Existen varias versiones sobre la causa de su muerte, pero la mayoría de historiadores concuerdan en que Eduardo II fue uno de los reyes más mediocres e incapaces que tuvo Inglaterra durante la Edad Media. Tiró por tierra casi todas las conquistas militares que su padre Eduardo I había dirigido en Escocia y se granjeó la enemistad de su propia mujer, Isabel de Francia, y de los barones ingleses al favorecer políticamente a sus amigos.

Todas esas cuestiones construyeron la figura de un monarca sin capacidad de respuesta ante una hipotética conspiración para derrocarlo, tal y como terminaría sucediendo en 1327. El punto de inflexión de la historia se registró en 1325, cuando Eduardo II y sus ministros enviaron a Isabel a Francia con el heredero al trono, el futuro Eduardo III, en una misión diplomática para solventar las disputas abiertas con Carlos IV, hermano de la mujer.

Isabel, que se había casado en 1308 y a los doce años con Eduardo II, conoció durante sus cometidos en Francia a Roger Mortimer, un noble galés condenado a muerte que había logrado escaparse de su celda en la Torre de Londres. La reina consorte le nombró consejero y se convirtieron en amantes. En 1326, tras planear minuciosamente un golpe de Estado con el que derrocar al monarca inglés, la pareja invadió Inglaterra con un ejército de un millar de mercenarios, al que se sumaron incontables locales.

Eduardo II, ante esta amenaza, se vio obligado a huir de Londres hacia territorio galés, de donde era natural su consejero favorito, Hugh Le Despenser. Sin embargo, ambos fueron detenidos poco tiempo después por las fuerzas de Isabel y encerrados en el castillo de Berkeley. Inmediatamente, el rey inglés fue derrocado en favor de su hijo, el príncipe Eduardo, todavía menor de edad, convirtiéndose Isabel y Roger Mortimer en regentes.

Aquello sucedió en enero de 1327, al mismo tiempo que Despenser era ahorcado. No obstante, Eduardo II permanecería unos cuantos meses más con vida. O eso es lo que dice la versión más extendida de su caída y final: su muerte violenta fue anunciada el 21 de septiembre, y la leyenda asegura que el fallecimiento del monarca se produjo como resultado de introducirle un atizador al rojo vivo por el recto.

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Estudios históricos más recientes, sin embargo, aseguran que la muerte —y la crueldad con la que supuestamente se ejecutó— de Eduardo II fue un engaño, mera propaganda, y que el rey sobrevivió al menos hasta 1330. El historiador británico Ian Mortimer considera que este relato cojea porque el encargado de transmitir la noticia de la ejecución del rey a través de una carta, Lord Berkeley, aseguró tres años más tarde en el parlamento que, en el momento de redactar la misiva, nadie le había informado previamente de que Eduardo II ya no estuviese vivo.

En segundo lugar, tal y como señala el autor del estudio titulado La muerte de Eduardo II en el castillo de Berkeley, el cuerpo del monarca fue embalsamado antes de celebrarse el funeral y ser mostrado en público. Luego hay también lo que el experto considera "testimonios de su supervivencia", como una carta del arzobispo de York en la que aseguraba haber recibido "ciertas noticias" sobre que Eduardo II estaba todavía vivo en enero de 1330; o la condena a muerte del hermanastro del rey dos meses más tarde por supuestamente tratar de liberarlo.

Otros historiadores discuten la tesis de Ian Mortimer asegurando que desde septiembre de 1327 todos los actores políticos de la época se comportaron como si el monarca hubiese muerto y que el testimonio de Lord Berkeley se registró cuando estaba siendo juzgado a vida o muerte. Lo cierto es que la de Eduardo II es una de esas muertes de la historia envueltas por un halo de misterio, de leyendas y de versiones contradictorias. Por cierto, la regencia de Isabel llegó a su fin en 1330, cuando su hijo Eduardo III se rebeló y ordenó ejecutar a Roger Mortimer y recluir a su madre en un convento de monajas. Justicia poética tras destronar a su marido.

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