Europa, América y Asia. Richard Liszt se encontró entre sus admiradores y el mismísimo Richard Wagner, tras escucharla, la alabó ante el rey de Baviera.
'Esmeralda', profesora adolescente
Victor Hugo fue el responsable de la primera mitad de su nombre artístico, Esmeralda, porque le dijo que le recordaba a la protagonista de su novela El jorobado de Notre Dame; la otra, Cervantes, se la adjudicaría, según los historiadores, o bien Isabel II o su hijo Alfonso XII. Durante sus dos años de gira dio sendos conciertos privados ante el presidente Grover Cleveland y el papa León XIII, y llegó incluso a residir en la corte del sultán de Constantinopla, donde ejerció de profesora de música de sus hijos.
Con esta trayectoria, no es extraño que la burguesía catalana se pusiera a sus pies, como demuestra que a los catorce años el Liceo la nombrara profesora honoraria. Sin embargo, pronto ese idilio comenzó a resquebrajarse. A su paso por una Cuba que comenzaba a incendiarse por la guerra, Cerdà, o Esmeralda Cervantes, pudo comprobar de primera mano los estragos del colonialismo español, lo que la hizo convertirse en una acérrima defensora de la causa antiesclavista, y donar todos los ingresos que obtuvo en la isla a diversas organizaciones que la apoyaban.
También fue una profunda opositora a la pena de muerte: cuando aún no había cumplido la mayoría de edad, ya consiguió que Alfonso XII indultara a dos condenados. E igualmente hizo de la defensa de los derechos de las mujeres otro de sus caballos de batalla: aparte de difundir sus ideas desde la revista La estrella polar, que sufragó de su bolsillo durante su breve existencia, intentó fundar en Madrid una institución que favoreciera la instrucción de las mujeres, porque defendía que sólo con una adecuada educación podrían éstas salir de la posición de inferioridad con respecto a los hombres.
Escuela para mujeres trabajadoras
Sería finalmente en Barcelona donde su proyecto llegaría a buen puerto: en 1885 abrió en la Rambla de Canaletas la Acadèmia de Ciències, Arts i Oficis per la Dona, una innovadora escuela de artes y oficios en la que las mujeres eran instruidas en todo tipo de técnicas que les abrirían las puertas de empleos normalmente cerrados para ellas, con una especial atención al trabajo en barro, madera o mármol. El objetivo era que las mujeres consiguieran trabajos remunerados, y se estableció una bolsa de ayuda para aquéllas que procedieran de familias de pocos recursos y no pudieran afrontar la matrícula.
El proyecto, sin embargo, apenas duró dos años. A la hostilidad de la burguesía, que veía con malos ojos que a través de sus ataques Cerdà estuviera señalando las que eran las fuentes de muchas de las fortunas que la sostenían, se unió la pérdida del favor real. En esas circunstancias, la academia tuvo que cerrar sus puertas.
A partir de ese momento, la intérprete, que ingresó también en la francmasonería, adoptaría un perfil más bajo, aunque continuaría con sus giras por el extranjero. Pocos más datos se tienen de su vida: se sabe que en 1895 se casó con Oscar Grossman, un rico industrial brasileño, y que con él se iría a vivir a Tenerife, donde se convertiría en la primera mujer española de la que se tiene noticia de que ascendiera a la cumbre del Teide, y donde finalmente fallecería en 1926. Para entonces, hacía tiempo que la antigua niña prodigio había sido olvidada.