"Era un oficial y recibí una orden, si no la hubiera cumplido me habría avergonzado", respondió el japonés Hirō Onoda en una entrevista. El japonés combatió en la Segunda Guerra Mundial y como era usual en el ejército, rendirse significaba una total pérdida del honor en la cultura nipona.
La Segunda Guerra Mundial había finalizado en el continente europeo. Sin embargo, en el Pacífico los japoneses todavía resistían pese a que el país se estaba quedando sin suministros. Finalmente, Estados Unidos lanzó dos bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki y tras la declaración de guerra de la Unión Soviética a Japón, el país no tuvo más remedio que aceptar la rendición.
No obstante, numerosos soldados nipones permanecían en sus puestos en diminutas islas del Pacífico o en las selvas de la Asia continental. De esta manera, el joven Onoda, que había sido enviado a la Isla de Lubang (Filipinas) el 26 de diciembre de 1944, tenía como misión principal resistir en la isla ante la posible invasión de los norteamericanos. De hecho, se le había indicado que bajo ninguna circunstancia recurriera al harakiri.
De esta manera, Onoda y sus compañeros siguieron escondidos en la selva de la isla. Comían plátanos, mangos y el ganado que mataban en la selva. En más de una ocasión fueron informados por aldeanos del final de la guerra pero nunca les creyeron. Uno de los soldados se rindió en 1950 y los otros dos fallecieron tras varios encontronazos con los locales o con la policía filipina. A partir de 1972, Onoda se quedó solo en la selva.
Dos años más tarde, el soldado se encontró con un estudiante japonés que había dejado la Universidad. Había viajado expresamente hasta Lubang en busca de "el teniente Onoda, un panda, y el abominable hombre de las nieves, en ese orden". Los dos japoneses entablaron una amistad férrea aunque Onoda, pese a llevar 30 años luchando por su país, no tenía ninguna intención de capitular. "Solo me rendiré ante mi superior", insistía.
El gobierno japonés, una vez fue notificado de la localización exacta del oficial, se vio obligado a enviar a su antiguo superior Yoshimi Taniguchi para ordenarle que se rindiera de una vez por todas. Así, el japonés entregó su uniforme y su espada, junto a su fusil, que todavía estaba en condiciones de funcionar, 500 cartuchos y varias granadas de mano.
Hirō Onoda no fue el único caso que se dio en Japón, lo cual probaba el carácter del pueblo nipón y su veneración al emperador Hirohito, quien era para el pueblo japonés un dios viviente prácticamente. La Segunda Guerra Mundial comenzó el 1 de septiembre en Europa, hoy hace 80 años; una guerra que, para algunos, no terminó hasta 1974.