Días después del estallido de la Guerra Civil, Pepita Laguarda Batet, una joven de 17 años de L'Hospitalet de Llobregat, escuchó la llamada del frente. Fue en el barrio de Sarrià —allí trabajaba como ayudante en los hospitales de la zona— donde se enteró de que en el cuartel de Pedralbes estaban reclutando milicianos para hacer frente a la sublevación. En una muestra de arrojo absurda para su edad, decidió alistarse de forma voluntaria. "Si tú te vas, yo voy contigo", le dijo su novio, Juan López Carvajal, un militante anarcosindicalista del sector de las artes gráficas de 22 años, al conocer sus intenciones. Ambos fueron encuadrados en la 5ª centuria de la Columna Ascaso y enviados a las trincheras de Aragón.
Tras esquivar un ataque de la artillería franquista, la pareja y el resto de camaradas llegaron al pueblo de Vicén a finales de agosto de 1936, donde las fuerzas republicanas preparaban una ofensiva para tomar la ciudad de Huesca. Pepita, que antes de la guerra trabajaba en una bacaladería de la calle Creu Coberta de Barcelona, empuñaba el fusil sin temor y siempre se mostraba dispuesta a formar en la vanguardia de los ataques.
En el frente, Juan enfermó a causa de una infección intestinal, quedándose indispuesto para cualquier operación inmediata. Pepita se acercó hasta la enfermería en la noche del 30 de agosto y le informó de que tenía previsto sumarse a uno de los carros blindados que participarían en el ataque sobre Huesca. La ofensiva no solo resultó infructuosa para las milicias anarquistas, sino también mortal para muchos, incluida la joven de 17 años: Pepita recibió un balazo en la espalda en torno a las 5 horas de la madrugada del 1 de septiembre. Su dolor, sin embargo, brotaba del vientre.
Sus camaradas la trasladaron al hospital de Grañén, a unos kilómetros de Huesca, pero por el trayecto había perdido mucha sangre. Juan López se enteró de que su pareja estaba herida y rápidamente se ofreció para realizarle una transfusión. Era ya demasiado tarde: cuando los médicos se disponían a inyectarle la sangre, Pepita murió. Como se recogería en una postal con su cara editada por la CNT, "cayó para siempre en defensa de la libertad y contra el fascismo, el día 1 de septiembre de 1936 a las puertas de Huesca".
Unos días más tarde, el periódico anarcosindicalista Solidariad Obrera se hacía eco en sus páginas de la muerte de Pepita, "la muchacha que ofreció generosamete su juventud —y podríamos decir su niñez— a la sacrosanta causa del proletariado". Era un obituario con una importante carga propagandística, en el que se aplaudía la determinación de la chica de alistarse en las milicias "contra la voluntad de su familia". "Nuestra camarada era una muchacha en extremo valerosa. Empuñaba el fusil con idéntica soltura y decisión que el más bregado miliciano. Cuando se daba la orden de salir para las líneas de fuego, siempre estaba dispuesta y ocupaba los lugares de mayor peligro", decían de ella.
Más de 4.000 mujeres
La de Pepita Laguarda es una más de las historias de idealismo rotas durante la Guerra Civil. No solo llama la atención su corta edad, sino ese desparpajo para lanzarse a las trincheras, a la primera línea de fuego, donde terminaría perdiendo la vida rodeada de hombres. Poco se sabe de las mujeres que combatieron en el frente en ambos bandos, del total de féminas que prefirieron empuñar un fusil y luchar por la España en la que ellas creían en lugar de quedarse en la retaguardia.
Ante esa faceta de la guerra tan poco investigada, el historiador Gonzalo Berger y la productora Tània Balló han lanzado el ambicioso proyecto de 'Mujeres en guerra', todavía en fase embrionaria, pero que pretende, a través de documentos recopilados de archivos públicos y familiares y con la máxima precisión histórica, reconocer y poner nombre a todas las mujeres que combatieron en la guerra, ya sean del bando republicano o del sublevado —en esta fase inicial se han centrado en las primeras—; pero también a aquellas que no desempeñaron un papel tan directo en los enfrentamientos y fueron igual de trascendentales: enfermeras, voluntarias en servicios sociales, trabajadoras en fábricas de municiones, etcétera.
Es decir, elaborar una suerte de enciclopedia en la que se puedan consultar los datos biográficos recopilados sobre estas chicas y señoras: anarquistas, obreras, burguesas... e incluso alguna intelectual. La Guerra Civil más allá de la Pasionaria, de Pilar Primo de Rivera, de María Zambrano... de esos rostros femeninos de sobra conocidos.
"El objetivo es visibilizar y resituar el discurso de la mujer combatiente en la Guerra Civil", explica Berger, doctor en Historia por la Universidad de Barcelona, a este periódico. Hasta el momento, y tras un par de años de trabajo, han identificado a más de 4.000, de las cuales unas 60 fallecieron en el frente. "El proyecto tiene dos fases: una cuantitativa, que consiste en registra el mayor número de combatientes; y otra cualitativa, que pretende reconstruir sus vidas y su perfil sociológico: qué leían, cuál era su afiliación política, si estaban o no casadas...", añade el historiador.
Otro de los objetivos es romper el silencio que ellas mismas impusieron sobre su papel en la contienda. "La mujer combatiente estaba mal vista", añade Berger, que está siendo ayudado por diferentes investigadores. "Sus familias no les permitían luchar; y mientras el hombre alardea, la mujer calla. Por eso es necesario un estudio a nivel cuantitativo que luego dé lugar a otras investigaciones. Fueron mujeres que rompieron el marco social de los años 30". Y cita, por ejemplo, el caso de dos féminas que llegaron a ser comandantes en las Brigadas Internacionales.
¿Pero cuál es el gran problema, por ahora, del proyecto? "No hay financiamiento", lamenta Berger. Les falta todavía la parte más tecnológica, la de recoger en una base de datos, y a partir de ahí elaborar una página web, toda la documentación sobre las mujeres combatientes para que todo aquel que lo desee pueda consultar sus biografías.