Marco Tulio Cicerón, el famoso orador, filósofo y político de la Antigua Roma, se sumergía en el año 46 a.C. en un ostracismo irreversible. En la guerra civil entre Julio César y Pompeyo había otorgado su apoyo al segundo, el perdedor, y aunque se le permitió regresar a Roma, quedó aislado de la posición de privilegio de la que gozaba en el seno de la República tras descubrir la terrible conspiración de Catilina.
A Cicerón, los asuntos personales tampoco le iban mejor. Ese mismo año se divorció de su primera mujer, Terencia, tras treinta años de matrimonio. Su depresión aumentaría con el fallecimiento de su hija Tulia en febrero de 45 a.C. y de su nieto pocos días después del parto. Tampoco halló consuelo en un breve enlace con la joven Publilia, de quien se separaría unos meses más tarde.
Pero ese matrimonio entre Cicerón y Publilia destaca en la historia de Roma por encima de cualquier otro por la abismal diferencia de edad entre ambos cónyuges: cuarenta y cinco años. Si el filósofo ya había cumplido los sesenta, la muchacha estaba en plena adolescencia, en torno a los quince. Cicerón se enfrentó a preguntas de por qué a su edad se casaba con una joven virgen. El día de la boda respondió diciendo: "No os preocupéis, mañana será una mujer adulta".
"El crítico de la Antigüedad que citó esta respuesta pensó que era una manera ingeniosa de desviar las críticas y lo consideró digno de admiración", reflexiona la historiadora Mary Beard en SPQR. "Nosotros probablemente situaríamos este comentario dentro del espectro de lo desagradablemente vulgar y lo penosamente vergonzoso: un poderoso indicador de la distancia que hay entre el mundo romano y el nuestro". Pero la pregunta resulta obvia: ¿eran habituales estas diferencias en la Antigua Roma?
No era un acontecimiento extraordinario que una joven romana de catorce o quince años contrajese matrimonio. Existen numerosos testimonios de gente que testifica los casamientos de niñas en plena adolescencia, algunas a la edad de diez u once años. Por contrario, los hombres se casaban por primera vez a los veinte o a finales de la veintena. Y luego se encuentran los casos extremos, los de una joven desposada con un varón mucho mayor que iniciaba su segunda o tercera nupcia.
"Si estos matrimonios se consumaban o no es una cuestión incómoda y de difícil respuesta", asegura Beard, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2016. "A pesar de las relativas libertades de las mujeres romanas, su subordinación se basaba sin duda en aquel desequilibrio entre un hombre adulto y lo que hoy llamaríamos una novia niña".
Alianzas políticas
Esa libertad relativa se podía apreciar en los derechos de los que gozaban las mujeres adultas, como, tras la muerte de su padre, poseer propiedades por derecho propio, realizar testamentos, liberar a esclavos, heredar o comprar y vender. De hecho, en muchos países no se ratificaron estos derechos para el colectivo femenino hasta bien entrado el siglo XIX.
Las romanas tenían mayor independencia que, por ejemplo, las mujeres de la Grecia Clásica o el Próximo Oriente. Sin embargo, también sufrían muchas restricciones: sin ir más lejos, el emperador Augusto las relegó a las últimas filas de de los teatros y circos de gladiadores. En lo referente a las cuestiones matrimoniales, su libertad de decisión era prácticamente nula, muy limitada.
Los enlaces, sobre todo entre las mujeres poderosas y ricas, estaban destinados a consolidar alianzas políticas, sociales o económicas. El general Pompeyo fue uno de los hombres que no dudó casarse con las descendientes de sus aliados/enemigos para sustentar estos acuerdos. En el año 82 a.C., por ejemplo, para granjease la lealtad del propio Pompeyo, el cónsul y dictador Sila le entregó a su hijastra Emilia como esposa, a pesar de que ella estaba casada en aquellos momentos con otro varón y embarazada.
Dos décadas más tarde y como parte de las negociaciones que consolidaron el Primer Triunvirato, Pompeyo ratificó su alianza con Julio César casándose con su hija Julia. De nuevo, la diferencia de edad resulta importante: en torno a los treinta años. Pero no era este contexto sinónimo de fracaso amoroso: "Siempre se dijo que Pompeyo y Julia estaban muy unidos, que él quedó sumido en el dolor cuando ella murió de parto en el año 54 a.C. y que su muerte contribuyó a la ruptura política entre Pompeyo y César. En otras palabras, el matrimonio resultó demasiado bueno para sus propósitos", explica Mary Beard.
Extraordinario o habitual, resulta sorprendente, observado con los ojos y los conceptos sociales de la actualidad, la tradición romana en cuanto al matrimonio: todo valía para firmar un pacto político, la edad de los consortes era lo de menos.
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