En 1940 la Alemania nazi todavía mantenía con relativa tranquilidad la hegemonía sobre el continente europeo. En junio había caído París y el frente oriental que tantos problemas acarreó a Hitler no se había abierto. En esta tensa pero cómoda atmósfera, los experimentos nacionalsocialistas seguían llevándose a cabo por todo el globo. Un año antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial un grupo reducido de alemanes viajaron hasta Tíbet para buscar el origen de la raza aria.
Otra de las mayores obsesiones de la cúpula del Reich, encabezadas principalmente por Heinrich Himmler, fue la búsqueda del tan mitificado Santo Grial, el recipiente usado por Jesucristo en la Última Cena. Todos los rincones germánicos habían sido explorados; todos excepto España. Y es que los visigodos llegaron a la Península Ibérica en el siglo V y no serían expulsados hasta la conquista musulmana en el 711.
En esta coyuntura, Himmler viajó a España en octubre de 1940 —apenas una semana antes de la reunión entre Hitler y Franco en Hendaya—. Realmente la visita del oficial nazi fue principalmente turística aunque se interesó en conocer ciertos monumentos que podían estar relacionados con el Santo Grial y estar al tanto de los dispositivos de seguridad españoles. Por parte del régimen franquista se ejecutó todo un despliegue propagandístico.
Cruzó la frontera desde Irún y llegó a San Sebastián, ciudad en la que fue recibido por autoridades locales hasta llegar al museo San Telmo. Pasando por Burgos, donde hizo una parada estratégica en la catedral, el embajador alemán en Madrid y Serrano Suñer le dieron la bienvenida en la Estación del Norte, esta vez sí, en la capital de España. La larga y ancha Gran Vía se llenó de esvásticas y saludos fascistas para honrar a uno de los líderes más importantes del Tercer Reich.
Franco lo tenía todo preparado para ofrecerle a Himmler una de sus estancias más placenteras. Lo primero fue acudir a una corrida de toros en Las Ventas. Sin embargo, tal y como relata Fernando González-Doria en Memorias de un fascista español, el alemán terminó horrorizado de aquel "espectáculo cruel". Tras este fallido intento por complacer al oficial nazi, se trasladó a El Escorial para ver con sus propios ojos la tumba de José Antonio Primo de Rivera. Después pasarían por Toledo, donde se especula que su interés por la ciudad toledana residía en su origen templario, alquimista y nigromante.
El Santo Grial catalán
La obsesión de Himmler por el Santo Grial era una realidad. Abandonó Madrid y puso rumbo a Barcelona. Aterrizó en el aeródromo del Prat la mañana del 23 de octubre y se reunió con el monje Andreu Ripol en Montserrat, con el cual entabló una conversación tensa —el nazi era un anticlerical declarado y Ripol no sentía simpatía por el nazismo—. La fijación de Himmler por la joya cristiana era incomprensible para los monjes del monasterio, quienes insistieron en que los archivos relacionados con la ubicación del Santo Grial no se encontraban allí.
El fracaso estrepitoso en su campaña por la búsqueda del recipiente se volvía a repetir. Finalmente, Himmler volvería a Alemania el 24 de octubre de 1940, un día después de la entrevista entre el führer y Franco en Hendaya. Aquel día, a 500 kilómetros de diferencia, en Hendaya y en Barcelona, los nazis se decepcionaban con su visita a la dictadura de Franco.