En junio de 1567, la nobleza protestante de Escocia logró por la fuerza y mediante una revuelta que su reina, María Estuardo, abdicase en su hijo de apenas un año, Jacobo I. Tras once meses de encierro en el castillo del Lago Leven, logró escapar y reunir un ejército para reclamar el trono. Sus tropas, sin embargo, serían derrotadas en la batalla de Langside y María se vio obligada a huir a Inglaterra, a solicitar la ayuda de su prima, la reina Isabel I. Allí solo encontró desconfianza y más amenazas: se encomendó a un tribunal especial la tarea de examinar la responsabilidad de la reina escocesa en el asesinato de su segundo marido, Lord Darnley.
Una explosión en la madrugada del 10 de febrero de 1567 destruyó la casa de Kirk o’Field, a las afueras de Edimburgo, en la que Lord Darnley se recuperaba de la viruela. Su cuerpo y el de su sirviente aparecieron en un huerto aledaño, sin aparentes heridas provocadas por la deflagración de los barriles de pólvora: habían sido estrangulados. Tres meses más tarde, María Estuardo se casó con James Hepburn, conde de Bothwell, a quien se había señalado como el principal cabecilla de la conspiración.
Pero el acicate final de la rebelión contra la reina de Escocia fue el hallazgo de un pequeño cofre de plata que guardaba ocho cartas escritas por María a Bothwell. Las encontró su hermanastro ilegítimo Jacobo, conde de Moray, el némesis protestante de la monarca católica y que en la primera parte de su mandato había actuado como su principal consejero, en el Palacio de Holyrood, en la capital del país. Las casket letters o cartas del cofre permanecieron sospechosamente ocultas hasta que Isabel I de Inglaterra ordenó constituir el tribunal destinado a juzgar los actos de María de Escocia.
Las revelaciones detalladas en las misivas provocaron otra conmoción: había un acuerdo de matrimonio entre María y Bothwell que había sido firmado un mes antes del atentado contra Lord Darnley. En ellas se podían leer unos sonetos que retrataban a la reina como una mujer pasional que trataba de seducir a su amante. Además, de ellas se desprendía la conspiración para matar al padre de su hijo y crear una abducción simulada por Bothwell para justificar el enlace. A María Estuardo se le acusó de adúltera, asesina y conspiradora.
Desde el momento en el que fueron filtradas, la controversia ha acompañado a las misivas: ninguna de ellas estaba firmada por el puño de María Estuardo, cosa que siempre hacía, incluso con las que le dictaba a su secretaria; varias de las cartas terminaban de forma abrupta, como si estuviesen cortadas artificialmente; y ninguna estaba dirigida a un destinatario concreto. Estos y otros errores en la forma levantaron sospechas sobre una más que probable confabulación contra la reina. ¿Entonces qué fue realmente, asesina o víctima?
El historiador John Guy publicó en el año 2004 una extensa biografía sobre la monarca escocesa, María Estuardo, la reina mártir —una obra en la que se basa la película María, reina de Escocia, dirigida por Josie Rourke y a punto de estrenarse en las salas españolas—, en la que analizó a fondo estas cartas escritas en francés, las cuales han desaparecido y solo se conocen por traducciones al inglés. Guy concluyó que María escribió fragmentos enteros de al menos cinco de las misivas, de las cuales dos son variantes de un texto enviado a Bothwell con las que los enemigos de la reina la quisieron incriminar en el complot para asesinar a Lord Darnley, alterando su contenido.
"Las cartas del cofre fueron una artimaña ingeniosa y astuta para destruir a María", concluye John Guy. "Moray y sus aliados sabían que nunca se saldrían con la suya con falsificaciones completas. Para satisfacer a Isabel —que al principio quería ver a su prima exonerada y restituida en el trono escocés— y determinar la culpabilidad de María, tuvieron que seleccionar cuidadosamente páginas de cartas auténticas que, una vez modificadas, respaldarían su versión de los hechos, lo que querían demostrar. Esta hipótesis explica las curiosas incongruencias".
El tribunal inglés, orquestado por William Cecil, el ministro más importante de la corte de Isabel, se creyó el contenido de las cartas. María nunca quiso defenderse y se negó a aparecer en el juicio al considerar que, como reina de Escocia, ningún tribunal tenía poder sobre ella. Pero lo cierto es que Isabel nunca tomó una decisión sobre la implicación de su prima en la supuesta trama tras considerar las pruebas reunidas. Para las navidades de 1568, María Estuardo no había sido declarada ni culpable ni inocente. Tampoco optó por liberarla, temiendo, tal vez, que le arrebatase el trono —muchos católicos ingleses consideraban a María la reina soberana por derecho y no a la protestante—.
María Estuardo permaneció los siguientes 19 años bajo custodia. La encerraron en el castillo de Tutbury, en Staffordshire, vigilada por Sir Ralph Sadler, a quien Isabel escribió una serie de cartas entre 1584 y 1585 que demuestran la pérdida de confianza de la reina británica en su prima: siempre desconfió de ella, siempre la vio como una seria amenaza. En una de las cartas, Isabel menciona lo "apenada" que está al "observar la interrupción" de su "amistad" con María.
La relación se erosionaría tanto que María Estuardo fue guillotinada el 8 de febrero de 1587, a los 44 años, acusada de otro supuesto complot para asesinar a la reina Isabel I. Otra vez unas cartas interceptadas, en las que se detallaba la operación, condenaron a la monarca de Escocia. Seis horas antes de que le cortaran la cabeza, María escribió una carta al rey de Francia, Enrique III, hermano de su primer marido, Francisco II, en la que decía: "Mi fe católica y el mantenimiento del derecho que Dios me ha dado a esta corona son los dos puntos por los que soy condenada y, sin embargo, no me permiten decir que es por mi fe católica que voy a morir".
María Estuardo es un personaje histórico fascinante, envuelto por mitos y leyendas, y por dos corrientes enfrentadas que le atribuyen la condición de monarca malvada o mujer víctima. Ya lo escribió Stefan Zweig en la biografía que le dedicó a la reina en 1935: “Quizás no haya ninguna mujer cuyos rasgos hayan sido trazados de manera tan divergente, ora como asesina, ora como mártir, ora como necia intrigante, ora como santa celestial. Curiosamente esa variedad de su imagen no es culpa de la falta de material acerca de su figura, sino de la desconcertante abundancia del mismo
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