“Oiga, ¿puede enseñarnos el número que le tatuaron en Auschwitz?”, pregunta con descaro una señora a Noah Klieger, periodista israelí superviviente del Holocausto. Tiene 92 años y ha venido a Madrid a visitar la exposición que -dicen- cuenta su historia, su vida atravesada por la lanza del nazismo. Es un álbum didáctico para los que nacimos en tiempos menos crueles, un paseo por el recuerdo que él no necesita. Por el Centro de Exposiciones Arte Canal han pasado ya 110.000 personas desde su apertura, pero nadie, nadie, nadie sabe. Observamos el horror como un paisaje antiguo, pero no nos vertebra. Escuchamos y no sangramos. Sin embargo, fue no hace mucho. Y no muy lejos.
El anciano estuvo allí y dice que “no hay un solo día que pase que no piense en ese campo”. Mientras, una encuesta entre escolares en Alemania señala que menos de la mitad sabe qué es Auschwitz. Desmemoria es muerte, pero Klieger vive y discurre, se explica con las manos delicadas -huesudas, de piel finísima-, habla con firmeza y resiste, entero y lúcido, en la silla de ruedas. Es como un monumento a la dignidad que respira. Con su traje gris, con sus manchas en la frente, con su labio fruncido.
“¿Querrá o no? Que a lo mejor es muy personal”. La señora es una militante del morbo e insiste en absorber, con los ojos saltones, los numeritos de tinta negra que Noah lleva impresos en el brazo izquierdo. Le recuerdan que una vez fue, para los genocidas, un ser que sellar y clasificar, un humano de segunda clase al que debían cercar para exterminar. Hay algo triste en la visita. Algunas miradas, ciertos gestos. Hay algo de ansia de espectáculo, algo que no es curiosidad, sino sed de exotismo.
Muchos le persiguen, le fotografían todos a la vez, le entienden como a un pergamino o un termómetro de otro tiempo. Hay algo triste, obsceno, que recuerda a esos turistas que se hacen fotos burlonas en Auschwitz. Todo ese circo. Todo ese Instagrameo. El joven que traduce le pregunta a Klieger si le parece bien lo de enseñar el tatuaje, y él acepta. Se levanta la manga y muestra el antebrazo durante segundos largos. Ahí los números, aún visibles, como un manifiesto.
Activista (y boxeador circunstancial)
Con 13 años, Klieger participó en la formación de un movimiento sionista juvenil clandestino que ayudó a salvar a más de 270 judíos del Holocausto. Luego conocería en su propia piel el campo de exterminio. “Estuve dos años allí. Llegué en enero del 43 y salí en la noche del 17 al 18 de enero de 1945”, relata. “Tengo buena memoria a pesar de mi edad. Lo recuerdo todo como si aún estuviera allí”. Cuenta que ante este tipo de exposiciones se le bifurca el corazón. Por una parte, “me siento muy feliz y agradecido con las personas que han organizado esto”, pero por otro lado, “sé que nunca se podrá mostrar lo que nosotros pasamos, lo que nosotros sufrimos”: “No podrán mostrar cómo nos sentíamos cuando veíamos a miles de los nuestros ser asesinados todos los días”.
La vida le ha hecho un profesional burlando a la muerte. Cuando fue apresado y trasladado a Auschwitz, enfermó muy gravemente, pero logró convencer al mismísimo Mengele y otros médicos de que aún podría ser de utilidad para el Tercer Reich. Más tarde, volvió a esquivar la cámara de gas al hacerse pasar por boxeador e ingresar en un equipo de prisioneros del campo con 16 años, para entretenimiento de los oficiales nazis. Poco antes de la liberación de Auschwitz por los soldados soviéticos, fue enviado al campo de Mittelbau-Dora, donde una vez más logró engañar a la SS para salvar su vida y desde donde el 4 de abril de 1945 fue obligado a marchar, sin descanso, en una marcha de la muerte de diez días en dirección al campo de Ravensbrück, donde fue liberado el 29 de abril.
¿Qué sabían los prisioneros de los campos antes de entrar? ¿Imaginaban esa barbarie? “Yo no conocía nada de los campos, en aquel año en Europa nadie sabía que existían los campos de exterminio. Conocíamos los de concentración, pero no es lo mismo. No es que el trato fuese bueno, pero no mataban a judíos y prisioneros todos los días”, sostiene. “Mucha gente murió en los campos de concentración por no ser alimentados, por las condiciones… pero nada se puede comparar a un campo de exterminio como Auschwitz, Belzec, Majdanek, Sobibor...”.
