El 4 de septiembre de 1970 se celebraron unas elecciones históricas en Chile. Por primera vez, tal y como escribe el periodista e historiador Mario Amorós en Pinochet: Biografía militar y política (EdicionesB), "un pueblo elegía en las urnas un programa político que postulaba la construcción del socialismo". Salvador Allende había ganado las elecciones con un 36,2% de los votos.
Allende, quien colaboró en la fundación del Partido Socialista de Chile, generaba desconfianza entre las cúpulas estadounidenses, quienes querían evitar a toda costa la expansión del comunismo en su continente. Un mes después de asumir la presidencia en el Congreso Nacional, el presidente electo pronunciaba unas palabras en la Universidad de Guadalajara que han trascendido décadas: "La revolución no pasa por la universidad, y esto hay que entenderlo; la revolución pasa por las grandes masas (...) Uno se encuentra a veces con jóvenes, y los que han leído el Manifiesto Comunista, (...) que dictan cátedra y exigen actitudes y critican a hombres, que por lo menos, tienen consecuencia en su vida. Y ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica".
Desde antes de su elección, cuando tan solo era un candidato, la CIA hizo todo lo posible para evitar la victoria de la izquierda. El empresario y periodista chileno Agustín Edwards, quien apoyó abiertamente el derrocamiento del gobierno democrático, se reunió con el secretario de estado norteamericano Henry Kissinger y el director de la CIA, Richard Helms, en Washington para impedir que Salvador Allende llegara a La Moneda.
Y ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica.
Incapaces de llevar a cabo una intervención extranjera, La Agencia Central de Inteligencia contactó en más de veinte ocasiones con diferentes mandos de las Fuerzas Armadas "para instigarles a dar un golpe de Estado y garantizarles en ese caso el apoyo del gobierno de Nixon". Así lo corroboraba también el militar Carlos Prats en sus memorias, donde publicaba que el expresidente Eduardo Frei Montalva, derrotado por Allende en las urnas, aceptaba encabezar una insurrección militar para "impedir el acceso de los comunistas al poder político".
Poco a poco, la CIA encontró a sus hombres de confianza hasta finalmente dar con un militar dispuesto a derrocar a Allende "siempre que pudiera tener un control absoluto sobre los acontecimientos". Los contactos con el futuro dictador datan del 31 de agosto de 1971, dos años antes de la traición de Augusto Pinochet a su presidente.
"El puñal en la espalda"
Así titula Amorós el quinto capítulo de su biografía sobre el dictador chileno: "El puñal en la espalda". Y es que, pese a los contactos secretos con los estadounidenses, hasta el 11 de septiembre de 1973 ningún comandante en jefe del Ejército había traicionado la confianza del presidente de Chile. El mismo Augusto Pinochet había recibido a los representantes de Unidad Popular —coalición que llevó a la Presidencia de la República a Salvador Allende— tres años atrás. "En forma especial, destacaron la disciplina y rectitud impuestos por el general Pinochet (...) en la resolución de todos los detalles y problemas que se presentaron antes y durante la votación", narra el escritor.
Ni siquiera a un militar de sus características se le podría perdonar el acto de traición que llevó a cabo el 11 de septiembre. Para justificar su desacuerdo con el presidente socialista inventó una conversación que había tenido junto a varios oficiales y generales durante la noche de las elecciones: "El pueblo de Chile no sabe el camino que ha tomado. Ha sido engañado, pues parece ignorar a dónde nos llevará el marxismo-leninismo". De esta forma, el dictador trató de esconder sus ansias de poder alegando un motivo político.
En esta atmósfera de secretismo, en la madrugada del 11-S los golpistas tomaron la ciudad de Valparaíso y Allende se dirigió a La Moneda. Desde allí emitió su último comunicado, en el que advertía al pueblo del alzamiento militar. No obstante, no llamaba al pueblo a las armas ni a la violencia, sino a la prudencia. Hacia las 10 de la mañana, Salvador Allende se pronunciaba en Radio Magallanes —última emisora pro-gubernamental aún no silenciada—: "Mis palabras no tienen amargura sino decepción. Que sean ellas un castigo moral para quienes han traicionado su juramento: soldados de Chile... (...) Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos".
Los militares abrieron fuego contra La Moneda con tanques y francotiradores. Alrededor de las 15:00 horas, el general Javer Palacios, encargado de la toma del edificio, se encontró con el cuerpo de Allende, quien supuestamente se había suicidado. "Misión cumplida. Moneda tomada, presidente muerto", comunicó. Así comenzaría la larga dictadura de Augusto Pinochet, una dictadura que, gracias a Estados Unidos, derrocó a un gobierno democrático para instaurar un régimen militar por el que años más tarde sería juzgado.