La revuelta de los esclavos había puesto a la todopoderosa Roma en jaque. Las derrotas de las legiones se sucedían y Espartaco y los miles de gladiadores y siervos que se habían unido a su causa en el año 73 a.C. suponían ya una auténtica amenaza. El tracio y su ejército, compuesto de hombres, mujeres y niños, habían amenazado con atacar el principal pilar de la República, su capital: Roma.
Fue entonces cuando el Senado encargó al pretor Marco Licinio Craso la misión de controlar la sublevación y acabar con Espartaco. Bajo su mando se agrupó una decena de legiones y aunque su estado anímico no era óptimo —la mayoría de estos soldados ya habían sido derrotados en batallas previas contra los esclavos— eran las únicas disponibles.
Sin embargo, el debut de Craso al frente de los ejércitos romanos fue un desastre, aunque no por su culpa. Su legado Mumio, a quien se le había ordenado mantener una postura pasiva, controlando al enemigo en las inmediaciones del monte Gargano sin entrar en combate, se dejó llevar por la gloria de un hipotético triunfo y decidió atacar a los rebeldes. Pero el resultado de los combates fue el contrario al esperado: Mumio y sus soldados fueron derrotados por los esclavos y sólo una parte del ejército pudo salvarse abandonando las armas y huyendo del campo de batalla.
Craso estaba furioso con su ayudante, pero quien realmente pagó el precio de la derrota fue el medio centenar de legionarios que se dio a la fuga con cobardía antes que dar la vida por los intereses de Roma. El escarmiento al que recurrió el hombre que años más tarde constituiría el Primer Triunvirato junto con Pompeyo y Julio César fue una de las prácticas más salvajes y despiadadas que se implantó en la Antigua Roma: la decimatio.
El castigo consistía en dividir a los fugitivos en grupos de diez, decurias, y elegir por sorteo a uno de los legionarios que sería apedreado y golpeado por sus compañeros hasta la muerte. Se trataba de una medida de carácter excepcional a la que tan solo se recurría en situaciones de amotinamiento o extrema cobardía. Pero a Craso no le tembló el pulso ni se achantó ante mala imagen que se pudiese extender de él, de líder sanguinario y sin escrúpulos, entre sus tropas.
Con el paso de los años, este cruel y mortal castigo iría cayendo en desuso. Uno de los últimos en utilizarlo fue el dictador Julio César, que lo empleó para amedrentar a sus legionarios rebeldes en la llanura padana. Sin embargo, este capítulo no lo incluiría en ninguno de sus escritos, como resulta lógico.
La decimatio enroca en la actualidad con la palabra moderna diezmar, cuyo cuarto significado en el diccionario de la RAE habla de “castigar a uno de cada diez cuando son muchos los delincuentes, o cuando son desconocidos entre muchos”.
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