Los francotiradores revolucionarios apostados en los tejados de la Puerta del Sol recibieron a Alejandro Lerroux con una lluvia de disparos. Era 6 de octubre de 1934 y el jefe radical se enfrentaba al mayor órdago para su Gobierno: sofocar la revolución minera en Asturias y responder con firmeza a la declaración de Companys del Estat catalá. También en Madrid había que hacer frente a las milicias que trataban de asaltar los centros de poder. Su República liberal e inclusiva, alérgica a toda apelación a la violencia, se tambaleaba por las embestidas desde varios frentes.
Al anochecer de ese mismo día, Lerroux recibió la noticia de que las fuerzas del orden, lideradas por el general Batet, ya dominaban Barcelona. Desde Oviedo y Gijón, sin embargo, las informaciones no eran tan alentadoras. El presidente decidió entonces dirigirse al país radiando un manifiesto que había escrito en unas cuartillas y en el que hacía una ferviente defensa de la ley y del Estado de Derecho. "Todos los españoles sentirán en el rostro el sonrojo de la locura que han cometido unos cuantos", exclamó. La jornada siguiente, tras ser felicitado por los dirigentes de todo el espectro político antirrevolucionario, Lerroux abandonó la Puerta del Sol abriéndose paso entre un gentío inmenso que le saludaba y daba vítores a la República.
Fue ese el punto álgido de la carrera política de un hombre que ejerció como diputado, prácticamente sin interrupción, desde 1901 hasta 1936. "Aquella arenga de Alejandro Lerroux, inflamada con el verbo de sus años mozos; pieza oratoria del viejo titán, paladín del españolismo, apelando al corazón de los hombres de bien", que diría César Jalón, ministro de Comunicaciones, transmitiría sosiego a "millones de hogares desvelados, insomnes". Pero la acción del líder del Partido Radical no sería tan loada por aquellos que comulgaban con la insurrección, como los socialistas, que reprodujeron la imagen de un Lerroux arquetipo de traidor, de agente al servicio de la burguesía reaccionaria.
"Lo pasó francamente mal, y aunque su imagen sale reforzada, lo ve como una desgracia", cuenta Roberto Villa García, profesor de Historia Política de la URJC y autor de Lerroux. La República liberal (Fundación Faes). "Cuando la revolución es derrotada, Lerroux pasa de ser el jefe de un partido republicano de centro al principal defensor de la República liberal, de una democracia moderada. Él mantuvo el constitucionalismo tal y como estaba, y no aprovecha para implantar un régimen autoritario con su liderazgo". Todo esto le permitió erigirse en el salvador del sistema por el que tanto había remado... y que unos meses más tarde terminaría derrumbándose.
Alejandro Lerroux (La Rambla, Córdoba, 1864) fue un político camaleónico, de constantes vaivenes ideológicos: viró desde el organizador revolucionario de sus años mozos hasta el líder conservador frente la anarquía, ya en la Segunda República. "Con casi medio siglo de vida política, resulta muy complejo ubicarle en un espacio doctrinal", explica Villa a este periódico, y habla de dos Lerroux claramente diferenciables: "Uno más estrictamente republicano, de su juventud, y otro, a partir de 1917-1918, más posibilista, más interesado en las libertades civiles y la democracia que en la forma de gobierno".
Al principio entendió que el discurso más eficaz era uno radical, que reafirmara un proyecto republicano que rechazase el statu quo, y para ello no se avino en pactar con ambos lados del espectro ideológico, con los monárquicos constitucionalistas y con los representantes obreros. ¿Fue un político oportunista? "No, no estaba interesado en el poder por el poder mismo, porque era un político de convicciones", responde su biógrafo. "Es el único líder modernizador del movimiento para hacerlo reflotar. Sin Lerroux, el republicanismo no habría conseguido sobrevivir". Curioso y polémico resulta su apoyo explícito a la Triple Entente durante la I Guerra Mundial.
En lo que no vaciló nunca Lerroux fue en su postura crítica frente al nacionalismo catalán, que calificó de "ideal reaccionario, imposible y absurdo" y "separatismo del ochavo". Su hostilidad hacia la Lliga le granjeó motes como "el forastero" o "Emperador del Paralelo", de los bajos fondos de Barcelona. Pero su discurso obrerista y anticlerical de la primera etapa atrajo incluso a republicanos que habían coqueteado con el nacionalismo, como Valentín Almirall, impulsor teórico del particularismo catalán, que renegó de las "ridículas teorías" separatistas en pos de la "libertad y la democracia".
La sombra de la corrupción
Más allá del demagogo de los discursos primerizos —el orador que razona "no arrastra muchedumbres", decía—, del agitador obrero contra la monarquía impulsado por un lenguaje directo , la figura de Lerroux siempre ha estado envuelta por el escándalo del estraperlo, desencadenado en 1935, una ruleta trucada con la que siempre ganaba la banca y que reportó importantes sumas de dinero a algunos políticos radicales. Pero no a Lerroux: "Él no se lucró, de hecho, vivió con problemas económicos constantes", dice Roberto Villa, asegurando que una de las grandes aportaciones de su libro es haber investigado muy a fondo tanto el caso del juego de azar como el de Nombela-Tayá.
"El del estraperlo es un caso de corrupción, de tráfico de influencias y cohecho, de importancia mínima", continúa el coautor de Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular. "Son cargos de tercera, Lerroux no tiene ningún tipo de vínculo, pero el problema es que estaba involucrado su hijo Aurelio. Como pasa hoy, los partidos políticos aprovechaban cualquier tipo de sospecha para desgastar al adversario". Y el jefe del Partido Radical se vio obligado a dejar el cargo de presidente del Gobierno en septiembre de 1935.
Ni él ni su partido, hundido en las elecciones de febrero del año siguiente por el portazo de la CEDA, volverían a recuperarse. Antes del estallido de la Guerra Civil, ya con el Frente Popular en el poder, Lerroux fue víctima de varios intentos de atentado. Con España en armas, huyó a Portugal, desde donde brindó su apoyo al bando sublevado. "Pero eso no le convierte en un personaje reaccionario", matiza Villa. "Piensa que se han sublevado una serie de generales republicanos para recuperar la República. De hecho, luego denuncia la fascistización de la zona franquista. Y no puede volver hasta 1947...".
El historiador califica a Lerroux —también militar frustrado, sin estudios acabados y periodista de discurso publicista— como un "personaje muy sugestivo, con una vida de novela de caballeros del siglo XX". Y escribe: "Su discurso y su acción política muestran que el jefe radical fue quien entendió mejor en qué condiciones podía consolidarse una República en España. Antes de pensar en transformaciones había que darle un sólido fundamento y eso suponía entroncarlo con la experiencia constitucional anterior a 1923. En su madurez no concibió la República más que como una democracia representativa, cuya misión primordial radicaba en cancelar la dinámica exclusivista e insurreccional reabierta con la dictadura de Primo de Rivera".