Mira con pasmo un mapa de una de las estancias y lo señala. “Yo salí en un tren de deportados de Bruselas a Auschwitz”, cuenta, y recuerda que en Bulgaria, gracias al papel de la monarquía y la Iglesia, los judíos no corrieron su misma suerte. “En Rumania no hubo campo de ningún tipo. Se mataron judíos, pero el jefe de Estado de esos años hizo un negocio con ellos. Vendía sus vidas a la Organización Mundial Judía y les daban una visa para salir de Rumania y poder viajar a Palestina durante la guerra”.
Los prisioneros polacos, antisemitas
Ahora observa uno de los uniformes de prisioneros. “En los de los judíos había dos triángulos, el rojo y el amarillo, y al poneros inversamente hacían la estrella de David. Los polacos y los diferentes prisioneros eran tratados de forma distinta a nosotros, que éramos el escalafón más bajo. La calidad de nuestro uniforme era peor, llevábamos zapatos de madera… los otros los llevaban de otro tipo, más cómodo. A los judíos nos quitaron todo el vello del cuerpo, y después...”. Se detiene. “Después no nos volvía a crecer. No sé por qué razón, pero durante dos años no tuve ni un solo vello corporal”. Evoca las literas. Las camas en las que podían dormir hasta tres personas. “Estábamos muy delgados”.
Nunca recibí ayuda de un prisionero polaco. Nunca compartieron conmigo su comida, incluso bromeaban con darnos un poco y luego decían ‘no, no es comida de judíos’
“Los prisioneros polacos a veces podían recibir paquetes de comida. Jamón, pan. Los polacos odiaban a los alemanes y luchaban contra ellos y vieron a muchas víctimas… pero también sentían odio y antisemitismo hacia nosotros. Nunca recibí ayuda de un prisionero polaco. Nunca compartieron conmigo su comida, incluso bromeaban con darnos un poco y luego decían ‘no, no es comida de judíos’”, recuerda. Subraya, con dolor, que fueron “los alemanes quienes votaron a Hitler, quienes le escogieron con el 44% de los votos”: “Podían haber votado a otros partidos, a los socialdemócratas, a los comunistas… había muchas opciones, pero votaron por Hitler. Después de haber leído su libro, el Mein Kampf. No pueden decir ahora que no sabían lo que hacían, porque estaba escrito. Estaba escrito que Hitler iba a eliminar a los judíos, lo que no decía era cómo”.
La vida después de Auschwitz
Se pregunta qué diferencia tan flagrante habría, en lo esencial, que le diferenciase a él de un nazi. “No entiendo ese odio. Somos iguales que ellos. Entre los judíos hay gente buena y gente mala, judíos guapos y menos guapos, hay gente bondadosa y deshonesta”. Tras el fin de la guerra, Klieger fue a buscar a sus padres. “Cuando fui deportado, mis padres estaban en la resistencia en Bélgica. Volví primero a París, donde no los encontré, y después a Bélgica, y allí estaban. Tanto mi madre como mi padre estuvieron en Auschwitz y sobrevivieron. Según mis conocimientos, somos la única familia de tres miembros que sobrevivió por completo”.
Después estudió periodismo y se dedicó a cubrir los juicios a los nazis en Bélgica, Francia y Alemania. Además se convirtió en inmigrante ilegal en 1947 tras embarcarse en el famoso barco Exodus. A lo largo de su trayectoria también ha sido presidente del club de baloncesto Maccabi Tel Aviv y presidente del consejo de medios de la FIBA. En 2010 fue galardonado con la Orden de Mérito de FIBA y en 2012 se convirtió en Caballero de la Legión de Honor.
“Yo me recuperé de Auschwitz”, asegura. “Sí. Me considero una persona muy fuerte. He tenido varios objetivos en mi vida: el primero era sobrevivir, porque estaba convencido de que no lo conseguiría. El segundo era ‘en caso de sobrevivir, hablaré sobre esto a tanta gente como pueda y quiera escucharlo’. Lo he hecho alrededor de todo el mundo, calculo que he dado unas 12.000 conferencias. Y gratis. Sin cobrar, porque esto para mí es una misión, no un trabajo”, sostiene. “Mi tercer objetivo era ser sionista, ayudar a la gente judía a crear un país, a ser una nación, y estoy feliz porque esta última misión también la hemos conseguido. Soy ciudadano de Israel desde su fundación”.