Decir que “esto parece el coño de la Bernarda” equivale a manifestar que algo está desorganizado, que es caótico, confuso. Sirve para aludir a un lugar donde todo el mundo opina de forma distinta o donde cada uno hace lo que le place, sin orden ni concierto. Pero, ¿de dónde viene esa popular expresión? Lo cierto es que no hay quórum lingüístico al respecto, pero sí una variedad de versiones históricas y literarias muy divertidas.
La primera de las posibilidades (y la más aceptada) es que Bernarda era una prostituta que vivió allá por septiembre de 1925, durante la Guerra del Rif, y que viajó hasta Marruecos para sobrevivir económicamente a costa de mantener relaciones sexuales con los soldados que habían participado en el desembarco de Alhucemas. Por lo visto, la tropa se obsesionó con Bernarda y dejó hasta de tener interés bélico: pensaban continuamente en estar con ella.
Sus partes íntimas, en cada una una de las leyendas, habrían estado muy ocupadas por diversos y fogosos amantes. Otros señalan que Bernarda ejercía la prostitución en Sevilla: en esta versión, la mujer habría muerto por castigo divino, mientras que las voces que sitúan a la joven en Ciudad Real y Granada apuntan que era una santera muy solicitada del siglo XVI.
Todo lo que ella tocaba con su vagina se llenaba de salud y de fertilidad: sanaba a los ganados, hacía florecer las cosechas, volvía fecundas a las mujeres, curaba enfermedades. Bastaba con meterle la mano en el interior de su cavidad pélvica, y chas: se obraba la magia, el deseo, la necesidad. Hay quien dice que era morisca, o musulmana, o directamente hija del rey Aben Humeya.
Casi todas las parábolas que circulan sobre ella van a romper a la novela La parábola de Carmen la Reina (1992), del escritor granadino Manuel Talens: el autor coloca a Bernarda en plena rebelión musulmana de 1568. Cuenta que se le apareció San Isidro Labrador, que metió la mano en su vagina y que la volvió una vulva prodigiosa capaz de conceder todo lo que se le pidiese. Incluso llegó a señalar que, años después de su muerte, cuando se desenterró el cuerpo, toda su anatomía se había consumido excepto su santo lugar. Entre las piernas.